El niño desempolvó el lápiz y dibujó una sonrisa.
Inmediatamente la soltó y echó a correr. Sus dedos habían ignorado por completo
el inusual grosor, su olfato no encontró nada repulsivo. Sin embargo, ahí
estaba la sangre y otros rastros del asesinato.
M acaba de
escribir su primer cuento. Mira el punto final durante un rato, no con sorpresa
sino con cierta decepción. En un pestañeo entra parte del suelo, algunas
gradas. Otro pestañeo destapa sus oídos, anuncia pisadas y las personas que los
acompañan. A su lado pasan estudiantes apresurados que, con o sin reconocerlo, esquivan
su mirada. El joven tiene la cara entumecida. Alguien gira con brusquedad,
arrojando las pertenencias de M por el suelo. M se inclina a recoger sus cosas
cuando observa que su esfero verde cae por otra parte. Se lanza tras él, es
cuestión de vida o muerte.
- ¿Vida o
muerte para quién?
- Para M,
obvio.
- También la
vida del esfero está en peligro. Tu cuento dice que cae, no dice ‘cayó’.
- A lo mejor,
si no hubieras interrumpido la lectura, habrías descubierto que…
- Justamente
dejé de leer porque no había nada que descubrir.
- Discúlpame
pero, ¿cómo esperas encontrar algo si ni siquiera lo intentas?
- Prefiero
intentarlo en otros cuentos…. o con otros autores.
- ¿Insinúas
que mi cuento es malo?
- No lo
insinúo, ¡lo acabas de decir tú mismo!
- ¡Entonces lárgate!
- Lo haré.
Pero me llevo esta historia conmigo.
Sekas
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