lunes, 7 de julio de 2014

Blanqui y el enano

Era un enano, no cabía la menor duda. Pero era un enano un tanto peculiar. Medía un metro noventa y tres centímetros, lo que ya le convertía en una rareza en su género. Es verdad que vestía como un enano, cantaba “Aijó, aijó, a casa a descansar” cuando terminaba su jornada en la mina de diamantes y hacía innumerables tontunas para hacer sonreír a Blancanieves, pero no acababa de encajar por dimensiones y actitudes en la casita de los siete enanitos del bosque y en la parcela rústica de seis mil metros cuadrados que circundaba el chalé.

Siendo un enano, en vez de comportarse con el machismo propio de sus siete compadres, colaboraba en las tareas domésticas con Blanqui, que es como llamaba él a Blancanieves, por acortar, impedía que las bestias del bosque, con la excusa de las canciones y los jueguecitos se ciscasen en sábanas y demás ajuar tendido y era muy aseado, a diferencia de sus colegas.

Por eso, por su mandíbula cuadrada y su hoyuelo en la barbilla, su voz varonil y ese cuerpo depilado y musculoso que parecía el David de Miguel Ángel en carne y hueso, a Blancanieves le ponía. Era verle agarrar el pico para salir camino a la explotación minera, y Blancanieves notaba un cosquilleo incontrolable por aquí y por allá, sobre todo por allá.

Cuando la bruja llegó con la excusa de la venta al detall de frutas y verduras, dispuesta a envenenar a Blancanieves, no dejo de reparar, mientras le hacía el artículo de la calidad del producto a la incauta, en el macizo que sobresalía en el retrato de grupo de los enanos del portafotos de encima de la chimenea. Tanto que estuvo a punto de darle el mordisco a la manzana ella, de lo tensa que se puso. Al final, casi más por suerte que por atención, que la atención la tenía toda en el gachó, le endiñó la manzana dichosa a Blancanieves que, tan lista que era para manipular a los enanos y a las ardillas y a los pajaritos, anduvo torpe y acabo emponzoñada y dormida como un lirón.

Pero Dios castiga sin piedra ni palo, y la bruja, ya reconvertida en Reina Malvada y Maléfica y Malapersona, no pudo evitar managar la foto y, de regreso al palacio y con el cuervo encabronado porque no le hacía ni caso, se deleitó tanto en la contemplación del mozo del retrato que, absorta, acabó por caer en una zanja de las obras de instalación de fibra óptica de Orange, descogorciándose el cocoroto y falleciendo en el acto. A ella la mató la naranja y la lujuria visual, mira tú que paradoja.

Cuando los enanos llegaron y se encontraron el pastel, lloraron como plañideras, amortajaron a la doncella, la metieron en el sarcófago ese de cristal que, qué curioso, ya tenían dispuesto para una eventualidad como esta, lo que hace sospechar si no serían en realidad un tanto psicópatas tipo “Mentes Criminales” y tenían otros planes para Blanqui una vez que se revelase contra la dictadura machista que la convertía en chacha sin remuneración, y la trasladaron al claro del bosque también preparado para esata circunstancia.

Estaban allí lamentaándose, o haciendo el paripé, que a estas alturas del relato ya resultan cuando menos dudosas sus cualidades morales, cuando apareció el Príncipe Azul. Por no dilatar, era muy parecido a como sale en la de Walt Disney. Y, oye, fue bajarse del caballo, mirar al enano gigante y echarse en sus brazos buscando sus labios. El enano, que era enano pero tenía su corazoncito, no le hizo “la cobra” y se morrearon a placer ante la mirada atónita de los otros siete enanos. Y le subió a la grupa del caballo y se fueron los dos a los sones de “Mi jaca” bosque adelante, a celebrar el Día del Orgullo Gay a Chueca.

Blancanieves sigue sobando, con la boca abierta y la baba colgando, los siete psicópatas enanos andan buscando nuevas víctimas y el narrador, que soy, se va a tomar una cervecita. ¡Feliz Navidad y Próspero 1993 a todos!


1 comentario:

  1. Diógenes, ¿la cervecita también te la tomaste en Chueca?....
    Me alegro de leer de nuevo tus relatos
    Saludos

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