Tarde
en el tanatorio. El ciclo de la vida tiene un final, necesario por
otra parte. Será precisamente porque yo también me hago viejo, pero
los muertos viejos me parecen como los Tercios Viejos, gentes que han
combatido y caen con la dignidad de la batalla terminada. La muerte
no es el final, dice el himno, que cobra sentido al ser cantado por
los vivos. Los vivos son la supervivencia de los muertos, y así,
nada me enorgullece más que escuchar que cada día me parezco más a
mi padre.
La
tristeza por perder a quien se ama no tiene cura, ni tratamiento, ni
analgésicos que alivien la sintomatología. La tristeza y el dolor
son dos platos que te tienes que comer sin más aliño que el
silencio. Pero, serán las primaveras que ya he dejado atrás, los
tanatorios me deprimen más por los vivos en los que sobreviven los
muertos que por los muertos en sí mismos.
Y
lo más desolador de la tarde ha sido ver rechazado por tres veces,
en tres salas, al cura que acudía a prestar el auxilio espiritual.
Ya he dicho muchas veces que soy como mínimo agnóstico, en un día
de dudas, y ateo perdido todos los demás. Pero era terrible la
compasión que despertaba el rostro de ese hombre que creía que
podía ayudar ante cada negativa. Tres veces negado, como San Pedro.
Había algo muy conmovedor en su mirada. Yo no le habría hecho
sufrir así, sinceramente.
Pero,
ya lo decía el personaje que interpretaba Richard Attenborough en
“Parque Jurásico”, la vida se abre paso. Así que en lo que
queda del día y mañana, y pasado mañana, y hasta que la muerte nos
separe, vivamos. Somos la memoria de nuestros seres queridos.
Honrémosles con la vida.
Nada motiva más el aprecio por la vida que haber estado cerca de la muerte. La visita a un tanatorio, cuando le toca a alguien cercano, nos afecta porque nos recuerda lo inevitable, ese final en el que nunca queremos pensar.
ResponderEliminarGracias por esta reflexión sincera y positiva, con la que cualquiera puede identificarse.