sábado, 1 de junio de 2013

La fuente de los deseos


El inconsciente le preguntaba al cerebro:
-Hoy que es tu cumpleaños, ¿qué quieres que te regale, para conmemorar los procesos cerebrales, que año con año llevas a cabo?.
El cerebro (en su conjunto), respondió decidido:
-La fuente de los deseos.
-No entiendo,  aclaró el inconsciente.
-Te explicaré dijo el cerebro:
-Yo quiero desde el origen, desde la procedencia de lo más profundo del ser
humano, desde la naturaleza creativa, desde la pureza del espíritu, desde los más
intensos anhelos (no de los superfluos y vanos deseos), rescatar lo que se ha perdido,
recuperar lo que me han quitado; rompiendo esquemas, dejando roles, cerrando tumbas,
creando puertas, abriendo ventanas; y ya que lo tenga, ¡que se cumpla!, ¡para reinventar
el progreso!

Citlali Beatriz Medina Sansón

viernes, 31 de mayo de 2013

A punto de...


No estaba aburrido, a pesar de lo que podáis pensar tenía muchas cosas qué hacer, pero sin motivo aparente se inmiscuyó en mi pensamiento. Sí, esperó treinta años a revelarme la verdad, el motivo de su existencia. Dice que todo empezó con un: ¡cariño estoy embarazada! Seguido de un: ¿Qué estas qué? Después de esto se dio cuenta que ahí no tenía nada que hacer, que pintaba menos que las ceras de colores en el cristal de una ventana. Durante mucho tiempo pensó que no sería nadie porque todo se limitaba a un sinfín de preguntas sin respuestas y de exclamaciones que se correspondían con más exclamaciones. No le hacía ni pizca de gracia, su vida no podía ser sólo eso, tenía que haber algo más, y lo descubrió justo el día en el que fue al doctor por primera vez. No se acordaba de la dirección exacta, así que sacó un trozo de servilleta que tenía en el bolsillo y volvió a leerla para recordarla “p.º de los Carlinos, n.º 12” (al lado de la gasolinera de color azul). Una mancha de aceite difuminaba las letras y aunque no era la primera vez que tomaba notas en cualquier papel o superficie en la que el bolígrafo le escribiera, se prometió no volver a hacerlo. Al cabo de unos minutos llegó al portal y, a pesar de que había olvidado apuntar el número de escalera y puerta, tuvo la suerte de que alguien había tenido la genial idea de poner una pegatina con el logotipo de la clínica en el pequeño botón del enorme cuadro del video-portero, ya que de otro modo habría pasado totalmente inadvertido. Al cabo de unos minutos de estar subiendo por unas escaleras que parecían no tener fin, llegó a la puerta de la que colgaba una placa metálica en la que se podía leer: Dr. Mastín, miembro honorífico del C.O.M.A. (Colegio de Ortografía Médica Aplicada). Llegado a este punto se dio cuenta que su existencia estaba empezando a tener algo de sentido. Pese a los pequeños contratiempos estuvo allí justo a la hora que tenía programada porque detestaba esperar, así que cuando la enfermera le dijo: hola… se nos has echado el tiempo encima; tendrá que sentarse un ratito en la sala que tiene justo enfrente, él empezó a impacientarse. Mi amigo se resignó y cogió una de las tantas revistas que se amontonaban encima de una pequeña mesa que había justo en medio de la habitación. La elegida se llamaba Procesador Virtual 2.0, era de informática. Ha decir verdad nunca le había fascinado la informática, es más, hubo un tiempo en el que la miraba con recelo porque creía que con ella se perdería algo muy importante, el arte caligráfico que tan grande le hizo sentirse cuando nada era capaz de alienar al hombre del papel y la tinta de una pluma o el grafito de un lápiz. Después de todo lo que le había ocurrido hasta ese momento se puso a pensar y entendió que ser un punto era especial (…) todavía no había llegado el momento de marcar el final, simplemente tenía que cambiar de párrafo. Sin decir nada se levantó y muy lentamente se marchó, y fue entonces cuando los demás se dieron cuenta que lo necesitaban…

Gobolina

jueves, 30 de mayo de 2013

Ser un viajero en el tiempo


Ser un viajero en el tiempo tiene sus inconvenientes. Y no tiene nada que ver con la paradoja de que si viajo al pasado y por accidente mato a mi padre y ¿de dónde diablos saldré yo? O la otra paradoja tan sonada de si mato al mosquito Anopheles que contagiaría de malaria a Hitler y gracias a ese heroico mosquito el mundo se libraría de un villano más. Todos esos ejemplos son bobadas. Los viajes en el tiempo comenzaron como una apuesta. No fue una apuesta entre los literatos Mark Twain y H. G. Wells, como me gustaría imaginar. La apuesta se dio entre dos individuos de lo más gris en el panorama mundial. El presidente de un banco internacional y el hombre más rico del mundo. La apuesta generó una carrera para conseguir el viaje en el tiempo. Años e inmensos recursos después el viaje en el tiempo era una realidad. Pero el viaje en el tiempo no era exactamente como lo soñaron Twain, Wells ni otros miles de visionarios más. No se podía ir de cacería al Jurásico, ni contemplar como la peste negra asolaba Europa o ir repiqueteando un tambor por los campos de Waterloo. Otro inconveniente era que no se tenía un vehículo equipado con sistemas modernos para saltar al remoto y conocido pasado vistiendo como Darth Vader. El viaje en el tiempo era un asunto solitario, desprovisto de tecnología de punta y carente del romanticismo de un buen novelista. Los primeros viajes en el tiempo se hicieron en secreto sólo reservado para los poderosos. Pero de alguna manera se tenía que pagar los recursos invertidos en la investigación. Así que le viaje en el tiempo se volvió un asunto de consumo de masas. La moda era viajar en el tiempo, todos compraron membresías y se hacían filas de semanas afuera de los laboratorios donde estaban los utensilios necesarios para el viaje en el tiempo. Pero las modas son pasajeras y los pomposos laboratorios para viajar en el tiempo fueron reducidos a una curiosidad. El viaje en el tiempo (por cuestiones del espacio-tiempo y no sé qué matemáticas más) era posible pero sólo desplazarse un par de minutos hacia el pasado o hacia el futuro. No era nada excitante viajar de las 10:45 a las 10:43 hacia el pasado y todo ello acompañado con terribles e incontrolables arcadas; más de un viajero del tiempo dejó su desayuno en el pasado o la merienda en el futuro. Ser un viajero en el tiempo tiene sus inconvenientes.

Sergio Fabián Salinas Sixtos

miércoles, 29 de mayo de 2013

Callejón


No eran lágrimas las que recorrían sus largos cabellos y desembocaban en su barbilla, si no gotas de  fría lluvia, que ahora arreciaba sin disimulo alguno. Levantó la cabeza y dejó que el agua mojara sus labios, sus pómulos, su nariz, su barba de tres días. A sus pies, un hilillo de color rojizo oscuro, casi negro, corría en dirección a la alcantarilla con bastante prisa. Alargó su brazo derecho y miró el revólver que casi colgaba de sus dedos entumecidos. Tres balas. En cuclillas como estaba, entre dos contenedores de basura por los que los desperdicios rebosaban de esa manera despreocupada que sólo los muertos entienden, instintivamente palpó el bolsillo de su gabardina aún sabiendo que no encontraría nada. Tan sólo un paquete de tabaco. Sacó un cigarrillo y lo encendió con un mechero decorado con un negro ocho en un círculo blanco. Ocho balas me harían falta, pensó. Diablos. Qué curiosa manera de comunicarse tenía el destino, a través de un encendedor, como si la propia vida que se abría paso en cada calada supiera que su fin se acercaba y, a la vez, albergaba algún tipo de ansiedad por acabar con todo aquel asunto lo antes posible. Se irguió sacudiéndose el agua del pelo en un movimiento rápido, medido, cien mil veces practicado con anterioridad. Miró en dirección a la entrada del aquel oscuro y húmedo callejón. Decidido, apretó los dedos en la empuñadura  metálica de su 38 y comenzó a andar hacia la luz tenue que iluminaba la entrada de aquella callejuela. No había dado ni diez pasos cuando le dieron el alto tres individuos. Su aspecto era normal, ropas sencillas, zapatos baratos. Pero lo que llamaba la atención no eran sus atuendos, sus uniformes de normalidad. Lo que hizo que a aquel empapado tipo enfundado en una gabardina le temblaran ligeramente las piernas era que aquellos tres hombres iban armados hasta los dientes. Armas enormes, rifles de caza, semiautomáticas. Y le estaban apuntando. Uno de ellos, el que tenía más aspecto de anodino con sus pantalones de pana de un beige insultante, le disparó en la rodilla antes de que pudiera siquiera articular palabra. Nuestro hombre cayó de rodillas, apoyándose en las manos, aún sin soltar el revólver. Otro gatillo hizo click y el impacto de bala en el hombro derecho hizo saltar un trozo de gabardina hecha jirones y, a la vez, le hizo caer de espaldas salpicando en un charco. Esta vez sí, su pistola resbaló por el suelo un par de metros, lejos de su alcance. Otros cinco hombres llegaron a la carrera. Uno de ellos se le acercó, empuñando un cuchillo de carnicero. Se sentó sobre sus talones justo a la altura de la cabeza de aquel hombre malherido. Le miró fijamente a los ojos. -Mírame -le dijo. Con la dificultad de alguien que sabe que se está muriendo, entreabrió los ojos, sin ningún miedo ya, dispuesto a aceptar lo que fuera que el destino le guardaba en la recámara de la vida. -Te lo advertimos - le dijo -el apoyamanos del ascensor no es un cenicero. No es nada personal, sabías que esto iba a pasar. Como presidente de la comunidad de vecinos te lo advertí personalmente. Y no hiciste caso, amigo. Es hora de morir.
Y sin darle ningún tiempo a responder, le cercenó el cuello con un giro rápido y limpio de muñeca.

Shedoeslawyers

martes, 28 de mayo de 2013

Las cotorras del Retiro


Todos los días de mi vida laboral lo primero que hago a las 8:00 de la mañana es esquivar las cagadas circulares u ovaladas que descargan, desde las ocultas ramas del un sauce llorón del camino, las plagas de cotorras argentinas que proliferan en el parque del retiro.
Y la verdad, debo ser un poco corta, porque es inevitable que todos los días me venga a la cabeza la misma pregunta: ¿cómo lo hacen? ¿Menean el culo a la vez que cagan? ¿Cagan en montoncitos  de diferente tamaño por control de esfínteres? Je ne sais pas.
Es una incógnita de la naturaleza, lo mismo que lo es cómo han podido convertirse en una plaga en un ambiente tan dispar e inhóspito para ellas.
Inhóspito por la crudeza de los fríos inviernos, en comparación al templado clima de su argentina natal, o al calorcito de la salita de estar con calefacción central. Aquella salita en la que comenzaron su vida española recién llegaditas de la tienda de animales como regalo de navidad para la tía abuela Clotilde, que aunque un poco sorda, no es tonta, y no se le puede engañar cambiando visitas del domingo por la tarde con un poco de compañía humana, por el graznido de una cotorra argentina. No, la cotorra sale por la ventana de la salita en cero coma.
Pues bien, estas cotorras no solo superan el abandono y exilio al parque del retiro sino que proliferan, se hacen fuertes y desplazan hasta a la tradicional paloma torcaz. Incluso han conseguido un blog en New York sobre ellas: el BrooklynParrots.com.
Nadie nos enseña a los humanos a superar estas cosas con tanto coraje, a sacar esas garras de sus frágiles patitas y aferrarse a la vida sin ni quisiera pestañear, sin que se les mueva una sola de sus preciosas plumas verde esmeralda, sin plantearse si merece la pena y si lo lograrán.
En una palabra, aunque provengan de la cuna del psicoanálisis, ellas no tienen ni idea de qué significa la palabra autoestima, respiran y ya está.
Después de varios inviernos observando detalladamente este suceso he llegado a una conclusión: Creo que las cotorras se saltan el paso de las dudas, de la confianza en uno mismo. Vuelan y ya está.
Se lanzan al disfrute de la caída libre sabiendo instintivamente que no se estrellarán. Se lanzan al disfrute de la compañía en bandadas, del calor de sus nidos, y quien sabe, a lo mejor también se lanzan al recuerdo y disfrute de alguna melodía que había escuchado en esa primera salita de estar.
Alguna de esas melodías que también hace elevarse a los humanos, nos hace levitar y olvidar plantearnos si somos capaces. Que hace que saltemos en caída libre porque merece la pena.
A mí me gusta imaginar que las cotorras del retiro menean el culo cuando cagan porque recuerdan esa melodía, y que sí, que solo es cagar, pero qué gusto da hacerlo al son de Jamie Cullum.

Timothy

lunes, 27 de mayo de 2013

La basura


 Año 2035. Tras la esquina del oscuro callejón, cuatro ancianos esperan, y se arman de paciencia y valor. No saben si los retortijones de sus tripas son por el miedo o por el hambre, seguramente las dos cosas. Lo que sí saben, es que para superar el hambre, antes tendrán que superar el miedo.
  El primero de ellos observa atento, desde allí se domina perfectamente la entrada de mercancías, entrada que por las noches se transforma en salida de basuras. Casi no recuerda la última vez que entró por esa puerta, temprano, muy temprano, siempre antes del amanecer, pero hace tantos años... más de veinte. Por aquel entonces, en ese mismo sitio había un Mercado Municipal. Hoy es un Mercadona.
 -¡Dios, que peste! –exclama el segundo -¿quién sa cagao?
-Lo siento, tengo la tripa floja, espero no haberme cagao de verdad –dice el tercero –son los nervios, cada noche lo mismo.
  Ahí están ellos, con sus viejos carritos de la compra, sus ropas raídas, sus arrugas, sus achaques y sus risas por aquel pedo.
 Cada noche salen a recoger comida, van a los contenedores de basura del Mercadona y revientan los candados con su cizalla. Con esa basura llenan sus carritos para poder alimentarse, y poder alimentar a todos los que viven bajo el umbral de la pobreza en este barrio, que son muchos. Se sienten delincuentes “robando” cada noche la basura del Mercadona, pero no tienen otra forma de obtener comida, hace mucho tiempo que, en este país, los jubilados se quedaron sin pensiones y los parados sin subsidios.
 -No hay candado que se me resista, je, je  –dice uno de los ancianos, con la cizalla.
 -Ya es bastante triste que le pongan candados a la basura, esos cabrones –dice otro, con amargura.
 De repente, una voz atronadora les hiela la sangre y les afloja los esfínteres. En la penumbra del callejón, dos enormes siluetas se acercan a ellos, con paso firme, al compás del tintineo de los grilletes y de las hebillas de sus enormes botas. -¡Alto!¡Policía!.
  Desde un balcón cercano, dos mujeres observan la escena, horrorizadas. Dos policías con aspecto de gorila golpean sin piedad con sus porras y sus botas a cuatro pobres ancianos famélicos. Apresuradas y sobrecogidas entran en la casa, saben que si los policías las ven, tendrán problemas.
-Dios mío, pobres viejos. La paliza que se están llevando, no creo que lo cuenten.
-Puto Mercadona, pagan a la Policía para que les vigile la basura. Con lo bien que estábamos cuando teníamos ahí el Mercado de toda la vida. Aún recuerdo cuando hace veinte años desalojaron a los últimos comerciantes, pobrecillos ¿qué habrá sido de ellos?.
-¿Es que no te has dado cuenta?. Están ahí abajo, recibiendo una paliza mortal.

Jamoneus

domingo, 26 de mayo de 2013

Senderismo: de Roblelacasa a Matallana

     Nos situamos en los pueblos negros de arquitectura de pizarra en el norte de la provincia de Guadalajara, donde propongo realizar una sencilla y corta ruta de senderismo, saliendo del pueblo de Roblelacasa, pasando por unas preciosas cascadas, llegando hasta el pueblo semiabandonado de Matallana, y regresando de nuevo a Roblelacasa, todo ello en un bellísimo entorno natural en la sierra de Ocejón, por el curso del Alto Jarama.

     Llegamos en coche a Roblelacasa, y a la entrada del pueblo tenemos un parkin junto a la iglesia. En la parte derecha del mismo veremos un cartel de madera con información sobre distintas rutas de senderismo por la zona, entre las que encontraremos la que hoy nos ocupa. Ruta de unos 9 kmts. de larga, de dificultad baja, ida y vuelta por el mismo camino, balizada con señales blancas y amarillas.

     Para llegar a la parte del pueblo donde se inicia la ruta, situados junto al cartel explicativo de las rutas, veremos un poco más abajo el juego de bolos, donde cogemos la calle de la derecha, que baja en curva a izquierdas hasta que a unos 50 metros sale otra calle a la derecha donde vemos la primera señal blanca y amarilla que nos indica el inicio del recorrido.

    
Roblelacasa, y al fondo el Ocejón
Salimos del pueblo bajando a una pequeña vaguada donde hay una fuente, pasa subir después suavemente hasta un alto donde la senda se junta con una pista forestal. En este punto debemos volver la mirada para contemplar una hermosa vista de Roblelacasa, con Campillo de Ranas y Majaelrayo al fondo, y el imponente Pico Ocejón presidiéndolo todo.

     Después seguimos por la pista forestal hacia la izquierda, en un bello recorrido entre jaras. Según avanzamos, la pendiente de bajada se hace cada vez más pronunciada, hasta que llegamos a un pequeño llano donde hay una barrera en el camino, la cual sorteamos para continuar por la pista que, de nuevo, cogerá fuerte bajada ya sin descanso hasta el río Jarama.

    
Cascadas y Pozas del Aljibe
Unos 100 metros antes de llegar a éste, veremos un cartel que indica "Pozas del Aljibe", cogiendo la senda que sale a la izquierda, la cual no tiene ninguna señalización, pero que no tiene pérdida si no nos salimos de ella. En unos 15 minutos llegamos a una amplia pradera atravesada por un arroyo, afluente del Jarama. A la derecha, junto a unas rocas, y asomándonos con mucho cuidado al cortado, encontramos las cascadas con sus respectivas pozas, que ahora en esta época, con el buen caudal que baja, adquieren un atractivo aún mayor. Lugar idóneo para hacer una larga parada y reponer fuerzas.

    
Puente sobre el rio Jarama
A continuación, regresamos por la misma senda hasta llegar de nuevo a la pista forestal, la cual tomamos a mano izquierda para bajar al precioso puente de pizarra que cruza el Jarama, que por aquí va encajonado entre estrechas cerradas.

     A partir de ahora ya no hay pista, sino senda señalizada de igual manera (blanco y amarillo), en ligera subida, que nos conduce en otros 15 ó 20 minutos hasta el pueblo de Matallana, que está en ruinas, con la expeción de unas pocas casas arregladas, pero que tiene un encanto especial por el precioso entorno que le rodea y su arquitectura de pizarra. Otro buen lugar para hacer una parada y comer algo antes de regresar a Roblelacasa por el mismo camino.

     Es una ruta que no nos llevará más de 3 horas incluyendo paradas. Espero que les guste.

     Un saludo

EL RURAL
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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.