martes, 10 de septiembre de 2013

Fila y filiación

En la fila izquierda, por órdenes de la maestra, formarían los hombres y mujeres más feos, aquellos con defectos físicos de nacimiento, mismos que con el paso del tiempo habían derivado en perennes desperfectos mentales, en complejos de inferioridad que se devolvían a la sociedad en forma de resentimientos, de ideas macabras, en una especie de venganza disfrazada de buenas intenciones pero transfigurada al fin en mil y una formas de joder a todos, como para que los fregados no sean ellos solos.
En la de la derecha, siguiendo las mismas órdenes, se alinearían los bellos, los ricos y famosos, los triunfadores de la vida, aquellos para los que nadie ni nada más importaba que ellos mismos, su bienestar —mejor si logrado a costas del malestar de otros—, aquellos que iban por la vida obnubilados por su afán de riqueza, con el medio convertido en fin único, sin poder controlar su sed de poder, enceguecidos por la ambición, por la vanidad, por el egoísmo, capaces de pactar con el diablo para trepar al cielo de los infiernos.
Un poco a la derecha de la fila de la izquierda, atónitos, en columnas de a dos, que así lo habían ordenado, estarían los idealistas juveniles y los maduros ilusos, mirando a los demás con un poco de desprecio, otro de pena y otro de desdén, con aire de superioridad, con la certeza de saber algo que los demás ignoran, seguros de que ellos son los dueños de la verdad, del método y de la compasión, duros desde la mirada pero conservando aún en ella remotos y casi indescifrables rastros de ilusión.  
Un poco a la izquierda de la fila de la derecha, serían ubicados en columnas pares los pragmáticos, desideologizados, los partidarios de capar a los chanchos para que engorden, los capaces de talar bosques del gusto de Dios para plantar bosques a su gusto propio, los que aspiran a la clase media  y los que ya residen en ella haciendo escala para subir al estrato superior, (aquí también están incluidos los de la iniciativa privada privada de iniciativa), los que pelean no siempre limpiamente por entrar al club de los elegidos.
En el medio, sin que nadie nos mande, libres y liberados, independientes e independentistas, autónomos y autonomistas, cuentapropistas, librepensadores, autodidactas, solitarios colectivos, desinteresados, habíamos quedado los demás, multitudes en masa y tropel a los que, desbordados y auto-controlados, solo nos gusta la cerveza, pasarla bien sin joder a nadie y sin complicarnos ni siquiera con la desorganización del Carnaval.

Acragilo Cagaroli

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