martes, 5 de marzo de 2013

La chica de la curva



Soy de natural escéptico. No sé si es bueno o malo, pero lo he sido siempre. Cuando mi madre me amenazaba con aquello de que iba a venir “el Coco”, en vez de asustarme empezaba a preguntarle por las características del monstruo, por el medio de transporte en que llegaba, por su frecuencia de visitas...

Por eso, aquella tarde en aquel sórdido bar de pueblo mesetario, cuando me empezaron a contar la archiconocida historia de una chica fallecida en un accidente que esperaba en una curva haciendo autostop para avisar al incauto del peligro, me pedí otro montado de lomo y otro tercio de Mahou, y dejé de prestar atención.

Dí una cabezada antes de retomar el camino y, cuando quise despertarme, el atardecer ya se estaba despidiendo. Salí del coche para despejarme, me lavé la cara en una fuente cercana y me puse en marcha.

La noche me alcanzó en una carretera secundaria entre Albacete y Cuenca. Una noche de invierno, con una lluvia fina pero constante y ni un asomo de luz de luna. En la radio sonaban canciones pop con regusto rancio. Empecé a ascender un portachuelo cuando, de repente, una silueta cruzó el haz de luz de los faros de mi coche. Dí un frenazo brusco y apenas si tuve tiempo de ver los cuartos traseros de un jabalí de notable tamaño perdiéndose entre en la espesura, entre chaparros y jarales. Resoplé para reponerme del susto, devolví la vista a la carretera y la va allí, de pie junto al asfalto.

Respingué, y hasta me sobrecogí cuando empezó a aproximarse al coche. Era una mujer  de tez pálida, ojos verdes, serenos como un lago, y largos cabellos castaños.

Abrió la portezuela del coche y me preguntó si podía llevarla. Apenas llegué a balbucir un sí. Se acomodó en el asiento y se puso el cinturón. Estuvo un par de minutos sin hablar. Yo llevaba los cinco sentidos puestos en la carretera, cada vez más peligrosa, y el sexto puesto en su presencia, cada vez más inquietante. Cuando despegó los labios fue para decirme que extremase las precauciones, que aquel tramo montaraz de carretera secundaria ya había segado unas cuantas vidas.

Tengo que reconocer que si lo que sentía no era miedo, era algo muy parecido. Sólo fuimos capaces de continuar el viaje una media hora más, porque la lluvia fina se transformó en un vendaval de agua y viento que hizo imposible seguir circulando. Yo a sólo buscaba un paraje en el que detener el coche y el momento en que ella me hablase de la curva en la que había perdido la vida en una vida anterior. De entre las sombras brotó una luz tenue y la silueta de un caserón. Me eché a  la derecha.

Empecé a pensar que el montado de lomo me había producido una salmonelosis cuando me pareció reconocer en los perfiles de la casa los de la residencia de Norman Bates. Más aún cuando apareció un muchacho delgado y nervioso para invitarnos a pasar al Hostal “El Final”. Sólopodía ofrecernos una habitación a compartir y nos rogaba silencio, que su anciana madre, postrada en una silla de ruedas, estaba muy delicada de salud.

Entramos a la habitación, ella decidió ducharse...y acabamos haciendo el amor nueve veces esa noche. A la mañana siguiente, la anciana madre del muchacho nos saludó amablemente durante el desayuno, continuamos viaje hasta Cuenta y allí nos despedimos aquella chica y yo, sin llegar a conocr nuestros respectivos nombres.

Y ahora, cada dos por tres, cojo el coche y me voy a la frontera entre Albacete y Cuenca y me recorro de arriba abajo la dichosa carretera, pero no aparece. Y un fantasma no era, que esas cosas se notan bien a las claras en ciertos momentos.

lunes, 4 de marzo de 2013

Lunes, 4 de marzo de 2013


"No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió."

Joaquín Sabina
Licencia Creative Commons
La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.