Andén 12. Llegadas: Salamanca, 18:15 horas.
Cojo mi maleta y bajo del tren. Delante,
una señora cargada de kilos para adentrarse en la vida que detrás de Chamartín
le aguarda.
Subo las escaleras mecánicas y se
despliega ante mí el caos a hora punta. Decenas de personas transitan de un
lado buscando horarios y vías que les acerquen a un momento de felicidad.
Paneles informativos, cafés, maletas, máquinas expendedoras, zonas de espera, bocadillos,
taxis, despedidas. Reencuentros.
Como un fin de semana más, permanezco unos
segundos hasta tener valor para cruzar la entrada y salir a la calle. Se abren
las puertas. Salgo. Aún es de día en pleno mes de junio. Y como un fin de
semana más me siento a esperar en la terraza de enfrente. Una caña, por favor.
Pronto, la misma rutina fuera de la rutina. Reencontrarte con la persona con la
que llevas compartiendo media vida. La otra media se pierde en los días de
diario. Sabiendo que ni entre semana ni los fines de semana vivo la vida como
se merece.
Miro al frente. A través de las puertas
automáticas se percibe el interior de la algarabía viajera.
Andén 14. Salidas: Córdoba, 18:35 horas. Y
sin querer verle, sin querer buscarle ni querer encontrarle, aparece. Viene
corriendo con una mochila, no necesita más equipaje. En menos de dos minutos
sale su tren hacia el sur. Donde le espera ella. Hace un mes que le conozco.
Trabaja conmigo desde entonces. Fue elegido a través de una entrevista
telefónica que le dio acceso a una beca de varios meses. Una persona más en
prácticas. Una persona nueva a la que enseñarle las dependencias, la
organización del trabajo y su mesa. Pero desde su voz al teléfono hasta la
última mirada cruzada desvelan que no. No es uno más.
Esta misma mañana, durante la primera
conversación personal que teníamos los dos, coincidíamos que la distancia en
medio de dos personas rompe con lo que les une. Ambos viajábamos esta tarde
para impedirlo. Y ambos nos cruzamos en Chamartín. Rápidamente se pierde entre
las escaleras que secundan al cartel del andén 14. El momento apenas ha durado
unos segundos.
Y en ese instante, sé que no servirá de
nada ni su viaje ni el mío. Las vías a veces se entrecruzan. Las vidas a veces
también. En la siguiente parada, nos aguarda el mismo destino.
Mónica Gómez