viernes, 21 de marzo de 2014

Arañas

Se presentó frente a mí como un murciélago de alas cerradas. Me recorrió con la mirada como quien recorre los nervios sangrantes de un ojo con dedos curiosos, temblorosos, hambrientos. Se descubrió exponiendo un cuerpo pálido y desnudo, y se arqueó entera hacia atrás dejando caer el tapado por sus ondulantes brazos. Sus cabellos mojados, enrulados, pendían de su cabeza y se movían como ágiles patas retorciéndose frente a un poderoso veneno. Sus extremidades flexionadas, su torso doblado hacia atrás, casi formaban un glorioso puente, y yo me acerqué y sentí su piel. La agarré fuerte por las caderas, sintiendo sus huesos salientes, y la penetré de manera violenta. Su boca entreabierta comenzó a gemir, pero su cuerpo permaneció inmóvil, pendiendo de entre mis firmes brazos. Continué con mi labor mientras hundía lentamente mis uñas en su cuerpo; sólo sus agujeros comenzaban a humedecerse. Podía ver desde arriba su lengua salivar cada vez más, reposando en su lecho, la punta contra el paladar, ensanchándose y afinándose de un momento al siguiente.
De pronto comenzó a erguirse. Su cara permanecía inexpresiva, su boca entreabierta. Seguía entregada a mí como una araña hembra se entrega a su macho. Alzó sus brazos y acarició mi cara sudorosa. Continuó irguiéndose lentamente, y luego encorvándose sobre mí, envolviéndome de a poco, sin despegar su mirada de mis ojos. Me besó egoísta y apasionadamente, y en cuestión de segundos succionó toda mi fortaleza, mi sangre y mis tripas; hasta me quitó mi humedad, mi calor, mis lágrimas. Me vi deshecho, vacío, sólo un pedazo de piel prostituta. Vi que en cuanto me despegara de su boca me desplomaría en el suelo sin oportunidad de volver a levantarme.
Todo lo hizo mirándome fijamente a los ojos, amándome.

Oracio Smith

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