viernes, 14 de marzo de 2014

Entomología

El profesor sujetó con delicadeza el espécimen que iba a preparar y lo observó con ojo experto.
—Hola, amiguito. No te preocupes, no te dolerá.
“Y pensar que en tiempos remotos vosotros colmabais la Tierra” —pensó filosófico—. “En fin, supongo que tuvisteis vuestra oportunidad como especie... La evolución es caprichosa.”
La luz que entraba por la ventana del laboratorio se iba tiñendo de ocre. El profesor se levantó y, desperezándose, se dirigió a la salida. De camino se detuvo ante la urna de las larvas. Estaban inquietas. Tomó de un estante una caja y sacó de ella unos cuantos viejos juguetes que depositó   junto a las criaturas.
Enderezó la etiqueta adherida al vidrio: “Homo Sapiens, caucásico, 3 años”.   Eran unos ejemplares espléndidos.
Satisfecho, desplegó las enormes alas y voló zumbando hacia la cúpula, que ya se deslizaba en su cavidad dejando ver el cielo de la tarde.


Canfango

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