viernes, 12 de agosto de 2011

Especies peligrosas

REEDICIÓN. Publicado originalmente el 05/04/2011

El otro día estaba caminando por la calle tan tranquilo, pegado a la reja de un parque, cuando de repente oí un rugido feroz que se acercaba a mí a toda velocidad; me di un susto de muerte cuando vi abalanzarse al animal y, idiota de mí, me puse en postura de hacerle frente o pararle con los brazos. Menos mal que no pasó de ahí; la correa le detuvo, iba tan lanzado que casi se ahorca él solo, pero si no llega a estar atado se hubiera quedado con la poca carne de mi brazo. Me debí quedar más pálido que lado derecho del barón Ashler mientras le miraba. El bicho seguía ladrando desaforadamente; era feo como un demonio, el perro, y pensé que debía pertenecer a una de esas razas que están dentro de las especies peligrosas, de esas que las hacen a propósito para despedazar a la gente o a otros animales.

Seguí andando mientras me recuperaba del susto, para reunirme con mi compadre Diogenes a través de los senderos espacio-temporales y degustar unos reconstituyentes, e iba dando vueltas a la cantidad de especies peligrosas que nos rodean sin que a veces seamos conscientes de ello. No me refiero ya a los ministros, consejeros, concejales, eurodiputados, jueces, médicos, abogados, seguratas, tertulianos, opinadores, árbitros, periodistas, inspectores de la SGAE, y no sigo porque no acabo. No.

Me refiero a otras cosas. Por ejemplo, antes de llegar a mi destino, oí a mi lado un ruido como si se hubiera chafado un tomate. Miré a mi derecha y vi un coche con el parabrisas completamente cubierto por una deyección recién caída de las alturas. Lo primero que pensé era que se trataba de un pterodáctilo; en la rama del árbol que había sobre el coche reposaba toda pancha una paloma. Debía ser una paloma mutante, o recién llegada de Japón, porque por el tamaño podía haber sido un buitre. El producto de su digestión tenía pinta de que podía empezar a disolver el cristal del coche, y me pregunté qué dieta llevaría para eliminar semejantes residuos. Si no fuera porque sé que son granívoras hubiera barruntado que se había comido una ración de berberechos corrompidos (otra especie peligrosa). Y decidí que aunque no llueva no es mala idea llevar un paraguas (de titanio contrachapado) cuando se pasea bajo los árboles.

Por fin llegué al bar, y a pesar del desaguisado intestinal de la paloma, se me había abierto el apetito, así que pregunté con qué podía acompañar la jarra de cerveza que nos habíamos pedido. Opté por unas brochetas de presunto pollo que en la foto no lucían mal. Sin embargo cuando las pusieron ante mí, y luego las probé, no hubiera puesto la mano en el fuego porque aquello en vez de pollo no fuesen unas brochetas de mofeta, comadreja, topillo o cualquier otro mustélido que prefiero ni imaginar. Cuando acabé con ellas, y ante la risa de mi socio, que me inspiró, pensé en pedirle al camarero alguna otra especialidad de la casa, como una ración de coatí chuchucho a la vinagreta, unas delicias de chacal rustido, una cazuelita de ragut de hiena del Kalahari, o una tapa de chopito ponzoñoso de Manchuria.

Lo que digo, estamos rodeados. Y otro día hablaré de las mascotas que gasta el personal.

Rick.

jueves, 11 de agosto de 2011

El sexo y la madre que lo parió.

REEDICIÓN. Publicado originalmente el 25/03/2011
Hace tiempo leí en cierto periódico digital un estudio realizado por un grupo de psicólogos de no recuerdo que universidad, que defendían que si al escribir un artículo, en el titular del mismo aparecía la palabra 'sexo', pasaría a ser de los tres más leídos durante ese día aunque el contenido de dicho artículo no tuviese nada que ver con el tema en cuestión.

No quiero malentendidos de ningún tipo y menos aún que nadie se sienta ofendido, pero personalmente, creo que el sexo está sobrevalorado. Vamos a ver, que está muy bien, que conoces gente, que te entra un cosquilleo por la espalda muy agradable, pero no deja de ser algo que echas de menos cuando no tienes, pero que si lo tienes, entonces pasarás a echar de menos otras cosas, leer un buen libro sentado en un cómodo sillón, ver una buena película sin que nadie te moleste, tomar un whisky de malta en compañía de un par de buenos amigos.

Desde el punto de vista masculino (el único que yo conozco) es cierto que en ocasiones el hecho de tener una relación con una persona del sexo contrario te 'obliga' a realizar una serie de sacrificios que con la edad y el tiempo ves innecesarios. Estos van desde pagar una caja de botellines a tus amiguetes (algo con poca trascendencia) a pasar a convivir con una persona que aprieta el tubo de la pasta de dientes por el medio, algo muy molesto, porque todos sabemos que se tiene que apretar por el final, e incluso puede llegar al matrimonio (lo cual tiene bastante trascendencia, porque para empezar se te acaba el sexo además de muchas otras cosas).

En el fondo creo que todo se limita a que lo que necesitamos es superar una serie de retos impuestos por nosotros mismos, solo que en el caso que nos ocupa cuando nos queremos dar cuenta nos encontramos recogiendo a la suegra en la estación sur de autobuses al regresar de un viaje del inserso o comparando folletos de ofertas de diferentes supermercados, y todo eso sin contar con la necesidad de tener descendencia para que la especie no se extinga (como si a mi me importase la especie) dando por supuesto que esa descendencia tiene que ser bilingüe, saber nadar a mariposa y tocar el clarinete, con lo que no te queda otro remedio que acompañarles a infinidad de tareas extraescolares, dejando el tiempo que puedes ocupar en ti mismo en uno o ninguno.

A pesar de todo y como decía el maestro, donde esté una buena corrida, que se quiten los toros.

Pepote

domingo, 7 de agosto de 2011

La prima de riesgo...

Abrumado por el aluvión de informaciones que nos asaltan desde los medios de comunicación, he salido de casa con la inquietud manifestándose en retortijones espasmódicos de tripas y un súbito tic que afecta al párpado de mi ojo izquierdo, y que me ha costado varias miradas sorprendidas de señoras y señoritas que, al cruzarse conmigo, han pensado que las requebraba de esta tan tradicional guisa.

Mi primera parada ha sido en el bar de Mariano, que, sin dejar de limpiar los vasos a base de salivazo y restregón con bayeta putrefacta, ha intentado convencerme de que la prima de riesgo es una que tiene su mujer, que es más fina que las gallinas, y a la que, por el peligro que tiene, la llaman así. Me he terminado el café, no sin escupir la nata y algo parecido a las patas traseras de una cucaracha, que Mariano dice que son posos pero yo no me lo creo, y he salido de nuevo a la calle con más confusión que traía y, por que no decirlo, arcadas del asco que me ha dado el "tropezón" y la oferta de presentarme a la susodicha.

Nepomuceno, el kioskero, futbolero recalcitrante, me ha ofrecido otra explicación. Esta es una chica de Donostia, hija de una hermana de la madre de Asier Riesgo, portero muchos años de la Real Sociedad y que actualmente milita en el Osasuna. Pero no ha podido explicarme en que se basa la afirmación de que está fuera de control, y lo ha resuelto diciendo que las chicas de ahora están todas disparadas y que ya no quedan hembras como las de antes.

Me he acercado a la caja de ahorros, por ver si el director, Dionisio, podía ilustrarme en la materia. De una breve entrevista con él he obtenido dos resultados: que "prima" es el femenino de "primo", que es  una de las formas en que tanto financieros como delincuentes comunes llaman a los "julais" y riesgo es el que he asumido yo al entrar tan alegre a una entidad crediticia, y la evidencia es la firma de un contrato por el que les cedo todos los intereses que genere mi cuenta corriente en los próximos setenta años a cambio de una sartén, muy bonita, eso sí. Dioni dice que eso es otro invento para acogotar al personal y que para prima la que cobra él por "asesorar" a pardillos como yo.

Así que me he quedado un rato sentado en un banco del parque pensando que quien me manda tratar de desentrañar los arcanos de la economía globalizada. Al rato, un anciano que decía llamarse Ricochet, o Pinochet, no, creo que Trichet, se ha sentado a mi lado y, sin dejar de hacer migas una barra de pan duro, me ha endiñado una conferencia sobre lo poco que le queda para jubilarse y lo que se ha divertido todos estos años haciendo declaraciones desconcertantes por el mero placer de ver como palidecían ministros de finanzas y jerifaltes de agencias de calificación. No le he entendido nada y me ha puesto la cabeza como un bombo. Y encima me ha cagado una paloma que venía a por el cuscurro de la barra.
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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.