jueves, 23 de enero de 2020

La misiva de la ruptura. Un tierno relato romántico. Carta de un desengaño amoroso

"Estimado ex-prometido:

Te adjunto la presente al paquete que recibirás mediante mensajería, que volver a verte es lo último que deseo, al objeto de ofrecerte mis disculpas por los lamentables incidentes acaecidos en la fiesta de pedida que organizaste en la finca "El Cornúpeta". Aprovecho para decirte que, de haberte casado conmigo, ese podría haber sido tu apodo. Por buscar algo positivo.

Lógicamente, en el mencionado embalaje se halla el ánfora etrusca con la que tratabas de evidenciar tu amor por mi. Podrás comprobar que se encuentra en perfecto estado, salvo por los restos de alcohol, sustancias estupefacientes y fluidos orgánicos que lo ensucian, y que me niego a limpiar.

Reconozco que sorprendernos mutuamente en inodoros contiguos en los servicios de caballeros del complejo de ocio no ayudó en nada a que el sarao terminase bien. Pero debo añadir que me vi en tan incómoda tesitura por la concatenación de eventos. A saber.

El hecho de que fuese tu padre mi partenaire no debes tomarlo como personal, del mismo modo que yo no considero una afrenta especial el que fuese el mío el que compartía habitáculo, con los pantalones a media asta, contigo.

En descargo de mi progenitor diré que creo acertar si digo que era la primera vez que consumía drogas, lo que, a buen seguro, provocó en él un efecto indeseado de desinhibición, del que no puedo culpar a mi prima, quien os proveyó del producto, por ser pública y notoria su dedicación al tráfico de dichos compuestos. Y, puestos a comparar, el porro de marihuana que compartíais no puede produdir efectos más desordenados que la botella y media de whisky peleón que tu padre se había metido entre pecho y espalda.

También es cierto que era mi cuarta travesía a los excusados, acompañada primero por el maitre, luego por tu hermana y, en tercer lugar, por los dos pinches de cocina ecuatorianos del restaurante. Son cosas de la ninfomanía, ya sabes. Aunque el que tu hermano el mayor no parase de sobarme por debajo de la mesa durante toda la cena tampoco ayudó, la verdad.

Ignoro el catálogo completo de actividades que los invitados realizaron con el ánfora con la excusa de apreciar la belleza del presente, pero que tu primo sea un fetichista, desapareciese durante unos minutos con la alfarería cilíndrica, regresando con anómalo caminar que recordaba westerns de infinitas cabalgadas y que tu madre, quien, por cierto, tiene una manera muy desagradable de apaciguar sus picores, tenga la costumbre mezclar el calimocho en todo tipo de recipientes, tampoco me tranquiliza. Es por ello que te lo reintegro en ese estado. Tú sabrás que hacer con él.

En cualquier caso, y visto lo visto, creo recomendable romper no sólo nuestro compromiso, sino, y por ende, nuestra relación. Siempre nos quedará en el recuerdo aquel fin de semana en Cuenca y la atención que el personal de urgencias del hospital de tan bella ciudad nos prestó, pese a lo infrecuente de nuestros casos clínicos. Parafraseando al médico, y aplicado esta vez a nuestra dolorosa ruptura, "con paciencia y vaselina todo se acaba solventando".

Un saludo no especialmente afectuoso.

María Manuela.

P.D. Guardaré siempre una excelente impresión sobre dos asuntos relacionados con nuestra peripecia vital.

En primer lugar, la impecable intervención de la Guardia Civil para poner fin a la reyerta entre nuestras respectivas familias que se produjo a los postres, por más en desacuerdo que se mostrase tu madre en el momento de su detención. Magrear las partes pudendas de un agente de la Benémerita uniformado y en acto de servicio, al grito de "Te voy a descargar la pistola a chupetones" parece motivo más que evidente para obligar a la justicia a tomar cartas en el asunto.

Por otra parte, agradecería que informases a tu padre de lo infructuoso de tratar de recuperar su Rolex. El sobo de tu madre al picoleto desató tales ardores en mí que hube de aplacarlos con el aparcacoches búlgaro y culturista del recinto. Y, como lo cleptómano no quita lo agradecido, le obsequié el reloj, con indicaciones precisas para poder convertirlo en cash en un perista que conozco, hombre capaz que ya me ayudó a transformar en metálico los gemelos de oro y la medalla de San Cristóbal que ya hace tiempo echas en falta.
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