No acabo nunca de precisar si es la edad, mis perfiles depresivos, un cierto grado de rebeldía a frente a una “alegría” impuesta o todo junto y a la vez, pero de verdad que la Navidad me parece un “pestiño” de tomo y lomo.
Ya hemos superado la primera fase, Nochebuena y Navidad, con la pretensión de ser más humanos, más simpáticos, más solidarios y mejores personas. De que lo conseguimos es botón de muestra la estadística de reyertas familiares que se producen en esas fechas.
Para colmo, ya no hay forma de deshacernos de ese personaje de importación que llamamos Papá Noel y que no es sino el bueno de San Nicolás, vestido de fantoche y subido en una especie de calesa voladora arrastrada por cornúpetas multi-asta.
Completada esta primera prueba, enfilamos ya la recta final del año, valorando lo que ha sido, arrepintiéndonos de nuestros errores, maquinando actos de contrición suficientes para alcanzar el perdón y haciendo firme propósito de enmienda. Yo, por ejemplo, hace treinta años que “el día uno dejo de fumar”. Y, día uno tras día uno, sigo fumando y arrepintiéndome. Y, perdón por la insistencia, como prueba palpable de que esa decisión de cambiar para mejor es realmente sólida, las urgencias de los hospitales rebosan de intoxicaciones etílicas, de traumatismos por caída o por sopapo, de indigestiones pantagruélicas y de desarreglos mentales que van del más furibundo ataque de ansiedad a la depresión más profunda, y tiro porque me toca.
En el improbable caso de haber sobrevivido con un grado de calidad de vida suficiente a este proceso, ya sólo quedan, como diría un comentarista de ciclismo, dos etapas de transición: la tarde-noche de Reyes, cabalgata y cotillón en el pack completo, y el día de Reyes propiamente dicho, que a mí todavía me gusta porque mis hijos aún no son muy mayores.
Y, Dios mediante, al día siguiente, el siete, como el tendido más famosos de Las Ventas, habremos completado un periplo con más peligros que “La Odisea ”. Y, con suerte, al llegar a casa nos reconocerá el perro, como a Ulises. Con el cariño de siempre. Y es que hay que ver lo buenas personas que son los perros y lo listos que son decidiendo: puestos a elegir un Santo para los días más duros del invierno, nada de San Nicolás: San Bernardo. Y con barril incluido.
Para los que disfrutan con estas fechas, Feliz Año Nuevo, y para los que son como yo…¡Ánimo, ya queda menos!