martes, 11 de marzo de 2014

En el bus

En el preciso instante en el que el hombre iba a abordar el autobús, la mujer, que estaba sentada en la segunda fila, estornudó, expulsando una flemática masa de verdes tonalidades desde su nariz, la cual fue a dar directamente a la calva nuca del incipiente pasajero, quien a estas alturas ya se encontraba delante del conductor.
El hombre no alcanzó a darse por aludido y, tras pagar su billete, se sentó al lado de la mujer. Ella, afligida, no encontró mejor manera de sofocar su culpa y compensar el daño producido (sin tener que pasar por el bochorno de delatarse) que tomar la mano derecha del hombre y meterla entre sus piernas. El hombre, sorprendido, intentó retirar su extremidad, pero la mujer, habiendo previsto tal situación, lo impidió con decisión. Él la miró con cara inquisitiva y ella asintió sonriendo, cerrando sus ojos e inclinando la cabeza.
La mujer era joven y exuberante. El hombre, viejo y demacrado. Pero éste comenzó a manipular tan hábilmente el cuerpo de la mujer, que ésta cayó en impensado éxtasis. Durante ocho paradas más se amaron apasionadamente -a su peculiar manera-, hasta que el hombre reconoció su destino final y procedió a bajarse, sin ni siquiera despedirse. Seguramente no sospechó los estragos que su inédita técnica amatoria había causado en la mujer, y de lo que estaría dispuesta a hacer si él se lo hubiera sugerido.
Ella siguió a bordo del bus hasta el final del recorrido, con una triste sonrisa en el rostro. El hombre que le había dado el mayor placer de su vida se había ido para siempre, pero con un recuerdo suyo en la cabeza.

Matías Pardo Mateos “Matihuelo”

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