viernes, 20 de septiembre de 2013

Prohibido tocar

En la parte de atrás, más allá del patio, estaban las orquídeas de Doña Olga y el jardín sacramental al que mi madre, conocedora de lo que éramos capaces y empeñada en criar príncipes y no niños, nos había vedado la entrada con una simple orden inquebrantable:“las orquídeas de Doña Olga, no tocarlas ni por error”.
Un día lo hice. Fue en un domingo estupendo de mis recién cumplidos 10 años. En el cine de Olegario, el padre, daban una película que tenía como protagonista un famoso perro, cuyo título perdí en el desorden de los años. Era nuestro ritual de familia: cada domingo, después del privilegiado encanto de visitar la casa imponente, almorzar en el aristocrático comedor y evitar las rudezas de Olegario, el hijo; Olegario, el padre, nos lavaba la cara con una toalla áspera y muy fría, nos metía en su auto y nos escondía en la cabina de proyección de su cine, siempre a punto de estar abarrotado de gente. Ese domingo, finalizado el postre, me levanté de la silla, dije un educado “permiso” y,  antes de que Doña Olga, desde la cabecera de mesa respondiera “servido” yo estaba corriendo hacia el orquidiario. Había visto, a mi llegada, un par de hermosas Catleyas moradas. Las buscaba. Entré al jardín de Doña Olga, caminé entre cientos de orquídeas florecidas o a punto de,  y me encanté con la cantidad inverosímil de Catleyas reunidas en un solo sitio. Decidido, caminé hasta las que estaban a mi alcance. Las miré, embobado, y sin pensar en nada, arranqué dos de ellas del tallo al que estaban pegadas. Las arreglé en un ramo que se me antojó precioso y caminé circunspecto y orgulloso hasta el salón, (palaciego, por supuesto) en que mi madre y Doña Olga hacían visita con algunas otras “principales” del pueblo.
Aún puedo ver la cara de horror de mi madre, transfigurada por la sonrisa asesina de Doña Olga. Aun puedo sentir el efecto aniquilador de sus palabras y la silla bajo la escalera:
- Pedro, hoy usted  no va al cine,  ni se levanta de esa silla hasta la hora de irnos.
Ayer, pasé caminando por la calle 25. La casa todavía está allí. Desvencijada, envejecida, robados todos los que fueron encantos de palacio; fui hasta el jardín cubierto de malezas. Las orquídeas de doña Olga se me dibujaron en los escombros del pasado.
Entonces me enteré, por vivir escuchando conversaciones ajenas, que mañana comenzarán a demolerla. Se la ha tragado la ambición de Olegario, el hijo.  Como a las orquídeas de Doña Olga, el cine de Olegario, el padre,  y el futuro, que esperábamos brillante.
Como a todo.


Juan Carlos Liendo Mogollón

jueves, 19 de septiembre de 2013

Lame

Lame, dice.
Una gota de rubí sobre una piel nívea, como en un poema antiguo.
Un espejo de bronce, de volutas recargadas, excesivas, donde se refleja su cuerpo. El torso está cubierto por una camiseta de algodón, su rostro oculto por el pelo. No necesito verlo para reconocer sus rasgos. De cintura para abajo está completamente desnuda, las piernas abiertas en un ángulo de 35 grados, tal vez un poco más, y el menstruo que gotea por la cara interior del muslo.
Lame, dice ella.
Forma parte del acuerdo. He revelado su secreto y ahora he de beber su sangre.


Alejandro Ruiz Criado

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Desde la tercera galería III



J. está mirando muy fijo la puesta de sol. No se me ocurriría interrumpirle.

Cuando deja de mirar y se vuelve, me encuentra y sonríe. Tiene una sonrisa tímida. A Juan, el Dios que fuere le ungió con dos dones. El primero son unas retinas capaces de descomponer la belleza, para volver a componerla a su manera. El segundo, unas manos capaces de plasmar esas composiciones. Son unas manos nerviosas, permanentemente temblorosas salvo cuando se aferran a un pincel o sujetan un cigarrillo.

J. es homosexual. Está aquí por beligerante, por arrojar virtualmente un zapato a un gobernante prepotente y homófobo. Pero es el ejemplo de lo que alguien puede hacer con su orientación sexual. Asumirla. No es preciso publicarla, no hay que poner anuncios en prensa, no es la primera información que se comparte con alguien a quien acabas de conocer. Pero forma una parte importante de tu forma de vivir.

Me dice que el gobernante en cuestión también es homosexual. Pero nunca, por convicciones religiosas, o morales, o por puro egoísmo político, ha asumido esa realidad. Y se ha convertido en un reprimido rencoroso que, bajo la apariencia de tolerancia oculta un profundo odio. Le aplica la frase “Ni una mala palabra ni una acción buena”.

Me ofrece un cigarrillo y se levanta. Me quedo pensando en lo que me dice mientras se va. Necesita fijar sobre el lienzo lo que ha visto, y no puede esperar. Me quedo solo en las gradas del patio. Mirando los últimos rayos de sol. Preguntándome por que motivo nos cuesta tanto aceptar a aquellos que no se ajustan a esa plantilla ideal que alguien nos insertó en el cerebro. Y cual es el motivo que hace que ser consciente de que tú mismo no te ajustas a la plantilla puede convertirte en alguien infeliz para siempre.

martes, 17 de septiembre de 2013

Dios at work

Estaba Dios en donde quiera que viva Dios, más aburrido que una mona. Como la papiroflexia le parecía un arte menor y los sudokus los resolvía antes de plantearlos, se le ocurrió montar un universo, a ver que tal le quedaba.

El universo le quedó bastante apañado. Sus planetas, sus estrellas, su bóveda celeste, todo exterior, muy luminoso, bien ventilado, magníficas vistas. Por ponerle alguna peg...a, le faltaba plaza de garaje y trastero, pero había sitio de sobra para hacer las reformas que hiciesen falta.

Lo que pasa es que era todo inanimado y, la verdad, desmerecía un poco. La materia orgánica, a pesar de que acaba por descomponerse y dar mal olor, tiene un algo de vida que fascina.

Así que Dios diseñó las plantas. Muy vistosas, coloridas, pero un poquito sosas. Siempre tan quietecitas, plantadas. Y Dios se plantó y se dijo que un poquito de movimiento no le iría mal.

Se fabricó unos cuantos animalitos. Pero lo malo de liarse la manta a la cabeza es que te acabas meando fuera del tiesto: le quedaron muy coquetos los perros, los gatos, los patos…y enardecido acabó por inventar el okapi o el ornitorrinco.

Un tanto frustrado, pensó en fabricar otro bicho más a su imagen y semejanza. Se sacó de la chistera al hombre. Y otra vez las dudas. Estaba bien, pero era un poco bruto, no le interesaba más que el fútbol, la cerveza y el mus y le salió más bien peludo.

Hizo una adaptación reciclando una costilla del sujeto, y apareció la mujer. Mucho mejor, donde va a parar. Aunque tampoco era perfecta. Hablaba mucho por teléfono y perdía el sentido al ver los letreros de las rebajas.

Dios se sentó en una nube y reflexionó. Llevaba seis días haciendo experimentos y nada terminaba por satisfacerle. Así que puso en una olla unos garbanzos remojados, un hueso de rodilla, un trozo de tocino, otro de chorizo, una punta de jamón…y le salió el cocido. Y al probarlo se dio cuenta de que, por fin, había creado algo divino. Y descansó, pensando, por otra parte, en negociar consigo mismo un nuevo convenio colectivo, que eso de trabajar seis y librar uno…

De cómo le pasó la receta a mi madre no tengo datos.

Corpus hipercubicus

Pagó un alto precio por ser una estrella, un ídolo, un referente único. La suya fue una historia con final  traumático, ensangrentada, no exenta de morbo, de múltiples simbolismos e insondables misticismos. Una historia mediática que se reinventa cada primavera en medio de un mercantilizado fervor con olor a cera quemada. Una historia aderezada con una pizca de falso respeto, dos gotas de culpa y una proporción nada desdeñable de sexo. Idónea para la arquitectura del  cuento. “Corpus hipercubicus”: una cruz.    Dalí: un genio.

Ramón Freixenet Estol

rfreixenetestol.blogspot.com

lunes, 16 de septiembre de 2013

El Comando "Triple P"

Lo que más me gusta de ir al trabajo es sin duda la hora de la comida. Me resulta interesantísimo poder observar una mesa para veinte llena de humeantes, multilavados y atomatados “tapergüer” de los chinos junto a neveritas o bolsas isotérmicas de propaganda para transportarlos (las de ellos, marcas de bebidas alcohólicas o del Real Madrid y las de ellas Vives Voucher, Pinky Winky o Hi Kitty). Lo que me llama la atención de la escena no es lo mal que sale el tomate en el lavavajillas aunque uses pastillas de marca (qué fastidio, de verdad) o la peste que se queda en el pasillo que lleva a la sala de descanso cuando alguien calienta pescado a la meniere o al estilo “Karlos Marmitako, sino lo sano que comen todos ellos, sin excepción.
Cada miembro del Comando “Triple P” (Piña, Pavo y Pollo) entra en la sala de descanso con su tupper ardiendo entre las manos, sonriente como si tuviese la hipoteca pagada, convencido de lo sana y desequilibradamente light que es su dieta aunque realmente su aparato digestivo sabe que en cuanto salga del trabajo vendrá la comida de verdad, con su bolsita transparente de cómo máximo cinco colines integrales de pipas de calabaza y nueces de Macadamia (yo tampoco gasto otras), cubiertos de tamaño y color inferior al habitual y por supuesto su lata de piña al natural. Qué momento tan apasionante, tanto o más que ese insípido y digestivo postre.
Puedo afirmar que si sumáramos el aporte calórico de todos los tupper de la mesa juntos, no creo que alcanzaran las 1.500 calorías y eso cuanto menos es sospechoso toda vez que la talla media de los comensales estaría en la 40, si tomamos como referencia la medida de las tiendas de ropa “De Pleno” o “Y Punto, Román” y una 44 en caso de que fuera de “Estradivandalus” o “Zahara”.
Este detalle me invita a pensar varias cosas; por un lado que tienen las tablitas de madera de casa reventadas de tanto cortar salchichón, cabeza de jabato y lomo de cabecero de merendola y por otro, que todos ellos son accionistas de “Campofrío” y por las noches le pegan duro a las salchichas XXL deluxe con queso brie, en caso contrario no sé qué explicación puede tener que no adelgace ni “Perry” con tan selecto ambigú.
Aunque lo más curioso no es lo que comen mis compañeros o el menudeo de L-Carnitina que se respira por allí sino que a pesar de lo relatado, el que suscribe se deja caer a eso de las 13:00 horas por el comedor “KH-7” (desengrasante por antonomasia) para intentar por medio de un improvisado chascarrillo, comer por la patilla; eso sí que es deplorable. Hay que ser sinvergüenza (que lo soy) para sustraer un pedazo de pan siendo el único carbohidrato que hay encima de la mesa; desde luego no hay derecho.


Aven

domingo, 15 de septiembre de 2013

Encuentro fugaz

Suena el disparo de salida y el corredor lanza su cuerpo hacia delante con un formidable impulso. Con rápidas zancadas se coloca a la cabeza del grupo. Respira profundamente y acelera para agrandar la distancia que le separe del resto. Sólo se escucha la respiración de los que participan y el crujido de la tierra  al ser pisoteada. En unos minutos se ha alejado del resto y se permite un ritmo más relajado. Al entrar en una curva, por un brevísimo instante, un deslumbrante destello le hacer perder la concentración.
El encontronazo con el otro es brutal. Retrocede a consecuencia del impacto y cae al suelo desorientado. El corredor ha chocado con alguien grande y fuerte. Aturdido y con los ojos cerrados, aún no reconoce al sujeto. Su cabeza ha topado con algo duro y por la brecha de su frente mana la sangre profusamente. Oye un gruñido sofocado y abre los ojos alarmado. Frente a él un corpulento y peludo hombre, con facciones simiescas,  blande una piedra con intenciones nada claras.
En una fracción de segundo, su cuerpo libera una descarga de adrenalina tan potente, que se incorpora y emprende una alocada huida. Detrás de él oye resoplar al enorme bruto y su pesada marcha de predador. Pero él es un deportista acostumbrado a las competiciones y con una profunda inspiración, huye a máxima velocidad. Por el rabillo del ojo percibe un fulgurante chispazo.
En la meta es vitoreado con entusiasmo. Ha pulverizado definitivamente la marca anterior. Antes de desplomarse comprueba que nadie le persigue.
El examen médico determina que la lesión en la cabeza se ha producido por el impacto con algo duro y cortante. Más tarde el atleta encontrará en el interior de su camiseta un diente incisivo con restos de sangre seca.


Habitante
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