miércoles, 12 de septiembre de 2012

La rubia de Vigo (II)

Me bajo al salón del hotel a desayunar. Mi empresa me ha mandado a Vigo a configurar una red informática para Citröen, y tengo trabajo para unos cuantos días. Me sirvo un café cargado y me acuerdo de la rubia de ayer. Hacía tiempo que una mujer no me hacía hacer el ridículo dos veces el mismo día. Pero es verdad que hay mujeres por las que se pasaría uno la vida haciendo el ridículo.

Me viene a la cabeza el título de una película: “Los caballeros las prefieren rubias”. Yo no es que sea precisamente un caballero, que soy más bien un gañán, pero hoy me parece que el guionista acertó con el nombre.

Además, a mí, que pronto cambiaré el prefijo cuatro por el cinco, y dejaré de ser un cuarentón para ser un cincuentón, me gusta especialmente comprobar lo bien que le sientan los años a algunas mujeres. Aunque, es verdad, seguro que a esa rubia le sentaron bien los veinte y los treinta. Y que le van a sentar bien todos los que vengan.

Tan ensimismado estoy que me he aliñado la tostada con el pimentero y me he quemado la boca con el café.

En ese momento, a través de la vidriera del hotel, pasa la rubia. Se me cae el café y me pongo perdido. La muy pícara se quita las gafas de sol, me vuelve a guiñar un ojo y sigue su  camino.

Para cuando quiero salir del hotel, se ha perdido calle abajo.

Empiezo a pensar que la rubia es un sueño….

martes, 11 de septiembre de 2012

La rubia de Vigo (I)

Estoy esperando para cruzar en la intersección de la Rua de Brasil con la Gran Vía. Hay dos coches parados: un Audi A-3, ocupado por tres jóvenes y otro cuya marca desconozco, al volante del cual hay una mujer rubia, cuarentona, de esas que te quitan la respiración. Mientras espero, los tres chicos piropean a la mujer, una cosa con gracia, nada grosera. El destello de la sonrisa de la rubia debe estar dejando cegata a alguna gaviota de las Islas Cíes. Si era guapa tan seria mirando el semáforo, al reírse parece que hubiese encendido la iluminación de la ciudad.

Se abre el semáforo, el Audi arranca y yo me doy cuenta de que, mirando a esa chica, se me ha pasado la fase verde. La rubia me mira, me guiña un ojo y arranca también.

Lástima de moto para seguirla....

Esa misma noche estoy tomándome una cerveza en una terraza cerca del puerto. Yo en Vigo estoy más perdido que las hijas de Zapatero en la Scala de Milán. Estoy pensando en preguntarle al camarero donde puedo tomarme luego una copa, cuando aparece la rubia con dos amigas. Si verla sentada en el coche ya me había dejado seriamente afectado, de cuerpo entero casi me deja de cuerpo presente. Las curvas del circuito de Laguna Seca, “Sacacorchos” incluido, son una tontería comparada con las que dibujaban esos vaqueros y esa camiseta.

Se fija en mí, les dice algo a sus amigas y se acerca a mi mesa. Según se aproxima, se me encogen los dedos de los pies, que parece que los zapatos sean tres tallas más de la mía.

- ¿El del semáforo?

Como el cerebro ha dejado de funcionarme, parece que sólo la vea mover los labios, porque el sonido tarda más en llegar a mis dos neuronas aún en funcionamiento. Me mira con de sorpresa, no sé si al ver que no soy capaz de cerrar la boca o que no le respondo nada. En mi corteza cerebral salta entonces ese chispazo avisador de que estoy haciendo el ridículo. Lo malo es que desencadena respuestas que sólo se ajustan a mi lógica, que no es tal. Así que interpreto que ha debido decirme algo en gallego y por eso no la he entendido. Resuelvo la situación como casi todas en mi vida.

- A rapa das bestas, a matanza do porco, boas noites....

Así, a bote pronto, es lo único que recuerdo de mis exiguos conocimientos del idioma de Doña Rosalía... La rubia se parte.

- Barbitas, eres más feo que un berberecho, pero tienes gracia...

La veo irse celebrando la situación con sus amigas. El camarero le pasa la bayeta a la mesa llena de babas y, entonces me doy cuenta de que se me vuelve a escapar...¡Vaya día!!!!!
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