Me bajo al salón del hotel a desayunar. Mi empresa me ha mandado a Vigo a configurar una red informática para Citröen, y tengo trabajo para unos cuantos días. Me sirvo un café cargado y me acuerdo de la rubia de ayer. Hacía tiempo que una mujer no me hacía hacer el ridículo dos veces el mismo día. Pero es verdad que hay mujeres por las que se pasaría uno la vida haciendo el ridículo.
Me viene a la cabeza el título de una película: “Los caballeros las prefieren rubias”. Yo no es que sea precisamente un caballero, que soy más bien un gañán, pero hoy me parece que el guionista acertó con el nombre.
Además, a mí, que pronto cambiaré el prefijo cuatro por el cinco, y dejaré de ser un cuarentón para ser un cincuentón, me gusta especialmente comprobar lo bien que le sientan los años a algunas mujeres. Aunque, es verdad, seguro que a esa rubia le sentaron bien los veinte y los treinta. Y que le van a sentar bien todos los que vengan.
Tan ensimismado estoy que me he aliñado la tostada con el pimentero y me he quemado la boca con el café.
En ese momento, a través de la vidriera del hotel, pasa la rubia. Se me cae el café y me pongo perdido. La muy pícara se quita las gafas de sol, me vuelve a guiñar un ojo y sigue su camino.
Para cuando quiero salir del hotel, se ha perdido calle abajo.
Empiezo a pensar que la rubia es un sueño….