jueves, 14 de junio de 2012

Los Khan

No Kant, que era un tío muy raro que se levantaba a las cinco de la mañana y se imaginaba un mundo en el que ser y deber se correspondían, no. Los Kahn de toda la vida de Dios, una familia de enjundia donde las haya, de rancio abolengo y que se remontan a la noche de los tiempos.

Pudiera ser que el primero fuese Gengis, un chaval que se bebía la sangre de su caballo mientras galopaba y tenía callo en las posaderas de galopar sin bajarse de la montura durante días. Para las damas que adoran los culos prietos, este debía ser el “number one”. Como nadie es perfecto, masacró diversas poblaciones asiáticas y les metió la muralla a los chinos por donde amargan los pepinos. Su hijo Kublai se quedó en herencia con las fincas de papi, que abarcaban toda el Asia continental y llegó a ser como el pez: emperador.

También asiático, más del sudeste y de otra rama del árbol genealógico, otro especialista en decapitaciones con cimitarra: Sando, Sando-Khan. Enamorado de una inglesa a la que llamaban “La perla de Labuán”, se dedicaba en las novelas de Salgari a tocar las narices a los británicos imperiales y otros régulos y reyezuelos de la zona. Aunque a mí no me queda claro que fuera tan machote: sus barcos se llamaban “juncos”, se ponía unos pañuelos en la cabeza que me río yo del día del orgullo gay y vivía con otro montón de tíos en Mompracem. Y aunque parece más comportamiento de gatitos, les bautizaron como “Los Tigres”.

Hablando de tigres, en esta familia hasta las mascotas tienen lo suyo. Me refiero a Shere-Khan, el tigre de “El libro de la Selva”, un egocéntrico prendado de sí mismo y nada dispuesto a ceder el poder. Como muchos otros dictadorzuelos, acabó con el rabo ardiendo, algo que debería servir de motivo de reflexión a más de un cacique de la actualidad.

Otra de las mascotas familiares fue Darta, Darta-Khan. Este ya era otra cosa. Mosqueperro y fiel servidor de la reina, era un perro de confianza, que lo compartía todo con sus compañeros. Es verdad que tenía un ratón como “personal asistent” y que guapo, lo que se dice guapo, no era. Pero el perro y el oso, cuanto más feo, más hermoso. Mítica es su frase “Uno para todos y todos para uno”, que parece la apología de un festín con cordero, aunque aquí hay que añadir vino y una ensalada.

También parece pertenecer a la familia el Aga Khan, que es el líder de los ismaelitas nizarís. De este caballero ya sé menos, pero recuerdo algún “Hola” de mi infancia en cuya portada salía con unas señoras estupendas. Rememorando a Mel Brooks, debe ser bueno ser Aga Khan.

Luego está Oliver Khan, un portero alemán muy feo, algo así como la versión teutónica de Mick Jagger, pero en germánico y con mucha más mala leche. No merece más comentario. Bueno sí: no confundir con Oliver Aton, el de Oliver y Benji, que era mucho más simpático.

No está confirmada la pertenencia a la familia de Dun-Khan Dhu ni de Juan Bos-Khan, aunque pudiera ser que tuviesen alguna relación. Pero el que sí da el perfil es Dominique Strauss-Khan, que debe ser familia del compositor austriaco y de estos, por parte de madre. Aparte de las tropelías económicas que haya podido realizar al mando del Fondo Monetario Internacional, que debe ser como la Isla Tortuga, refugio de bucaneros, piratas y filibusteros de todo pelo, al chico le han pillado intentando aprovecharse de todas las zagalas que le pasaban cerca, y no es que sea un adolescente precisamente.

Y hasta aquí esta breve semblanza de los Khan. No escribo más por no resultar Khan-sino.

domingo, 10 de junio de 2012

Santi

Se llamaba Santiago, aunque yo siempre le llamaba Santi. Y le llamaba Santi porque lo primero que aprendí de él es a hacer mi santa voluntad. Era terco como una mula y de convicciones inamovibles, poco dado a dejarse aconsejar y muy orgulloso. Era mí tío sin ser mi tío y siempre le he hecho un regalo por el Día del Padre. Ya sé que todo parece contradictorio, pero las cosas son como son.

Y dicho esto, que es verdad, me quería. Me quería mucho. Tanto como yo a él, por lo menos. Me quería porque me había enseñado a leer, había estrenado conmigo en un viaje apasionante a Aranjuez aquel Seat 124 Sport y yo le había recitado alguna poesía. Estábamos abocados a chocar, como dos locomotoras que circulan por la misma vía en direcciones opuestas, porque a él ya le he descrito y de mí puedo decir que soy terco como una mula, de convicciones inamovibles, poco dado a dejarme aconsejar y muy orgulloso.

Me deja una herencia enorme: la pasión por la lectura, la devoción por Frank Sinatra, Tom Jones, el violinista en el tejado, Louis Amstrong cantando “Hello Dolly” y los villancicos de Bing Crosby, una colección extensa de novelas de Julio Verne y Grandes Clásicos Juveniles, cientos de fotos escritas por detrás con las que puedo documentar mi infancia y en las que, casi siempre, me llama Luisito, la afición por la Historia, sobre todo de España, el gusto por el cine a base de películas de Walt Disney en el cine Imperial…Y una filosofía de vida en la que una caña de cerveza bien fría resulta imprescindible para que un momento sea redondo.

Nunca tuvo en cuenta las opiniones de los demás y siempre le vi hacer lo que le daba la real gana. Tenía desparpajo a espuertas y poca vergüenza. Le gustaba viajar y comer bien, y una onzita de chocolate mientras miraba la tele. Me malcrió como malcrió a Robi, nuestra perrita, que acabo por convertirse en tan sibarita como él. Fue excesivo en todo y equilibrado en todo. No sé como lo hacía: tenía la fuerza de voluntad necesaria para desayunar una manzana y hacer gimnasia por la mañana y la inconsciencia de ponerse morado de dulce nada más cenar. O sí se como lo hacía: lo hacía porque le salía de las narices, y ya está.

Se acordaba de su madre en estos últimos tiempos y le pedía a Dios que le llevase con ella. Otra paradoja más, porque su madre no era su madre. De corazón le deseo que esté con ella en un sitio mejor, aunque a Doña Pilar no le arriendo la ganancia. Me apuesto lo que quiera a que allí, en el cielo, va a seguir haciendo lo que le apetezca.

No sé lo que tardaremos en volver a vernos, pero cuando llegue ese momento te diré lo mismo que te he dicho un poco antes de que te fueras: “Un beso, Santi”.
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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.