Pura frivolidad para escapar no del
dolor, al que acabamos por aprender a manejar, sino de la angustia de
la promesa del dolor, de la incertidumbre del mañana, de la sólida
e inexorable premonición de las muertes, la propia, que duele una
vez, y las de los amados, que matan de dolor mil veces, al que
sobrevive.
Pura frivolidad para esconder la
cobardía que nace de alcanzar el valor de no taparte los ojos con
una venda negra. Decía Shakespeare en “Julio
César” que "Los cobardes mueren muchas veces; el valiente
sólo prueba una vez el gusto de la muerte.". Ese valiente del
que habla no es sino un inconsciente que todo lo proyecta sobre su
propia vida. Se muere, se muere más, seas quien seas, cada vez que
se te escapa la vida de alguien que quieres. La muerte propia es sólo
el final. Lo realmente terrible es el camino, con sus largas
despedidas.
Pura frivolidad
es lo que queda. Tan frívolo el heroico deportista, el brillante
investigador, el pintor de batallas, el borracho que canturrea
desafinado. Pura frivolidad. «Vanitas vanitatum, omnia
vanitas»… ¿Hay acaso otro destino?
Otra cerveza, por favor…
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