lunes, 1 de julio de 2013

Anecdotario de una optimista


Me he levantado a las 05:30 h., quizá sea difícil imaginar a esas horas, a alguien  alzarse con humor, pero dicen que soy muy alegre, y graciosa, mas… ¡Pésima contadora de chistes soy! Estaba muy ilusionada, pues era probable que una amiga se quedase a dormir  por la alerta de nieve.
Sobre las 07.30 h., lloviendo,  cojo el coche camino al empleo amado; en breve,  encuentro un transporte de deshechos a velocidad caracol lesionado, pongo intermitente para adelantar; iniciada la maniobra, el “camioncito” se abre, invado parte del arcén para no colisionar, oigo un “ruido raro”, más adelante al pasar un bache, el coche se desliza bastante, algo no anda bien, detengo el vehículo, bajo a inspeccionar; ¡Diantres, las dos ruedas izquierdas en el suelo deshinchadas! Estoy unos minutos en estado de shock, ¿Qué hago? Reacciono,… ¿O, me pongo a llorar?
Telefoneo a mi hermano, (corneado por su aún mujer) sugiere grúa. El día parece ir pintándose  negro. Llega la cabria amarilla, gestionamos dónde portar el coche, ¡Bendito internet en el móvil!, busco direcciones, teléfonos y nos decidimos. Arribamos al taller,… percibo la lluvia apretar.
Descargan el auto, rellenamos papeleo, presupuestos,… Espero mientras van retirando las gomas para montar las nuevas. Me llama el hombre  amable de recepción, miro sus labios moverse, pero no acabo de entender lo que dice, oigo algo de desguace; ¿El coche al despiece? Mi corazón da un vuelco, veo el Mégane levantado sin los neumáticos, y pienso hacia mis adentros, ¡Qué humor más macabro! Le digo; Oiga, ¡Vaya susto me ha dado! Sigo sus manos dirigiéndose hacia mis ruedas en el suelo, y ahora comprendo… ¡Las llantas también averiadas! Aconseja ir a un cementerio de vehículos a buscar de segunda mano, nuevas; al ser de aluminio, son inviables a mis bolsillos.
Llamo a  madre que me saque de aquí, no la encuentro; mi padre, no puede venir; mi hermano, está en otra ciudad; los amigos, trabajando; mi ex, desaparecido recientemente en combate (con su viuda, ya alegre); a mi anciano vecino... ¡Cae  un rayo!, seguido de un  trueno aterrador, semeja haber estallado una carcasa de “mascletà” en mis oídos. ¿Será el día del juicio final? Chaparrea con intensidad, pienso; ¡Uf!, ¿Podría empeorar la situación? Y graniza. El amo del taller mirándome lastimosamente agrega; -Señora, creo que si se fuese a su casa y ya no saliese,… Hoy no es su día…-  ¿Tal vez exagera?
Visitamos, con el diluvio hermano menor del de Noé, los despieces de toda la ciudad. Noto recorrer el agua por dentro de mi ropa interior, mi pelo liso de peluquería ahora es una maraña de greñas enredadas, dándome un aspecto “interesante”. No obtenemos éxito en ninguno de ellos, en el último nos hablan de un taller en un polígono lejano,  parece ser el único lugar de la ciudad donde reparan llantas. Nos acercamos. Sólo hay un tornero; no da buenos augurios.
Vuelta al hogar, mi vecino (78 años) salvador y compañero de andanzas; intimamos con  el padre cabreado de los diluvios anteriores; al entrar y ver nuestro aspecto en el espejo, lloro de verdad.
 Hoy, circulo en mi auto; vuelvo al trabajo, sonrío, soy más pobre; ¡Pero ha vuelto la serenidad!

Azorina Azahar

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