domingo, 7 de diciembre de 2014

El amigo invisible

Por antonomasia, un amigo nunca puede ser invisible, con la única excepción del conejo Harvey en la inolvidable película de James Stewart. En cualquier otro caso, es un síntoma de desequilibrio mental, y conste que en un ranking de chalaos yo quedo en el top ten.

Pero del amigo del que hablo es ese que te hace un regalo en determinada fecha, oculto en el anonimato. En un país como este, permitirle a alguien ampararse en la clandestinidad suele ser una invitación al delito. Y esta no es una excepción. Yo paso de amigos invisibles. Mis amigos son visibles, palpables y tradicionalmente bebedores. Gente que nunca perpetraría un regalo encubriéndose en la masa. Ni un crimen.

Lo que pasa es que, como ya somos todos norteamericanos, que lo único que nos falta es el pavo el día de acción de gracias, de nada, y con la excusa de “en vez de varios regalos menos valiosos, uno más sustancioso”, se impone esta nueva forma de barbarie y uno acaba envuelto en asuntos tan turbios como este sin comerlo ni beberlo. Como si el valor de un regalo pudiera cuantificarse económicamente....

De entrada, los regalos con fecha son menos regalos. Porque los esperas. Los que molan son los inesperados, esos que nunca te imaginarías que iban a hacer un cuatro de marzo, a las siete y media de la tarde y en una tasca infame de un suburbio más infame aún, al que no sabes como has llegado y del que no sabes como saldrás.

Luego está la naturaleza del regalo. Hay tres tipos de regalos. El primero, el convencional. Cubrir el expediente con esa colonia que anuncian en la tele a todas horas y que ni te has tomado la molestia de olfatear. El segundo, ese regalo que alguien te hace porque “eso” le gusta a él. Ese puzzle de 30.000 piezas que le regalan a alguien que padece ansiedad, por ejemplo. El regalo de verdad es el tercero, que consiste en ofrendar algo que le gusta al sujeto pasivo, por el procedimiento de devanarse los sesos y observar al agasajado, y prestar atención a qué cosas son las que le apasionan y le emocionan. Este tercero, como el lince ibérico y los autobuses de la línea 41 de la EMT, está en franco peligro de extinción. Lo que no deja de ser una pena.

En legítima defensa, y a despecho de esa educación en la que mis padres invirtieron tanto, sobre todo tiempo, que el dinero no hace la urbanidad, ya advierto que he desarrollado una habilidad extraordinaria para poner una cara de asco que intimida cuando el regalo no me gusta. Luego, las reclamaciones al maestro armero.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.