jueves, 30 de agosto de 2012

Delirio de una noche de mucho calor



“Llevaba el amanecer en los labios y el ocaso en los ojos, y una cartera llena de los errores de los demás, y de alguno propio, colgada como un bolso de Dior, que hasta lo peor hay que saber llevarlo con estilo. Me llevó de paseo por mi lado salvaje, me asomó al abismo y me obligó a juzgar, sabiendo que nada es más injusto que ser juez y parte. Se probó todas mis camisas de once varas, se puso mi canotier y la leontina de mi único reloj de leontina por pulsera, y se echó al monte. La perdí tantas veces que la dí por perdida, y hasta por hallada en el templo. Le hizo un retrato al carboncillo a mi corazón, y me dibujó una grisalla de mis días más grises, que salían azules y rojos, y, como quien no quiere la cosa, me cambió un febrero por dos mayos y encima se quedó la propina.

Me cantó las cuarenta y se llevó diez de monte, bailamos con lobos, nuestras sombras se rieron hasta de nosotros, le dí pan y me llamó tonto, tuvimos más vergüenza que miedo y no encontramos un Coronel a quien escribir, ni un Hotel California, ni un Shangri-la veinticuatro horas, ni un todo a veinte duros de pelar…No es lo mismo llamar al Diablo que verlo venir, parecía decirme, y cada uno es dueño de su propio amor propio y firma sus pagarés y sus deberés…De repente, sonaron las campanas de San Ginés, el fantasma de Quevedo nos preguntó la hora y caímos en la cuenta y en las cuentas pendientes.  

Tiramos del hilo, buscamos pies con tres gatos y auroras con rosario, se dejó conectado el interruptor de encender estrellas y yo perdí el paraguas que me regaló Mary Poppins y los guantes de retar Mosqueteros”.

martes, 28 de agosto de 2012

Alejandro

Son un matrimonio con dos hijas. Él le andará por los cincuenta y tantos, ella es más joven. Las chicas son veinteañeras y tan guapas como la madre. Juraría que les he visto alguna otra vez, pero soy un desastre para las caras y los nombres.

Se ríen, se ríen mucho. Desde mi atalaya del pico de la barra les veo disfrutar de las cervezas y de la conversación. Él lleva la voz cantante, y parece estar contando una retahíla de anécdotas.

Le pregunto a Luis, que es un tipo formal. Me dice que es Alejandro, un médico bloguero que fabrica una página de relatos divertidos y picantes, y que no es la primera vez que viene. Luis le relaciona con mis locos del blog, aunque no sabe exactamente como.

Sentados un poco más al fondo, una pareja discute acaloradamente. Me sigue chocando ver a dos personas jóvenes enconarse de tal modo. No entiendo mucho, pero me parece que es una actitud más propia de quienes ya han agotado sus esperanzas y pagan su frustración con el otro, no de quienes comienzan un proyecto en común. Cuando veo estas riñas pienso que tienen que tener sus orígenes en conflictos de orgullos, en esa estupidez tan humana de tratar de imponer el criterio propio y de no ceder ni ante la evidencia del error. Contemplado desde mi punto de vista, me parece una sandez y una pérdida de tiempo. Pero mi trabajo no es dar consejos, así que sigo con mi cerveza. Empieza a tocar Mark Knopfler.

En mitad de esa suerte de bifrontismo entre quienes ríen y quienes discuten, la chica de la discusión se atraganta con un aperitivo. Empieza a gesticular y a ponerse roja, se está quedando sin aire. Su pareja no reacciona. Los nervios le atenazan. Cada segundo que pasa sin que ella pueda respirar parece la eternidad retransmitida a cámara lenta. Entonces Alejandro se levanta ligero a pesar de su corpulencia, abraza a la chica por detrás, coloca sus manos entrelazadas en el centro de su pecho y hace saltar hacia atrás como un resorte sus dos brazos.

La aceituna vuela. La chica abre la boca y quiere respirar todo el aire del mundo a la vez. Alejandro la suelta, la mira y le pregunta si se encuentra bien. Ella dice que sí y le da las gracias. Él se vuelve a su mesa. Su mujer le da un beso y sus hijas le abrazan. El tío se ríe a placer.

En la otra mesa, él le echa en cara a ella lo ansiosa que es para comer y ella a él su falta de determinación cuando ha sufrido el accidente.

Alejandro se levanta con sus chicas, paga en la barra y se va. Los novios de la mesa elevan el tono de su discusión. Les digo que se callen. Me miran sorprendido, pero se callan. No quiero perderme la silueta de aquel hombre saliendo del bar a los acordes de “Local Hero”....Cómo si supiese que le estoy mirando, y mientra toma a su mujer por la cintura, el muy canalla gira la cabeza y me guiña un ojo...

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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.