Y al tercer día, resucité. Bueno, no
exactamente. Al tercer día tuve que ir a trabajar. Una obligación para romper
esta insólita rutina con la rutina por antonomasia.
Y me esperaba el miedo. El mío propio y el del
resto. No sé cuál de los dos más intenso. Guardando la distancia. Mirándonos de
reojo. Apartándote disimuladamente de un compañero que se te acerca demasiado y
percibiendo como se aparta de ti otro al que te has aproximado sin darte
cuenta.
Las filas de uno cada dos metros adornando las
aceras. Los guantes y las mascarillas.
Un carnaval de Venecia en el que todos hemos
elegido el mismo disfraz, Polichinela de aislamiento multiplicado por mil. Un
carnaval sin charangas ni chirigotas, sin alegrías, sin picardías, que nunca un
carnaval fue tanto una fiesta del absurdo. El absurdo de la tristeza y de la
desconfianza.
Los días se han pintado de gris para hacer
juego con los hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario