Culpas y culpables. El juego eterno.
Víctimas y verdugos. Buenos y malos. Gatos y ratones, perros y
gatos. Camas de hospital y despachos de abogados. Viajes aplazados,
sueños pospuestos. El calor que vuelve locos a los locos y cerdos a
los cuerdos. Dedos acusadores, pulgares arriba, indices indicadores,
anulares que anulan, corazones levantados hacia el Señor, en un
gesto inequívoco. Arenas movedizas, sangre, sudor y lágrimas, polvo
sudor y hierro, despertadores dormidos y bellas durmientes insomnes.
Palos de ciego, palos al agua, palos y tentetiesos, palos en las
ruedas, palos de rosas, palos mayores y palos de mesana. Vientos del
este y del oeste, a tomar viento fresco, vientos que arrastran hojas
de papel marchitas que se caen de las almas, asesinadas por una sed
infernal. La pasarela bajo los focos, no caer de los tacones, todo el
esplendor del modelo del más alto diseño del mejor modista sujeto
por un imperdible de menos de un céntimo, pero lo importante es lo
que parece, no lo que perece, que, como decía John Silver, los
muertos no muerden. Piezas de a ocho, le respondía el loro, siempre
al loro, el tiempo es oro y el que lo pierde pierde un tesoro. Noches
oscuras violadas por millones de farolas incapaces de perdonar a los
murciélagos su obstinación en volar con los ojos cerrados y los
colmillos al aire. Tigres y leones quieren ser los campeones, ya lo
dijo aquel italiano bajito, y no le dimos importancia. Y en la barra
de mi bar, un rey desgalichado grita “¡Una cerveza! ¡Una cerveza!
¡Mi reino por una cerveza!”.
Nada cambia bajo el sol y la vida sigue
igual. La noche espera con las fauces abiertas.
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