viernes, 13 de septiembre de 2013

Mariposa

Cuarto de siglo, veinticinco años, cinco lustros y cero rosas. Así estalló mi particular Big Bang. Fue la parte imprescindible de la gran explosión de mi nuevo yo. De mi nueva vida. Modelo científico que intenta explicar el origen del Universo y su desarrollo posterior de acuerdo con la gran erudita Wikipedia. Desde mi punto de vista no lo intenta explicar sino que lo consigue.
El Big Bang fue el origen de mi universo, el germen de mi actual fortaleza, el nacimiento de mi corazón de piedra, el punto y aparte con doble espacio, el inicio de nuevas teorías –de entre las cuales alguna terminará siendo doctrina- y el principio de mi conversión. Una conversión hacia lo masculino, hacia el mundo varonil puesto que empecé a pensar como lo haría un hombre. Teoría de los pañuelos de usar y tirar; sin contaminar en todo caso y sin irritar las narices débiles que necesitan y acaban dependiendo de su pañuelo. Teoría de los frentes, permaneciendo en todo caso en la retaguardia. Un Big Bang en el que la física y química no tenían cabida en su explicación, tan sólo los delicados dedos de una diosa que al final me quitó la venda de los ojos para ponérsela sobre los suyos y proporcionarme así la justicia que durante esos siete años me había ganado.
Y nada es casualidad, ¿a caso es azaroso que 2012 haya sido el año de mi Big Bang y el átomo de Higgins -del champán para los amigos- haya sido descubierta? La respuesta es no. ¿O que la segunda letra del abecedario sea la misma que Big Bang y el año empiece y a cabe por dos? ¿y que 2012 acabe en doce años de diferencia? Las casualidades no existen.
Mi vida empezaba a andar sobre ruedas, la teoría de la mano invisible hacía eco en mi existencia. El laissez faire keynesiano que desde su estudio me llamó la atención llevaba las riendas que yo había soltado. Todo llegará, todo ocurre si tiene que ocurrir y si no es así, no ocurrirá.
Hoy sigo con cero rosas y algún anillo de hoja de lata. Estoy liberada de aquellas esposas que tanto me gustaban. Me gustaría haber nacido a principios del “equis-equis” porque con toda certeza habría sido yo la musa de Kafka para su Metamorfosis.


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