CARSHARING
Reconozco
que no soy un gran aficionado a compartir nada, y desde ahora lo seré menos
aún. Darme de alta en la aplicación fue un suplicio, y tuve que enviar hasta
una radiografía de mis dientes, pero lo conseguí. Caminé varias manzanas, menos
mal que esto no es Nueva York, y por fin me encontré ante mi reto tecnológico,
había dos iguales, me subí en el de atrás. Leí todas las pegatinas y creí ponerlo
en marcha, porque no sonaba, pero se movía. El coche tenía un olor dulzón a
perfume de mujer mezclado con tabaco, parecía que hubiesen derramado un bote
entero… Lo haré constar en la aplicación.
Me
movía en el tráfico con la soltura que tienen los coches pequeños. Subiendo por
Génova, atasco. Avanzábamos lento, los carriles se redujeron a uno, y al llegar
a Alonso Martínez, control de Policía. ¡Qué pereza! Ya solo me quedaban dos. Despacio.
Me mandaron al lateral, los demás siguieron. Trámites de papeleo, revisaron mis
documentos y los del coche, llamaron por la emisora… ¿Podría bajar del vehículo? Me bajé y me escrutó. Después
inspeccionó el coche, abrió el maletero, se giró y vomitó. Me acerqué y vomité.
Se giró y me encañonó. Desde ahí todo sucedió muy rápido, los nervios, el mareo
y la imagen de aquella mujer mirándome inerte, no me ayudaron a ser consciente
de lo que sucedía.
Con
lo que me cuesta salir bien en el fotomatón, y en comisaría me hicieron tres
fotografías sin miramientos, sin dejarme posar. Miraba los dedos manchados de
tinta, recordando los rotuladores del colegio, y sin parar de reclamar mi
inocencia. Clara llevaba desaparecida un par de días. Sus compañeras de piso y
profesión habían denunciado el hecho sin mucho éxito. Alguien de perfil
parecido al mío, en un coche similar, había sido el último cliente aquella
noche. Amor en riesgo de muerte por 30 euros.
El
abogado de oficio, un sesentón con boquita de piñón hizo su aparición. No venía
solo, le acompañaba una becaria, una pasante de todo. Les conté la historia
varias veces, me preguntaron por la mujer, que si la había estrangulado con el
panty, que era mejor que dijese la verdad, que todo se sabría. Después de una
hora Beatriz, la asistente, me pidió que volviese a explicar cómo había sido el
proceso del alquiler, otra vez, otra vez, a la cuarta se levantó y salió de la
sala. Me apretaban las esposas. Esperamos un buen rato, y un poco más. Entró un
oficial de policía, me soltó y me dijo que no habría ni cargos ni ficha de la
detención, sin disculpas.
En
la calle, la flamante abogada explicó que habían podido comprobar con mi
smartphone que el alquiler del coche no se había ejecutado. Me había subido en
el coche que no era. Ella, usuaria pro, se dio cuenta que no había mencionado pasos
cruciales previos, como comprobar la carrocería o abrir el coche, al parecer se
encienden los intermitentes. Agradezco, me despido y cojo un VTC. Al subir
reconozco ese olor dulzón, el conductor se gira y me mira. Escalofríos.
Javier Nombela Olmo