viernes, 11 de julio de 2014

Penitencia

El suceso se difundió rápidamente por la ciudad. Había fallecido Doña Luisa de Quesada, piadosa benefactora, a la edad de noventa años. La dama había dedicado todas las noches, de sus últimos siete años, a la oración nocturna. Con fervor pasaba las oscuras horas postrada boca abajo frente al altar del Cristo Crucificado. Ni la Archidiócesis ni las autoridades locales, jamás habían osado interrumpir su particular penitencia qué, según la devota mujer, le confería la gracia de arrepentimiento y perdón.
Repartía su día, Doña Luisa, en su austero palacete atendida por dos añosas sirvientas, complacida en la literatura mística  y practicar la limosna, acompañada siempre del frasco de la medicina que le procuraban sus solícitas criadas.
Al amanecer la encontró el párroco, fría e inerte, y corrió para avisar a la Archidiócesis del fatal desenlace. Antes de que su cuerpo presente arribara a la clínica, se propagó la noticia.
Rápidamente se iniciaron los trámites para solicitar la beatificación de la finada. La Archidiócesis estimó oportuno ocultar el resultado de la autopsia de la fallecida. El informe resaltaba una elevada tasa de alcohol en sangre. En su ropaje hallaron un frasco medicinal que contenía un magnífico brandy de Jerez.


Habitante

jueves, 10 de julio de 2014

Las 3 cosas que más molestan

Los artículos que circulan por las redes sociales hablan de “10 pasos para ser exitosos”, “5 cosas que los líderes hacen”, “15 errores que hay que evitar”, y demás. Todos resumidos en un listado de puntos. Pueden ser tres, cinco, diez o incluso cien. No importa la cantidad, el punto es que en cierto punto ya resulta molesto.
La cuestión de enumerar, de encerrar las ideas en números, es reduccionista y facilista.
Por eso, no quería dejar pasar la oportunidad de dejar en claro que me opongo y critico esos sistemas tan de moda hoy. Principalmente son tres cosas las que me molestan:
1)                 Lo primero es que enumeren las cosas. No siempre resulta más fácil de leer ni más fácil de recordar. Así que si yo tuviera que aconsejar a las nuevas generaciones les diría que cuando expliquen sus ideas eviten enumerarlas.
2)                 En segundo lugar me molesta que, en pos de completar el listado, independientemente de la cantidad de puntos que sean, quien escribe tiende a recurrir a la repetición, y dice lo mismo que en un punto anterior pero con otras palabras. Eso quizás es lo que más me molesta de todas las enumeraciones de cosas.
3)                 Y el último punto, pero no por eso menos importante, me molesta mucho que se malinterprete lo que el autor quiere decir. Que el escrito apunte a una idea y que el lector entienda otra o piense que la idea es difusa.
Si algo pudiera hacer para evitar que el lector cayera en la trampa de enumerar los puntos, y si el punto 3 no ha sido muy claro, podría recomendarles un nuevo artículo que estoy por escribir que se llamará LOS 5 PUNTOS PARA HACER NOTAS QUE SE ENTIENDAN…


Romina Mazzaferri

Orbaya

Todo lo soleada que podía ser una mañana de enero allí al norte, es decir, no mucho. Pero el sol que se asomaba a la habitación aquella mañana no es el que conocía hasta aquel momento: deslumbraba, pero no cegaba. Daba calor sin ser agobiante. Iluminaba, incluso con la persiana bajada…
Había amanecido con muchos hombres, demasiados nombres compartían almohada con ella, tantos que ni los recordaba. La madrugada que hizo las maletas tras su pesadilla sabía que era difícil que se volviera a encontrar paseando por Madrid. No podía seguir en esa casa, las paredes que no la permitían soñar, la familia que no la dejaba volar, aquel hombre que no la sabía tratar.
Un cuerpo bien definido, unos músculos marcados, pero lo justo, las manos suaves, mucha labia y aquella dulzura.
La noche anterior orbayaba, palabra que había decidido utilizar sólo en aquel entorno, porque sólo aquellos habitantes la entendían y porque sólo aquellas verdes montañas eran dignas de escucharla.
Había salido por la mañana, despreocupada, dispuesta a pasar el día sobria y, no sabe muy bien cómo, ni cuando, había llegado a esa cantina, en la que solo había hombres escanciando sidra. Y en su boca el mismo sabor amargo que el de esa bebida. Intentaba levantarse, no estaba segura de donde estaba apoyada ni por qué nadie le ayudaba. De repente, estaba erguida, si hacer fuerza, alguien había hecho el trabajo por ella y cuando se giró…
Siempre había sido su debilidad, morenos de ojos verdes, de los que sólo parecen existir en películas y novelas rosa. Y allí estaba él, sonriendo e intentando decirla algo que ella no llegaba a comprender: “Parador Peñavera…” balbució. Y allí habían pasado la noche, con caricias y besos, cosas que nunca se atrevería a confesar. Un gran día el anterior, cerró los ojos para disfrutar el momento y respirar.
Los volvió a abrir, estiró la mano para rozar la piel de su salvador y allí estaba su sol… su soledad.


Maziuss

miércoles, 9 de julio de 2014

Basta de patear la pelota afuera

“Llueve torrencialmente,…como estamos fuera de temporada, el balneario será un desierto,…  incluso, la Griega puede no haber ido”, pensaba, sumergido en una espiral de ideas negativas. La única justificación para ese viaje ridículo que se le ocurrió  era que no tenía una alternativa mejor, lo que lo hundió aún más en el desaliento. Cuando la tormenta arreciaba, dificultando la visión, paró a un costado y trató de aclarar su mente. Estuvo a un tris de pegar la vuelta. Siguió, sin convicción alguna, sólo porque era un gran terco  y, también, porque le avergonzaba retornar después de haberse despedido.
En una curva, el cono de los focos iluminó hacia afuera de la ruta, mostrando alambrados y una manga para cargar animales. Se imaginó como un cordero en el andarivel. La visión, a pesar de sus infaustas connotaciones, le inspiró una explicación que mejoró su ánimo. Se había puesto en un camino sin retorno: él y la Griega tendrían que definir la ambigua relación que se estaba gestando entre ellos. “O vamos a la cama o seguimos como simples colegas y compañeros de trabajo”, se aclaró a sí mismo, en voz alta. Aislados, en ese pequeño villorrio vacío, no podrían hacerse los distraídos y mirar para otro lado, ni sumirse en una burbuja de hiperactividad social como habían hecho hasta ahora.   
La Griega había mencionado que iría a preparar su casa para el verano. No había dado seguridades y él, que no sabía qué quería, no las buscó. Como temía arrepentirse, ni siquiera le había anunciado su plan de visitarla.
Pero no tenía por qué esperar hasta llegar para saber. Conservaba el número de su celular de otra época. Lo usó por primera vez y… ¡ella atendió!,… ¡había ido!
 “Si te apuras, te espero en casa para cenar” le había expresado antes de cortar. Y había sonado casi como un pedido. Aparentemente, nadie la acompañaba: ni amigas que la distraigan ni tíos que la pretendan.
Ya era un poco tarde, como las once de la noche, pero estaba a unos pocos kilómetros de su meta. Lloviznaba intermitentemente. Pasó prolijamente el dial y encontró un programa de éxitos musicales añejos. Subió el volumen porque Sacha Distel cantaba “Allez donc vous faire bronzer”.
Basta de patear la pelota afuera. Ahora sí que quería llegar. Superponiéndose a Sacha y a su coro, gritó “sur la plage de Saint Tropez”, y apretó el acelerador.


Guillermo Ondarts

Instantes

Entonces descubrí que la vida podía ser bella. Mi corazón jovial rebozaba de emociones. Felicidad voraz que devoraba cada pequeño rastro de una anterior tristeza, una vieja melancolía, una perdida soledad. En esta vida, la cosa más simple e insignificante puede convertirse, en cuestión de segundos, en la cosa más compleja y desconcertante, pero al mismo tiempo en la más bella historia jamás contada.
Y el secreto reside en los pequeños momentos. Instantes en que el mundo es capaz de detenerse sólo para que tú puedas saborearlos, segundos que dan a la vida la razón de ser, que hacen de nosotros lo que somos. Estos instantes son los que nos devuelven la fuerza, los que nos dan la energía suficiente para continuar viviendo, creciendo, amando. Y por encima de todas las cosas, para seguir luchando.
Quizás vosotros no me creeréis, quizás me tomaréis por loco o demente, hasta puede que me juzguéis de soñador, pero incluso las palabras de un loco guardan un significado, y, si me permitís,  muchas veces más cierto que las verdades que nos cuentan en las calles. Lo único que tenéis que hacer es miraros el mundo desde otra perspectiva, y sólo así lograreis el cambio que tanto anheláis, aquél que os devolverá el verdadero sentido de la vida.

Mireia Felip Castillo

martes, 8 de julio de 2014

Un suicidio cualquiera

Al salir aquella tarde de la habitación 2026 del Hospital Central de la ciudad, pensé que la vida había terminado para mi. La perdida de mi hijo después de haber perdido a mi mujer hacía un año, era el golpe que necesitaba para que mi mala vida, que hasta entonces me había perseguido, llegara a su fin. Ya no había nada que me atara a este mundo, huérfano desde los doce años en que mis padres murieron en un accidente de tráfico, solo mi mujer y posteriormente mi hijo llenaron mi solitaria y necesitada vida, pero ahora el cáncer se ha encargado de dejarme solo otra vez y no quiero volver a pasar por donde ya una vez pasé. Cuando terminé con todos los trámites del entierro de mi pobre hijo, ya no tuve nada más que hacer ni nada en que ocupar mi tiempo; los días transcurrían uno tras otro sin diferenciación alguna, monótonos y sin sentido alguno. Me levantaba y con una taza de café en la mano me sentaba en la terraza, veía pasar a gente por la calle, unos iban y otros venían, alguno se paraban en el bar que tenía enfrente de casa, para proseguir su caminar cuando terminaban su consumición, así hasta que llegaba la hora de comer. Muchas veces ni me daba cuenta que el tiempo pasaba y las horas transcurrían sin que yo las apreciara. Desde que mi mujer murió había perdido mas de treinta kilos, la última vez que me pesé no llegaba a los sesenta y siete, poco a poco me estaba quedando en los huesos.
Por las tardes, después de picar alguna cosa en casa, salía a vagar por las calles de la ciudad, sin rumbo fijo, solo me paraba en los bares que encontraba en mi camino donde me tomaba una o dos cervezas, después de seis o siete paradas estaba lo suficientemente borracho para regresar a casa y caer rendido y mareado en la cama. Quería dormir sin despertar y que la mente me jugara malas pasadas y lo lograba. Así un día detrás de otro.
Hoy me he levantado y no quiero volver a hacerlo más, no soporto seguir dejando pasar un día detrás de otro esperando que ese día sea el último. No quiero seguir viviendo de esta manera... me encuentro tan solo, tan tremendamente solo que no quiero seguir. Como todos los días me he sentado en la terraza, hoy apenas pasa nadie, no ha parado de llover durante toda la noche y esta mañana sigue lloviendo. He echado el toldo, dentro se me cae el techo encima. El toldo se ha empezado a calar y empiezo a mojarme, esto no tiene sentido, no puedo aguantar un solo día más.
Me he levantado y subido el toldo, el agua cae con fuerza sobre mi y me cala por completo. Miro la calle vacía, son siete pisos, seguro que son suficientes para terminar. He subido encima de la barandilla, me tambaleo pero guardo el equilibrio a duras penas... Ahora he saltado.


Javier Gómez Fernández

Impertinencia canina

¡Maldito chucho! había vuelto a colarse en mi jardín. Lo tenía ante mis ojos, hociqueando a lo largo y ancho de mi particular edén. No se cómo, pero se las arregló otra vez para eludir la valla. Ese inmundo ser de pelaje desdeñado, seguía incordiando, incansable y molesto como una mosca “cojonera”, rompiendo la placidez de mi siesta con sus agudos y estridentes ladridos. No conforme con despertarme, además estaba escarbando en mis rosales recién plantados. Era la gota que colmaba el vaso, debía darle una buena lección. Su dueña ya no podría dominarle, pero yo sí. Mi vecina era desagradable y molesta, igual que su chucho. Y es que la teoría de que los perros se parecen a sus dueños o viceversa, en este caso se cumplía a la perfección. Esa simbiosis hombre – perro, animal – humano, persona – can, o como diablos lo definan los estudiosos del tema, era cierto, tan real que cuando la Sra. Smith salía orgullosa portando sobre su brazo ese asqueroso chihuahua de ojos saltones, me costaba trabajo diferenciar la cara de ambos. Es más, cuando esa cotilla pasaba junto a mí, y comenzaba con un parloteo intrascendente, su vocecilla repulsiva llegaba a mimetizarse con los ladridos de su mascota hasta parecer un único sonido. Hacía caso omiso a las impertinencias y sandeces con las que a diario me acosaba desde el otro lado de la valla, quizá por eso comenzó a importunarme y trató hacerme la vida imposible. Mi animadversión, fue creciendo de manera exponencial hacia ese ser de pálida piel y aspecto “marujil”. Ella no paraba de hacer cosas para fastidiarme, incluso llegué a sorprenderla arrancando unos tulipanes que con sumo cariño había plantado esa misma mañana…, jamás olvidaré su expresión. Desde entonces no ha vuelto a molestar, y la paz ha regresado a mi vida. Ella no, pero su perro sí, él sigue estropeando mi verde rincón de bienestar. Salí sigilosamente hasta colocarme detrás del perro, tan afanoso estaba escarbando entre las plantas que no se percató de mi presencia. Con un rápido movimiento caí sobre él y por fin le pillé. Comenzó a aullar lastimoso justo en el momento que alguien me llamó desde la verja: era la policía. Traté de disimular y, tras una fingida caricia, solté al chihuahua. “Pasen, pasen, estaba jugando con el perrito…., es tan cariñoso”. Me preguntaron si había visto a mi vecina en los últimos días, sus familiares denunciaron su desaparición. ¡Qué voy a saber yo de ella, vamos ni lo sé ni me importa! Les convencí de que nada tenía que ver  el caso que investigaban, hasta que algo, les hizo cambiar de opinión: el maldito chucho siguió escarbando y ahora olisqueaba una blanquecina mano que emergía entre los rosales.


Gengis Kan

lunes, 7 de julio de 2014

La saeta rubia

Es una pena que tengo, nunca le vi jugar. Porque conozco su nombre desde que tengo noción del fútbol, como conozco otros nombres legendarios de cuando el fútbol todavía era un deporte, no un circo, y además, de caballeros, no como ahora, en que, salvando algunas excepciones, es un negocio de gañanes y jaques endiosados que lo único que saben son marcas de colonia.
Argentino, español, italiano, ¿qué más da? Es un ejemplo perfecto de todo lo contrario a lo que representan los nacionalismos, era un personaje universal, que seguro que se reía de toda la estulticia garrula que tenemos la desgracia de ver a diario. ¿Cómo ser otra cosa, si él hizo su vida en Argentina, en Colombia, en Madrid, en Barcelona? ¡Si fue amigo de Kubala, de Puskas, exiliados, o compañero de Kopa, emigrante polaco!
Y si fuera del campo debía ser majestuoso, fuera de él tenía los valores de otra época en el fútbol, los que compartía con algunos de los que he dicho antes, pero también con otros gigantes: Luis Aragonés le admiraba. Y yo, que admiro a Luis, admiro por silogismo a Alfredo. Seguramente no ha habido en el fútbol español otro personaje más clarividente que Luis, y él no tenía dudas.
Cómo me gustaría que los cristianos, neymares y asimilados de ahora fueran capaces de tomar un 10 % del ejemplo que Di Stefano (como Luis lo hizo) deja. Tanta necedad, tanto majadero suelto por los estadios es lo que a veces me hace dudar del deporte que más me apasiona. Di Stefano era, además de una saeta, un ancla que hacía tener respeto por el fútbol.

Es cierto, yo no le vi jugar. Pero mi padre sí le vio; y también vio a Pelé, a Cruyff, a Maradona y a Messi. Y tiene claro que ninguno ha sido como Di Stefano. Mi padre es un hombre sabio, y yo no necesito más: Di Stefano ha sido el mejor jugador de la historia.

Blanqui y el enano

Era un enano, no cabía la menor duda. Pero era un enano un tanto peculiar. Medía un metro noventa y tres centímetros, lo que ya le convertía en una rareza en su género. Es verdad que vestía como un enano, cantaba “Aijó, aijó, a casa a descansar” cuando terminaba su jornada en la mina de diamantes y hacía innumerables tontunas para hacer sonreír a Blancanieves, pero no acababa de encajar por dimensiones y actitudes en la casita de los siete enanitos del bosque y en la parcela rústica de seis mil metros cuadrados que circundaba el chalé.

Siendo un enano, en vez de comportarse con el machismo propio de sus siete compadres, colaboraba en las tareas domésticas con Blanqui, que es como llamaba él a Blancanieves, por acortar, impedía que las bestias del bosque, con la excusa de las canciones y los jueguecitos se ciscasen en sábanas y demás ajuar tendido y era muy aseado, a diferencia de sus colegas.

Por eso, por su mandíbula cuadrada y su hoyuelo en la barbilla, su voz varonil y ese cuerpo depilado y musculoso que parecía el David de Miguel Ángel en carne y hueso, a Blancanieves le ponía. Era verle agarrar el pico para salir camino a la explotación minera, y Blancanieves notaba un cosquilleo incontrolable por aquí y por allá, sobre todo por allá.

Cuando la bruja llegó con la excusa de la venta al detall de frutas y verduras, dispuesta a envenenar a Blancanieves, no dejo de reparar, mientras le hacía el artículo de la calidad del producto a la incauta, en el macizo que sobresalía en el retrato de grupo de los enanos del portafotos de encima de la chimenea. Tanto que estuvo a punto de darle el mordisco a la manzana ella, de lo tensa que se puso. Al final, casi más por suerte que por atención, que la atención la tenía toda en el gachó, le endiñó la manzana dichosa a Blancanieves que, tan lista que era para manipular a los enanos y a las ardillas y a los pajaritos, anduvo torpe y acabo emponzoñada y dormida como un lirón.

Pero Dios castiga sin piedra ni palo, y la bruja, ya reconvertida en Reina Malvada y Maléfica y Malapersona, no pudo evitar managar la foto y, de regreso al palacio y con el cuervo encabronado porque no le hacía ni caso, se deleitó tanto en la contemplación del mozo del retrato que, absorta, acabó por caer en una zanja de las obras de instalación de fibra óptica de Orange, descogorciándose el cocoroto y falleciendo en el acto. A ella la mató la naranja y la lujuria visual, mira tú que paradoja.

Cuando los enanos llegaron y se encontraron el pastel, lloraron como plañideras, amortajaron a la doncella, la metieron en el sarcófago ese de cristal que, qué curioso, ya tenían dispuesto para una eventualidad como esta, lo que hace sospechar si no serían en realidad un tanto psicópatas tipo “Mentes Criminales” y tenían otros planes para Blanqui una vez que se revelase contra la dictadura machista que la convertía en chacha sin remuneración, y la trasladaron al claro del bosque también preparado para esata circunstancia.

Estaban allí lamentaándose, o haciendo el paripé, que a estas alturas del relato ya resultan cuando menos dudosas sus cualidades morales, cuando apareció el Príncipe Azul. Por no dilatar, era muy parecido a como sale en la de Walt Disney. Y, oye, fue bajarse del caballo, mirar al enano gigante y echarse en sus brazos buscando sus labios. El enano, que era enano pero tenía su corazoncito, no le hizo “la cobra” y se morrearon a placer ante la mirada atónita de los otros siete enanos. Y le subió a la grupa del caballo y se fueron los dos a los sones de “Mi jaca” bosque adelante, a celebrar el Día del Orgullo Gay a Chueca.

Blancanieves sigue sobando, con la boca abierta y la baba colgando, los siete psicópatas enanos andan buscando nuevas víctimas y el narrador, que soy, se va a tomar una cervecita. ¡Feliz Navidad y Próspero 1993 a todos!


El primero nunca se olvida

Sentado, terminando una taza de café, en un establecimiento homónimo, es muy normal que se te vengan recuerdos a la mente. Hoy se me ha venido uno particular, sucedió cuando tenía unos 7 años.
Estaba, yo, acostado en mi cama, cuando entraron repentinamente mis padres con caras muy tristes, yo estaba despierto pero fingí estar dormido, estaba muy asustado. Se sentaron en mi cama, así que hice como que me despertaba. Ellos me dijeron que, tristemente, había fallecido un compañero de clases debido a envenenamiento. Recuerdo su nombre, Eduard. Él era un chico que siempre, durante el receso, mendigaba comida a los demás niños del colegio, en algunas ocasiones, debía dársele de manera obligatoria. En varias ocasiones tuve que darle de la poca comida que llevaba para el desayuno, sin embargo, era muy molesto que él hiciera eso.
Esa noche, mis papás me rogaron que no aceptara alimentos de nadie, las autoridades sospechaban que había sido alguien de alguna secta satánica, quien se las había ingeniado para entrar al colegio y darles a los niños alimentos envenenados.
No sé por qué, este recuerdo, eventualmente, viene a mí y con tanta claridad. He terminado mi café, es hora de volver a la oficina.
Qué desagradable tener que ver en la vía a un mendigo retorciéndose en el piso… casualmente muy parecido al que, inoportunamente, interrumpió mi desayuno, -como todos los días-, para pedirme dinero. Afortunadamente, tengo buen corazón y le di la mitad de mi desayuno.


Jarry Palomino

domingo, 6 de julio de 2014

Los terroristas

Maj Sjöwall y Per Wahlöö son probalblemente los creadores de un género literario contemporáneo, “hijo” de un género mayor: la novela negra sueca (o extendámoslo un poco, y metamos a Henning Mankell, novela negra escandinava).
Aunque recientemente haya sido el desdichado Stig Larsson el que más la popularizó, esta pareja fue sin duda la que, desde los años 60, dignificó un tipo de literatura que en Europa no había tenido un recorrido tan grande desde clásicos como Agatha Christie o Georges Simenon, entre otros.
A Sjöwall y Wahlöö les debemos la serie del inspector Martin Beck, que finaliza con esta obra, “Los terroristas”. El inspector Beck se enfrenta al crimen en una época difícil, fuera del romanticismo de Poirot, y sin los avances tecnológicos con los que cuentan los detectives actuales. Un punto en común de las novelas de Beck es que no hay una sola historia, sino que se entremezclan varias situaciones, algunas policiacas, y otras menos. Otro denominador común es la crítica feroz de una sociedad tan mitificada desde el sur de Europa como la sueca; yo me pregunto ¿qué habrían dicho estos escritores si hubiesen sido españoles? Lo cierto es que son implacables.
“Los terroristas” es una obra maestra. Uno no sabe por dónde le están llevando los autores hasta muy entrados en la novela. La confluencia de una joven idealista e ignorante que pierde a su hija, la amenaza de un magnicidio en territorio sueco, y las historias de los protagonistas es un cóctel que deja un maravilloso sabor. Martin Beck es un poco estereotipado como policía íntegro y algo atropellado por una existencia gris, pero ese es un pecado venial.
Imprescindible.

Los terroristas
Maj Sjöwall y Per Wahlöö, 1975

RBA Libros, 448 páginas
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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.