sábado, 26 de noviembre de 2011

Sábado, 26 de Noviembre

"Patología de la normalidad: creer que lo que la sociedad considera normal es lo “bueno” y lo “correcto” para cada uno de nosotros aunque vaya en contra de nuestra verdadera naturaleza."


Erich Fromm (23 de marzo de 1900 en Fráncfort del Meno, Hesse, Alemania - 18 de marzo de 1980 en Muralto, Cantón del Tesino, Suiza) fue un destacado psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista estadounidense de origen judeoalemán.

Miembro del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Fráncfort, Fromm participó activamente en la primera fase de las investigaciones interdisciplinarias de la Escuela de Fráncfort, hasta que a fines de los años 40 rompió con ellos debido a la heterodoxa interpretación de la teoría freudiana que desarrolló dicha escuela, la cual intentó sintetizar en una sola disciplina el psicoanálisis y los postulados del marxismo. Fue uno de los principales renovadores de la teoría y práctica psicoanalítica a mediados del siglo XX.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Un dios salvaje


Ficha:

Película: Un dios salvaje. Título original: Carnage. Dirección: Roman Polanski. Países: Francia, Alemania, Polonia y España. Año: 2011. Duración: 79 min. Género: Comedia negra. Interpretación: Jodie Foster (Penelope Longstreet), Kate Winslet (Nancy Cowan), Christoph Waltz (Alan Cowan), John C. Reilly (Michael Longstreet), Elvis Polanski (Zachary), Eliot Berger (Ethan). Guion: Roman Polanski y Yasmina Reza; basado en la obra teatral homónima de Yasmina Reza. Producción: Saïd Ben Saïd. Música: Alexandre Desplat. Fotografía: Pawel Edelman. Montaje: Hervé de Luze. Diseño de producción: Dean Tavoularis. Vestuario: Milena Canonero. Distribuidora: Alta Classics. Estreno en Francia: 7 Diciembre 2011. Estreno en España: 18 Noviembre 2011. Calificación por edades: No recomendada para menores de 12 años.

Sinopsis:

Dos niños de unos once años se enfrentan con violencia en un parque. Labios hinchados y algún diente roto. Los padres de la “víctima” han invitado a su casa a los padres del “matón” para resolver el conflicto. Lo que comienza siendo una charla con bromas y frases cordiales, adquiere un tinte más violento a medida que los padres van revelando sus ridículas contradicciones y grotescos prejuicios sociales.

Opinión:

Roman Polanski nos sorprende esta vez con una comedia negra, sarcástica, donde lleva a la gran pantalla Un dios salvaje, la obra de teatro de Yasmina Reza. Una película donde dos parejas adultas se citan para hablar de una disputa entre sus hijos, en principio de forma amigable, pero poco a poco se ve como el ser humano, cubierto de esta capa que tenemos de cinismo va saliendo nuestro lado más oscuro, cruel y salvaje, dejando al descubierto todos los trapos sucios que tienen de por sí siempre las familias.
Rodada en un único escenario, sin casi banda sonora, de duración corta para ser considerada película, apenas una hora, pero si hubiese sido mas larga perdería toda su fuerza. El único peso de esta obra, aparte del guión, es el reparto de lujo, el cuarteto de actores está sobresaliente, cada uno en su papel de representar casi a la perfección las continuas contradicciones a los que nos sometemos los humanos en este mundo que es un campo de batalla.

Película divertida, entretenida, donde muchas de las posturas son reflejos diarios de casi todos nosotros en estas sociedad tan hipócrita y mezquina, que os sacará más de una carcajada y una sonrisa.

Cita: “Las altas discusiones que ocupan la conversación de las parejas de clase media no tienen, en realidad, gran importancia”.

Calificación:



Clark Kent

jueves, 24 de noviembre de 2011

La noche en que murió Freddie Mercury


Como un ritual, sequé despacio mi cuerpo hasta no dejar ni una gota de agua. Fui generoso con el tiempo dedicado a elegir la ropa, aunque rácano para comprobar el efecto que causaba en mí. El espejo me devolvía una imagen bien compuesta de mi aspecto, pero no era capaz de desprenderme de una incómoda pesadumbre.
Mientras el taxi me llevaba, trataba de concentrarme en que iba a verme con Luna después de casi cuatro semanas. Fui rememorando algunos de los momentos más felices que habíamos pasado juntos, los mejores besos, risas o abrazos. Después de siete años de vida en común nos habíamos acostumbrado a estar separados durante períodos prolongados, debido a su trabajo, pero los reencuentros tenían algo de emoción y también de incógnita. Siempre hacía el ejercicio de invocar los recuerdos, para tenerlos todos muy cerca en el momento de volverla a ver. Pero ese día los recuerdos venían impregnados de melancolía, pues entre ellos se colaba el eco de nuestra última y abrupta despedida.
Nos habíamos citado a las siete y media en el Bulsara, un bar donde servían unos cócteles magníficos al que hacía tiempo que no íbamos. Luna vendría directamente desde el aeropuerto. Había adelantado su vuelta un día, y yo no había tenido tiempo suficiente para cambiar mi turno, de modo que esa noche tenía que entrar a trabajar en la radio a las tres.
Pedí un Martini seco mientras esperaba su llegada. Apenas tardó diez minutos. Vestía su maravillosa sonrisa de siempre, adornada con un elegante traje rojo. Pidió lo mismo que yo. Todo parecía perfecto. La ciudad estaba preciosa, el atardecer cubría los edificios como si hubiese derramado el bote de color arrebol sobre ellos. Los dos estábamos impecables, el ambiente del bar era cálido, y sin embargo percibía un halo de fatalidad en todo aquello.
Pasamos los primeros minutos relatándonos lo vivido en los últimos días, parte de lo que ya nos habíamos contado por teléfono. El tono superficial no cedía, y yo iba notando que la ansiedad se iba enrollando en torno a mí como una serpiente. Ella seguía con la misma aparente naturalidad, era experta en moverse por situaciones fronterizas sin perder jamás el pie.
Por fin se hizo el silencio durante unos instantes.
- Te voy a dejar, Hugo. Lo siento, pero ya lo he decidido.
Me mantuve callado, esperando en vano que ella continuase. Le contesté.
- ¿Ya lo has decidido? ¿Y yo, no tengo nada que decir?
- Claro que tienes que decir, pero eso no cambiará mi intención. No es una cosa que se me acabe de ocurrir. Ya está muy madurado.
- Pues a lo mejor me tenías que avisado un poco antes, por si podíamos poner remedio. Así no me dejas alternativa.
Luna habló mucho tiempo, trazando teorías sobre el amor y la pasión. Habíamos vivido febrilmente, nos habíamos amado con desmesura, sin escatimar.
- Todo eso lo hemos vivido, Hugo, pero esto se muere, como todas las cosas, y tampoco hay que sentir tanta pena, porque hemos exprimido el amor hasta el final.
Yo sólo acerté a balbucear algunos tópicos sobre tirar por la borda el tiempo que llevábamos juntos o segundas oportunidades, pero fue como intentar detener un tren con las manos.
- Mira – me dijo -, el amor es como esta copa de Martini, al principio es ancha y aunque bebas mucho parece que no se va a terminar, y te atraviesa la garganta como si fuera fuego. Pero poco a poco, nos vamos acostumbrando a su gusto, y la copa se va estrechando, hasta que se acaba.
Yo miraba hacia la mesa, incapaz de levantar la vista de ella.
- Nuestra copa se está terminando, Hugo, ya está casi vacía y no se puede llenar otra vez, así que no le des más vueltas. Eso sí, nos queda un último sorbo, y de ti depende que nos sepa dulce o amargo.
Levanté la cabeza con ademán inquisitivo, sin saber muy bien qué quería decir.
- Vayamos a casa. Vamos a hacer el amor por última vez, pero sin tristeza, como si fuese la primera. ¿Qué mejor manera de decirnos adiós?
- Por favor, no me vengas con sarcasmos.
- No te hagas la víctima, no te lo propongo de broma. Ya te digo que la decisión está tomada, me voy a ir de todos modos, pero me gustaría que al menos nos quedase un buen recuerdo de la despedida.
Permanecí callado unos minutos, tratando de reunir la fuerza para tomar alguna actitud, la que fuese. Miré alrededor, a la gente, que ajena a mi naufragio, bebía, charlaba o se divertía. Pensé en que mi drama era aún mayor porque no pasaría nada después de él. Igual que cuando alguien se marcha o se muere, el impacto apenas duraría un momento, y la vida seguiría para todos.
Así, la autocompasión trajo de la mano al peor de los compañeros, el despecho. Ante lo inevitable, renuncié a un postrero episodio de placer con la mujer a la que todavía amaba, por disfrutar de una pose de digno y estúpido orgullo, y de ese modo elegí un frío adiós.

Aquella noche di por la radio la noticia de la muerte de Freddie Mercury con lágrimas en los ojos, aunque no sabía si en realidad eran por él o por mí. Y nunca le olvidaré, porque mientras él agotaba su vida yo perdía parte de la mía como el que se deja agua en el vaso sintiendo aún sed. Vivir hasta el fin, apurar las copas, era algo que sólo les estaba reservado a personas como Luna, o como Freddie. Y maldije el fatalismo que tanto me pesaba, que me impedía hacer otra cosa que no fuera rebozarme en la amargura.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La cerradura


Se acercó a la cerradura, guiñó el ojo derecho y miró con el izquierdo a través de ella.
La casa había sido testigo de grandes acontecimientos en tiempos pasados, revoluciones, crímenes, pasiones. Era un caserón de piedra, de planta cuadrada con dos pisos. Las ventanas, pequeñas, acompañando la austeridad de toda la edificación. El blasón de la familia coronaba la puerta de madera, tachonada de clavos, con un llamador en forma de cabeza de dragón que hacía pensarse dos veces golpearlo. Y la cerradura. Era tan grande que casi se podía meter un dedo, y cuando la llave no estaba puesta por dentro se veía desde el exterior un punto de luz que ejercía un magnetismo al que era difícil resistirse. Muchos niños habían cosechado un tirón de orejas al ser sorprendidos buscando algún suceso extraordinario.
El paso de los años hizo de la casa un montón de ruinas, se hundieron los techos y los sólidos muros descendieron hasta el suelo. Sólo la puerta quedaba en pie, rodeada de unas cuantas piedras. Aunque podía entrar por cualquier otro lugar, ese chico aún sentía la emoción de lo prohibido al mirar por la cerradura, como si toda la magia de la casa aún permaneciese en su interior.

martes, 22 de noviembre de 2011

La noticia del día: El seleccionador de Samoa, multado a pagar 100 cerdas

AS, 22 de noviembre de 2011

El seleccionador de rugby de Samoa, Tuala Matthew Vaea, ha sido condenado a una multa de cien cerdas por su conducta durante la reciente Copa del Mundo de Nueva Zelanda, informa la televisión neozelandesa.
El Consejo de Ancianos de la villa de Leauva ha impuesto dicha multa a Vaea por entender que su comportamiento, denunciado por el capitán del equipo, Mahonri Schwalger, supuso un descrédito para su pueblo.
Schwalger entregó un informe al Primer Ministro de Samoa, Tuilaepa Aiono Sailele, en el que denunció que tanto el seleccionador como otros responsables del equipo se tomaron la Copa del Mundo como "unas vacaciones".
El capitán reveló que el técnico abandonó sus obligaciones durante el campeonato, dejó con frecuencia la concentración del equipo y pasaba demasiado tiempo "bebiendo con los amigos". Schwalger y otros miembros del equipo consideran que la conducta del seleccionador y de otros miembros de la Unión Samoana de Rugby afectaron al rendimiento del equipo nacional, que fue eliminado en la primera fase de la Copa del Mundo de Nueva Zelanda con dos victorias y dos derrotas en el grupo B.
La selección de Samoa había levantado grandes expectativas para la Copa del Mundo después de vencer a la número dos del mundo, Australia, en un partido de preparación. Pagar cien cerdas está considerado un castigo severo en Samoa y su equivalente en dinero son unos 2.500 dólares, según la televisión neozelandesa.
El propio Primer Ministro samoano declaró al diario Samoa Oberver que había visto personalmente a varios oficiales del equipo en la zona VIP del estadio durante el partido contra Sudáfrica en actitud de "faapio le kulilima'' (empinando el codo).


No encontramos ninguna conducta censurable en el seleccionador de Samoa.

El atraco presunto


- Buenos días, vengo a denunciar que me han robado el bolso, el ladrón ha huido en un coche. Era pequeño, de color negro y tela rosa.
- Ya, el bolso robado, y ¿dice que el ladrón era de color?
- ¿De qué color?
- ¿No me ha dicho usted que era de color?
- Claro, de tela rosa y piel negra.
- Pues lo que le digo, me está confundiendo. ¿Y hacia donde huyó el negro?
- ¿Qué negro?
- Oiga señorita, le advierto que si se está burlando le puedo poner una multa. Me acaba de decir que era de color.
- Señora. Sí, bueno, de color rosa y piel negra.
- Pues eso, caramba, y entonces, ¿adónde fue?
- Directamente aquí, a la comisaría.
- ¿A qué habrá venido aquí el ladrón? No puede estar lejos. ¿Y la hora?
- Son las doce y veinte.
- La hora en que actuó el ratero.
- Huy, no lo miré, ya hace un rato.
- ¿Cómo se llama?
- No tengo ni idea, agente.
- ¿No sabe su nombre?
- ¿Y cómo voy a saber su nombre?
- Por favor, señorita, el mío no, el suyo.
- Señora. Y por más que se empeñe no sé como se llaman ni usted ni el ladrón.
- Me estoy volviendo loco. O sea, que ha huido con su bolso en un coche. ¿Qué marca era?
- Prada.
- ¿Es una nueva marca de coches?
- Ah, yo no sé nada de coches.
- ¿No dice que se ha ido en coche?
- No señor, me he venido en taxi, para llegar lo antes posible.
- Pero, ¿y el ladrón?
- Es el que me ha quitado el bolso.
- ¡Señorita!
- Señora. No se altere, agente, es que me hace unas preguntas muy raras.
- La última. ¿Llevaba algo de valor?
- Pues el bolso que me han sustraído.
- ¿Pero en el interior?
- No, ha sido en plena calle.
- Señorita, nos pondremos a trabajar en el caso de su bolso inmediatamente; esperamos tener pronto noticias de su paradero.
- Señora. De mi paradero no se preocupe, agente, que estaré en mi casa. Más les valdrá buscar el bolso y al ladrón. Muchas gracias.

lunes, 21 de noviembre de 2011

El mundo está cambiando

El mundo está cambiando. No es una pregunta ni una frase, sino un hecho. Cuánto mal no hacen las nuevas tecnologías, con lo fácil que era antes; me refiero a los tiempo de las cavernas o algo más: uno se levantaba, hacía sus cosas, sí, esas de por la mañana, y nos íbamos de caza a tirar unas flechas con los compis de tribu, clan o familia. Vuelta a la casa, comida siesta, siesta “especial” y vuelta a empezar hasta la caída del sol. Quien dice cazar, dice sembrar unos cereales, no vamos a ser especialitos. Eso sin complicaciones: que no cazabas, no comías, era así de sencillo, sin horarios, sin estrés, bueno el que te pudiese producir un tigre dientes de sable o una manada de lobos.

Ahora nos vemos aquí en 2011 de forma totalmente dependiente de las máquinas. El estrés no lo produce un peligro de muerte, al menos en nuestra “avanzada” sociedad, sino la puta batería de mi iPhone que se me ha muerto y me encuentro incomunicado con el mundo, eso sí, estoy en la oficina rodeado de compañeros, pero no estoy en la red. ¡Qué horror!

Pues esto no es nada, las nuevas tecnologías han llegado a las lavadoras, perdón, lavadoras secadoras o mejor dicho lavasecadoras. ¡La bomba!

Una de las cosas cotidianas en la vida actual es que algo de tu casa se rompa. Algo que compraste con toda la ilusión del mundo hace un buen puñado de años, con lo que los controles era más o menos básicos, bueno, en las teles cuando nos pusieron el TDT nos jodieron, teniendo que aprender otro mando. ¡Al turrón! Pues eso, que se me rompió la lavadora e iniciamos el proceso de reparación dando aviso al servicio técnico. Error, esto es una sociedad de consumo y hay que comprar una nueva. Cambiamos el proyecto de reparación al de compra de la lavasecadora más guay del mundo mundial, eso sí, en un sito baratito, que la cosa no está para tirar. Vamos a la tienda en cuestión y comienza el vendedor,

- Buenos días, en que les puedo ayudar.

- Queríamos una lavadora – secadora.

- ¡Ah! Una lavasecadora -  cagüen. ¡Primera en la frente!

- Bueno sí, eso.

- Bueno, pues tenemos aquí…  - yo no recuerdo todo lo que dijo, pero la leche - … y aquí tenemos la tubo Max de LAVAPLUS, capaz de ahorrar energía y mucho mas por la cantidad de tropecientos, no, tropemil euritos.

- Vale, esa.

Llega el gran día en que nos la llevan a casa, ¡qué emoción! Pues nada, después del trabajo, como es costumbre con estas cosas, no leemos las escuetas instrucciones y nos vamos al panel de controles. Joder, si es táctil, ¡la madre que me parió!, ¿y qué sistema operativo lleva esto? ¿No será el Android ese de los móviles? ¿A que vamos a tener que hacer un curso para manejar la lavadora, perdón la lavasecadora? Bueno, tranquilidad, que no es para tanto, que trabajamos con tecnología. Bien, menú con la rueda de selección como en los coches de alta gama. Que sí, que Mercedes, Audi y BMW la tienen. Programas completitos de lavadoquetecagas, un poco menos,  el de agua fría y los secados, mucho más, y muchísimo y además es totalmente configurable, como Windows, ¡qué pasada!
Vuelta de rueda para un lado, pulso botón, ahora el otro y el de más allá, ojo que los botones son táctiles, creo que ya lo he dicho, pero es que mola que no te cuento, y ahora al PLAY, ¡tiene el símbolo del play, que lo sepas!
¡Un momento! ¿Que estoy emocionado probando una lavasecadora? ¡Esto no puede ser! Pues sí que está cambiando el mundo. Pero si esto hace unos pocos años era de mujeres, sin ánimo de ser machista, simplemente era así. Y por cierto, ¿mi mujer? Mi mujer jugando con su nuevo teléfono 3G conectada a Internet y chateando con las amigas.
Y ahora os cuento la del móvil también porque tiene tela, telita, bueno ahora no, os dejo que os recuperéis de esta intrascendente historia.

Perdigones
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