lunes, 16 de marzo de 2020

PANDEMonium. Crónicas epidémicas. Día primero


Jugando con el sentido del humor y con el miedo, y con la sensación de aislamiento, y con la indignación por la estupidez humana y el orgullo por la grandeza humana, desde un cuarto que había planeado ordenar un millón de veces “cuando tenga unos días para estar tranquilo en casa” y que no me veo con ánimos de atacar.
Rozando con la familia, esa que echo de menos a diario porque lo cotidiano me la secuestra. Bebiendo una cerveza que no termina de saberme bien, será porque no tengo a mis amigos alrededor y el silencio y la birra no hacen buenas migas.
Repasando el catálogo de películas de esas plataformas que prometen la felicidad, desechando unas por antiguas y sin apetencia de otras por lo novedoso. Aunque sirve de termómetro de lo aburrido que puede resultar el pasado, por repetido, y del vértigo que produce lo desconocido, por incógnito.
Me pongo a pensar en los condenados a prisión. Cuando el aislamiento sea completo y no por quince días. Me acuerdo de Henri Charrièrre, el autor de “Papillon”, y de Steve McQueen en aquella celda de castigo de Cayena, o en aquella otra del stalag de “La gran evasión”, o de Clint Eastwood escapando de Alcatraz. Y lo malo es que esta pandemia no es un alcaide a la altura de Brubaker, ni tan guapa como Robert Redford.
Agarrado a las redes sociales como un náufrago a una tabla.

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