En griego quiere decir “Hijo de León”, que si uno considera que en
la Esparta del siglo sexto antes de Cristo no había La 2 para ver los documentales del Sherenguetti entre cabezada y cabezada, ni funcionaban las líneas aéreas low cost para viajar al África austral, y lo de montar un zoo no se les había pasado por la imaginación, puede que en realidad al chico lo llamaran así porque había nacido en Astorga o Ponferrada, no sé.
Para empezar a putearle, su padre se llamaba Anaxándridas y su hermano Cleomenes, que es de suponer que se dirigiese a ellos como “pápa” y “Cleo”, por que por no pronunciar los nombres ya da uno dinero.
Nacer en Esparta ya era de por sí una faena. Era la capital de Laconia, de donde proviene lacónico. Y he llegado a la conclusión de que era una sociedad gobernada por las mujeres. Por los motivos siguientes:
- Si nacías chico y no dabas el percentil adecuado, te tiraban ladera abajo del monte Taigeto, y santas pascuas. El bueno de Leo debió dar bien en báscula, porque lo dejaron con vida. Si a lo que llevaba esta gente le podemos llamar vida.
- A la tardía edad de siete años te mandaban a la mili. La instrucción (el CIR para los que ya son de mi edad) duraba hasta los veinte, y luego, a participar en la guerra que dijera el rey sin protestar.
- Tenías que comer, con el resto de ciudadanos, en comedores públicos. Y la comida la debían preparar los arrestados de la mili, que el plato tradicional era el “Caldo Negro”, que era carne de cerdo o jabalí, sangre y vino.
Las mujeres, sin embargo, eran muy bien consideradas, porque “engendraban espartanos”. Que digo yo que lo harían con ayuda, porque lo de la inseminación artificial es mucho más moderno. Pero de la contribución masculina al asunto no se hace mención. Esto, unido a lo anterior, da idea de que las que mandaban eran las tías: sólo se quedaban con los hombres macizos, los mandaban a la mili durante la edad del pavo, y que los aguante el Estado, y eso de “¿Te preparo cena?” no entraba en su vocabulario.
Con todos estos datos, no me extraña que los hombres de allí fuesen lacónicos, que da la impresión de que si decían algo en casa, cobraban.
Para sobrevivir, se alquilaban como mercenarios o se inventaban guerras con quien fuera. Que está claro que lo hacían para poder salir con los amigos. Para estos una guerra era como para nosotros una despedida de soltero: no sabes si volverás a casa en condiciones, pero que rato te pasas sólo con tus colegas…Me imagino a Leónidas comentándole a su mujer lo de los persas:
- Cariño, que me han llamado, que tenemos que ir a las Guerras Médicas…
- Pues tú no vas, que nosotros tenemos seguro privado.
- No, si no es por el copago, es por los Medos, que son unos bárbaros que quieren invadirnos…
- Tienes salidas para todo
- Es que tengo que ir, que soy el rey…
- Claro, tú te vas a la guerra con tus amigotes y aquí me quedo yo con las niñas. Y tenían que atacarnos precisamente el fin de semana que sabes que viene mi hermana a vernos. No sé como te aguanto.
Leónidas debía ser un tío majete, aunque un poco despistado. En primer lugar, calculaba como el culo. Me le imagino mesándose las barbas y echando cuentas:
- Si los persas son doscientos cincuenta mil, y cada uno de los míos vale por cien… No me sale. Bueno, ya está, quedo con mis trescientos mejores amigos y yo creo que seremos suficientes.
Y en segundo lugar, perdía los escudos como yo los paraguas, que ya le dijo su mujer al irse: “Vuelve con tu escudo o sobre el, que tienes una cabeza…”.
El caso es que se fue con los trescientos, conocidos como “soplitas” por lo que trasegaban, aunque el nombre se deformó y ahora los conocemos como hoplitas. Les hablaron de un garito llamado “Las Termópilas”, que ellos pensaron que era un club de carretera, y al llegar se encontraron con Jerjes y su cuadrilla, que venían de ver un partido entre el Persépolis F.C. y el AEK de Atenas, celebrado en Salamina. Volvían cabreados, acusando al árbitro de corrupto y renegando de
la UEFA, y al toparse con los espartanos, empezaron a increparse.
Leónidas, que ya digo que tenía la cabeza a pájaros, se puso a buscar la sarisa, el casco y el escudo, que no sabía donde los había puesto. En ese momento, Jerjes le conminó a rendirse diciendo:
- Leónidas, entrega tus armas.
Y Leónidas, azorado como estaba pensando en la bronca de su mujer que le iba a caer por haber perdido otra vez el escudo, le contestó:
- Vale, pero ven a buscarlas…
Sea por el estrépito o porque Jerjes andaba durillo de oído, solo le pilló lo de “ven a buscarlas”, y se lo tomó como una chulería. Resultado: mandó a los Inmortales a por los espartanos, con dos consecuencias: a los Inmortales les cambiaron el apodo y Leónidas acabó pensando en dejarse matar, porque si volvía a casa sin escudo y dando explicaciones de porqué se había vuelto a meter en otra pelea de bar, su mujer lo desollaba.
El resto de la historia es conocido. Un espartano al que no le dejaban salir con ellos por contrahecho se encabronó y le enseñó a Jerjes un paso alternativo al desfiladero, atacaron a los espartanos por todas partes y, como leí no se donde, “los espartanos no fueron derrotados, simplemente murieron”.
Y Leónidas pasó a la historia con sus trescientos mejores amigos, que, si bien es cierto que fallecieron, también es verdad que se ahorraron un montón de explicaciones sobre la hora a la que has llegado, que has bebido y donde has estado.
Buenos días, y AUUUU!!!!!!!!!