martes, 10 de septiembre de 2013

Reinas

Corría el mes de marzo y aquel espléndido sol que iluminaba la cocina a través del gran ventanal hacía presagiar la pronta llegada de la primavera. Esta luminosidad conseguía que la imaginación de Paula, que aún no cumplía la decena, se recrease rotulador en mano coloreando historias de dragones y princesas. La tranquilidad de aquella tarde se vio perturbada por uno de esos momentos de curiosidad pueril.
- Mamá- dijo Paula mientras con la espalda y las manos retorcidas sobre el papel se esmeraba en perfilar las alas de uno de aquellos dragones legendarios.
Tanto Ana como Carlota giraron la cabeza para ver como la niña, todavía ensimismada en su creación parecía alargar el tiempo antes satisfacer su curiosidad. Entre tanto, Ana se esforzaba en picar de la forma más homogénea posible los grelos y los puerros recién cortados que añadiría cuidadosamente al caldero que borboteaba con gracia haciendo su trabajo con el hueso del jamón mientras que Carlota no quitaba ojo al color tostado que iba adquiriendo el rodaballo en aquel maravilloso horno de leña. Las miradas de las dos adultas se cruzaron y pareció como si el tiempo se congelase, ya sabían lo que vendría a continuación, lo habían sufrido el año pasado cuando por estas mismas fechas Paula volvió de la escuela con un regalo cuyo remite no estaba claro. Consiguieron salvar aquel escollo con una gran bolsa de golosinas y una sesión de aire fresco por los verdes aledaños del pueblo. Pero este año…este año no podría ser igual.
Quizá fuese culpa suya, de Ana y de Carlota. Puede que la intensa conversación con Sor Virtudes del año pasado no hubiese tenido la repercusión deseada, o también puede que la vieja directora del único colegio de aquella pedanía del macizo galaico hiciese todo con mala fe. Por otro lado, la relación de Paula con todos los niños de su edad era tan buena que quizá hubiesen olvidado preparar una estrategia para este 19 de marzo, el día del Padre.
No les hicieron falta palabras, Ana y Carlota se miraron y supieron qué hacer, aunque probablemente no fuese lo correcto o no les saliese bien. Las dos soltaron los aperos, tanto daba que el guiso estuviese en su punto, y se dirigieron cada una a un lado de Paula, como arropándola para protegerla…del mundo.
La pequeña Paula miró a sus dos madres extrañada una y otra vez y continuó con su dibujo en el que aquel legendario dragón protegía a tres bellas princesas cuyos nombres eran Ana, Carlota y Paula. La niña con la naturalidad que da la inocencia y el desparpajo de la edad preguntó:
- ¿A quién le pinto la corona de rey?
Las tres se fundieron en un sincero abrazo cuyo fin era esconder las lágrimas de esas dos mujeres que tanto habían sufrido y que veían como por fin tanto sufrimiento ofrecía sus frutos en forma de generaciones más abiertas y respetuosas.


H. Acosta

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