Debatiremos al principio sobre dos sustantivos gramaticales que han sido utilizados a lo largo del tiempo para definir un mismo lugar, el término pórtico y el término atrio. Consultados diccionarios de arte y enciclopedias generales descubrimos que la única diferencia entre ambos es consecuencia de la época histórica a la que hagamos referencia. Si entendemos como pórtico el vestíbulo cubierto y con columnas situado delante de los templos u otros edificios monumentales de época paleocristiana y generalmente adosado a ellos estaremos acertados. Pero si consideramos por atrio el recinto cerrado y porticado que precede a la entrada de un edificio basilical y que a lo largo de la Edad Media se personificó en el acceso a los templos cristianos también acertaremos.
Hecha esta aclaración, creemos necesario profundizar ahora en un tercer término: “gloria”. Desde pequeños nos enseñaban que la gloria es el lugar donde se goza de la presencia de Dios. En la liturgia católica es un canto de alabanza celestial. Así pues, considerando los dos conceptos no resulta difícil llegar a comprender el porqué de la denominación dada al lugar que nos ocupa, “EL PÓRTICO DE LA GLORIA”. Si pórtico es entrada y gloria es cielo, estamos entonces hablando de una entrada al cielo.
Si el análisis lingüístico o semántico de los términos nos lleva a la conclusión anterior, no estaríamos menos equivocados llamándolo como tal, solamente por el hecho de ser acceso al ejemplo más representativo y magnífico del románico pleno español, sin olvidar el significado y simbolismo religioso que representa para toda la comunidad cristiana.
Efectivamente el sobrecogimiento que el visitante siente cuando pone el pie por primera vez en este lugar le traslada, tanto en el tiempo como en el espacio según avanza hacia el interior del templo, a un cielo pétreo armonizado en las formas donde se reconoce la supuesta divinidad. Tendiendo, una vez devuelto a la realidad, a ensalzar y alabar lo que sus ojos nunca podrán desprender de la retina y la mente y guardar glorificando el recuerdo de tan grata visita.
Antes de abordar el análisis del Pórtico de la Gloria, efectuaremos una visión general de todo el edificio templario, desde su inicio hasta la fase de construcción del Pórtico, donde ya, de una manera más concreta nos introduciremos en sus peculiaridades y detalles.
Para el profesor Bango Torviso de la Universidad Autónoma de Madrid, tres son las fechas que podemos considerar validas para la iniciación de las obras de construcción de la Catedral de Santiago de Compostela. La primera 1.075 según consta en una inscripción de la capilla del Salvador, la segunda 1.077 como indican algunos documentos textuales del archivo catedralicio y por último un año más tarde como queda de manifiesto en el Codex Calixtino. De lo que no hay duda es de que el primer impulsor de la obra fue el obispo D. Diego Peláez que durante la década de 1.078 a 1.088 dirigió la primera fase construyendo la cabecera del templo con una girola semicircular completa y cinco capillas radiales y culminándola con un cuerpo superior o tribuna. Por problemas políticos, Pelaez se vio obligado a huir a Navarra quedando paralizada la construcción durante unos años.
Antes de terminar el siglo XI aparece como responsable de la diócesis compostelana y continuador de las obras otro obispo, D. Diego Gelmírez, dándole un gran impulso, ascendiéndola de diócesis a archidiócesis, ascenso jerárquico que convierte la Basílica en el emblema de la nueva sede. Durante esta segunda fase se derriban los restos de la antigua iglesia prerrománica y se construye el transepto. Estamos ya en el año 1.112, siendo los diez siguientes muy productivos, se avanza deprisa en todos los tramos de las naves central y laterales. Se manifiesta en esta época la clara influencia del Cluny y su liturgia gregoriana en el diseño final del templo.
Desde principios de la década de los veinte, aproximadamente sobre 1.122, se produce un nuevo parón que llega a durar unos cincuenta años, hasta que en 1.168 el rey Fernando II de León, después de una visita a Santiago, encarga al maestro Mateo la finalización de las obras. El encargo que se realizaría con la construcción del pórtico de entrada y la cripta que lo sustenta, terminando así, con la fachada principal del edificio, las obras.
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(El Andalusí)