Año
2035. Tras la esquina del oscuro callejón, cuatro ancianos esperan, y se arman
de paciencia y valor. No saben si los retortijones de sus tripas son por el
miedo o por el hambre, seguramente las dos cosas. Lo que sí saben, es que para
superar el hambre, antes tendrán que superar el miedo.
El
primero de ellos observa atento, desde allí se domina perfectamente la entrada
de mercancías, entrada que por las noches se transforma en salida de basuras.
Casi no recuerda la última vez que entró por esa puerta, temprano, muy
temprano, siempre antes del amanecer, pero hace tantos años... más de veinte.
Por aquel entonces, en ese mismo sitio había un Mercado Municipal. Hoy es un
Mercadona.
-¡Dios,
que peste! –exclama el segundo -¿quién sa cagao?
-Lo siento, tengo la tripa floja, espero
no haberme cagao de verdad –dice el tercero –son los nervios, cada noche lo
mismo.
Ahí están ellos, con sus viejos carritos de la compra, sus ropas raídas,
sus arrugas, sus achaques y sus risas por aquel pedo.
Cada noche salen a recoger comida, van a los
contenedores de basura del Mercadona y revientan los candados con su cizalla.
Con esa basura llenan sus carritos para poder alimentarse, y poder alimentar a
todos los que viven bajo el umbral de la pobreza en este barrio, que son
muchos. Se sienten delincuentes “robando” cada noche la basura del Mercadona,
pero no tienen otra forma de obtener comida, hace mucho tiempo que, en este
país, los jubilados se quedaron sin pensiones y los parados sin subsidios.
-No
hay candado que se me resista, je, je
–dice uno de los ancianos, con la cizalla.
-Ya
es bastante triste que le pongan candados a la basura, esos cabrones –dice
otro, con amargura.
De
repente, una voz atronadora les hiela la sangre y les afloja los esfínteres. En
la penumbra del callejón, dos enormes siluetas se acercan a ellos, con paso
firme, al compás del tintineo de los grilletes y de las hebillas de sus enormes
botas. -¡Alto!¡Policía!.
Desde un balcón cercano, dos mujeres observan la escena, horrorizadas.
Dos policías con aspecto de gorila golpean sin piedad con sus porras y sus
botas a cuatro pobres ancianos famélicos. Apresuradas y sobrecogidas entran en
la casa, saben que si los policías las ven, tendrán problemas.
-Dios mío, pobres viejos. La paliza que se
están llevando, no creo que lo cuenten.
-Puto Mercadona, pagan a la Policía para
que les vigile la basura. Con lo bien que estábamos cuando teníamos ahí el
Mercado de toda la vida. Aún recuerdo cuando hace veinte años desalojaron a los
últimos comerciantes, pobrecillos ¿qué habrá sido de ellos?.
-¿Es que no te has dado cuenta?. Están ahí
abajo, recibiendo una paliza mortal.
Jamoneus