viernes, 19 de agosto de 2016

Complejos


Me apasionan las personas complejas. Me apasionan y me agotan, también es verdad. Son los que han comido del fruto del árbol de la sabiduría, asesorados por una serpiente imagino que adscrita a algún colegio profesional. Robada la fruta, decía el Génesis que descubrían la vergüenza, cosa previsible, que el conocimiento de lo que somos y, sobre todo, de lo somos capaces de ser, ruboriza al más desalmado.
Como castigo, otro postre, esta vez del árbol de la vida, que te condena a la conciencia de la muerte. Me parece poca pena para tanto delito, que lleva implícito el beneficio penitenciario de la redención del miedo, porque puestos a morir, mejor vivamos.
Pero decía Zaratustra que “quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo, que cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”. Y eso sí que duele.Y así ves retorcerse a los más brillantes en brazos de un relativismo criminal, perdida toda inocencia, asustados ante las dimensiones de sus propias dudas y acosados por la insoportable levedad del ser, que diría Kundera.
Para evitarlo, aconsejo tirar del botiquín del alma. Con efecto analgésico y antinflamatorio, tienes el frasco de la belleza, las grageas de la frivolidad, el jarabe del absurdo, las cápsulas de la risa y las pastillas del amor. Combina los principios activos, adminístrate las dosis que necesites y no dudes en consultar a tu farmacéutico. Curar, no curan. Pero como paliativo son inmejorables.
Buenas noches, personas complejas, desde el noveno de los círculos. Se equivocaba Dante, porque el infierno es más como un serpentín, o como el rombo eterno cuya cinta gira siempre para devolverte a la misma cara. Transitado el ciclo completo de curvas, vuelves a la casilla de salida, el cielo, eso sí, sin cobrar las veinte mil pesetas que prometía el Monopoly.



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