sábado, 16 de febrero de 2013

Sábado, 16 de febrero de 2013


"No hace falta renunciar al pasado para entrar en el futuro, al cambiar las cosas no es necesario perderlas."

John Cage

viernes, 15 de febrero de 2013

Don Nadie

Era un cero a la izquierda. No contaba para nada. Cumplía escrupulosamente con sus obligaciones, sin hacer ruido, pagaba sus impuestos, respetaba las leyes y hasta las normas sociales, pero nadie se tomó nunca la molestia de escuchar sus opiniones.

Si se dirigían a él era para reprocharle algún error o para exigirle un mayor esfuerzo, y recibía las diatribas en silencio, con una profunda sensación de vergüenza. Viajaba en vagones de metro casi vacíos, con la vista perdida en el reflejo que de su rostro anónimo le devolvían los cristales.

Lo que le gustaba de verdad era bailar. Dejarse envolver por la música y sentir como su cuerpo se agitaba con el ritmo. Bailaba alguna vez cuando se quedaba solo en casa, porque una vez, recién casado, su mujer le reprendió por perder el tiempo con esas tonterías. Seguramente si alguien hubiese podido verle bailar habría dicho que bailaba bien. Pero nunca se dio esa circunstancia.

El día que el vidrio del ventanal del metro le dejó en la retina la cara de un hombre ojeroso, con papada y de mirada bovina, llegó a su trabajo con un fuego extraño en los ojos. Descolgó de la panoplia que adornaba la recepción aquel enorme mandoble y segó las cabezas de aquellos compañeros que siempre le ignoraron y de aquellos jefes que siempre le despreciaron. Y desapareció.

El entierro fue múltiple y multitudinario. Cuando todos los asistentes se retiraron del cementerio, una sombra cruzó entre los cipreses y los mausoleos. Se subió a la lápida de la tumba del más despreciativo de aquellos muertos y bailó. Seguramente si alguien hubiese podido ver bailar a aquella sombra habría dicho que bailaba bien.

jueves, 14 de febrero de 2013

Jueves, 14 de febrero de 2013


"No es verdad que el horizonte sea una línea de papel.
Es un momento robado."

Carlos Chaouen


miércoles, 13 de febrero de 2013

Paisajes Desde el Tren 1 - Los Trenes de la Muerte

 
     Voy a trabajar en tren, me parece más económico, más seguro y más ecológico que el coche, tardo más, pero puedo ir leyendo, pensando, escribiendo, durmiendo... Cojo el metro para que me lleve a la estación de cercanías, como no me gusta esperar, salgo de casa con el tiempo justo. Aún así me han sobrado unos minutos, me siento en un banco y me dispongo a leer un poco. El banco se queja con un chirrido al notar mi peso, abro el libro y comienzo a leer, las palabras corren enlazando su mensaje, me pierdo en el mar de las letras. Despierto de mi sopor al notar cómo el banco en el que estoy sentado vuelve a protestar cuando alguien más se sienta sobre él, justo al extremo contrario de donde me encuentro, no le presto atención y sigo con mi lectura.

     El tren se acerca a gran velocidad y va frenando al llegar a mi andén... Las puertas se abren y se intercambian pasajeros. Subo los dos escalones y busco asiento, siempre que puedo me siento cerca de una ventana, no me quiero perder nada del paisaje. Arrancamos, el tren coge velocidad y, aunque quiero ver el paisaje, estoy tan inmerso en la lectura que no veo más que palabras, de fondo se oye el traqueteo del tren y voces que no entiendo me llegan como un murmullo distante.

     Sigo leyendo, pero interrumpo la lectura al escuchar una voz: "próxima estación Santa Eugenia", mi cuerpo se estremece al recordar que en esta estación unos salvajes hicieron estallar un tren parecido al que estoy en este momento, lo mismo me ocurre al pasar por cada una de las estaciones en las que estallaron los llamados "trenes de la muerte" ese triste 11 de Marzo en el que nos mataron a todos un poco. Ya no puedo seguir leyendo, noto una punzada de dolor en el estómago y una sensación de vacío y de claustrofobia que me ahogan. Me imagino (aunque no quiera) los trenes volando en mil pedazos, los muertos y heridos esparcidos por las vías, me acuerdo de aquel señor que murió porque se libró de una primera explosión y, cuando iba a ayudar a los heridos, le alcanzó de lleno una segunda explosión; pienso en el dolor de tanta gente, los servicios de urgencias desbordados... Y pienso de manera egoísta que tengo suerte, que en caso de volverse a producir algo parecido, lo más probable es que a mí no me alcanzaría, puesto que a la hora que voy no es hora punta; no hay muchos viajeros, y esos hijos de puta lo único que quieren es hacer el máximo daño posible.

     Intento apartar esos pensamientos de mi mente, pero no puedo, siguen machacándome con fuerza. Mi cuerpo se vuelve a estremecer mientras mi mente entresaca recuerdos. Aquel día la solidaridad venció al terrorismo, fue el día en que por una vez Madrid quedó en silencio, horrorizada por la barbarie terrorista, fue el día en que por una vez todos los madrileños se volcaron por el bien común, en el que por una vez toda España (y gran parte del mundo) se sintió Madrid.

     Recuerdo la gran manifestación: dos millones de personas unidas contra el dolor. Había quien gritaba, había quien tenía un nudo en la garganta que le impedía gritar, quien lloraba a voz en grito o en silencio. La persistente lluvia no impidió a la gente manifestar su dolor "¡no está lloviendo, Madrid está llorando!" "¡Íbamos todos en ese tren!"... Por una vez nos unimos gente de todos los colores, culturas, credos, edades y niveles sociales para hacer lo único que podíamos: desahogarnos, gritar para soltar la rabia, llamar a los terroristas por su nombre: "¡hijos de puta!", demostrarle a los bárbaros que no iban a interferir en nuestra vida, que no les tenemos miedo porque somos más fuertes que ellos.

     Doy un pequeño salto atrás y evoco la tarde del mismo 11 M, cuando fui al centro de transfusiones a donar sangre y la enfermera me dijo emocionada: "lo sentimos, no puede donar, estamos desbordados, hay tantas donaciones que no nos da tiempo a procesar la sangre".

     Recuerdo lo rápido que se restableció la normalidad pocos días después de los atentados, la estación de Atocha convertida en un altar, el calor de las velas, velas que tapaban las notas de solidaridad, de protesta, de amor, de recuerdo, de ausencia..., notas que tapizaban los suelos, las paredes, los cristales del vestíbulo principal de la estación. Recuerdo...

     Mientras escribo esto en mi bloc de notas, me doy cuenta de que estoy atravesando los Montes del Pardo. A ambos lados bosques de encinas, a mi derecha unos ciervos dejan de beber en su abrevadero para ver el tren pasar, un río salta entre las piedras. Mis ojos siguen a una rapaz pequeña de cuyo nombre no me acuerdo, pero el tren me aleja de ella y ya no sé dónde va. Cientos de caminos se entrecruzan escalando lomas, sorteando valles, comunicando vidas. Es invierno, pero el Sol calienta como en primavera. Hay vida.

Eduardo Martínez Sotillos

martes, 12 de febrero de 2013

Martes, 12 de febrero de 2013


"Un sueño que sueñas solo es sólo un sueño. Un sueño que sueñas con alguien es una realidad."

John Lennon

lunes, 11 de febrero de 2013

Paris

Delayed. Delayed. Delayed. El panel de letras amarillas sobre fondo negro repetía el mensaje para todos los vuelos programados. La tormenta de nieve aullaba sobre el “Charles de Gaulle” como si los hijos de la Comuna volviesen a rugir por las calles de Paris.

Volvió a desdoblar el papel. Leyó de nuevo.

“Como en “Casablanca”, pero al revés. Hoy eres tú quien espera sin esperanza. Hoy yo voy vestido de azul y me importa un comino como vistan los alemanes. Jugaste a Ilsa demasiado tiempo.”

Recorrió las infinitas salas del aeropuerto, buscó infructuosamente entre los pasajeros deshilvanados entre butacas y maletas, repasó cada puerta de embarque.

Le encontró en la cafetería, Borracho como una cuba, con Renault y Sam. Le imploró con una mirada y sólo recibió como pago un brindis. Sus lágrimas se convertían en copos de nieve esperando un taxi que la devolviese al Quartier Latin.
Sam trataba de encontrar un piano y Renault acabó por amartelarse con la camarera, fiel a sus costumbres. Se encontró mirando la nevada desde el vitral de la cafetería.

La nieve caía terca, incansable. La nieve le hizo evocarla de nuevo. Ella era como la nieve. Nunca romper el guión previsto, nunca cambiar de dirección y caer hacia las nubes. Ella quería partir en un tren con otro hombre para poder seguir amándole siempre a él, porque en su interpretación de la novela, sólo lo inalcanzable era perfecto. La imaginó en su salón, con una copa en la mano, negándose a sí misma que este final sólo podía ser su auténtico principio.

Sabiendo que si la hubiese abrazado bajo la ventisca, ella habría sabido hallar un motivo nuevo para la desdicha. Dejó que el escocés le arañase por dentro y pidió otro. Let is snow, pensó

De repente sintió la acuciante necesidad de volver a cambiar el final, de perdonarla todo y compartir su insatisfacción para dejarla satisfecha. Los copos de nieve volaban como olas en un remolino y le trajeron el recuerdo de aquella playa, de aquel “sapore di sale” en la piel.

Recuperó una pizca de lucidez y recurrió a una estratagema para conjurar aquella trampa que le tendía la memoria del amor de su vida. Limón, sal y tequila. El sabor y el calor. Nevaba sobre Cancún en su cabeza.

El final de la historia lo había escrito ella desde la primera letra. A él le quedaba escribir su propio final. Así que le pidió a Sam que tocase  “Stormy weather” y se olvidase de “As time goes by”, y siguió el ritmo tamborileando con los dedos sobre la barra.

Le enganchó, a mitad de canción, el anzuelo de los ojos de otra mujer.an como olas en un remolino y le trajeron el recuerdo de aquella playa, de aquel sapore

domingo, 10 de febrero de 2013

La Guerra Santa: El Yihad

Cuenta la tradición (hadit), que un día en el que Mahoma (Muhammad) presenció la vuelta de un exaltado grupo de sus seguidores (musulmanes) después de una batalla, les recibió saludándolos muy afanosamente. Ser bienvenidos aquellos que regresáis del pequeño yihad. Los guerreros algo sorprendidos pensaron que la acción aún no había acabado y preguntaron donde se estaba produciendo la batalla más importante. Mahoma, sin dudar un instante respondió, en vuestros corazones. El gran yihad está dentro de cada uno de vosotros, es el esfuerzo que de forma individual debéis hacer para vencer vuestro ego.

Antes de profundizar en los elementos doctrinales de el yihad, de analizar la existencia de los dos conceptos de guerra santa presupuestados por Mahoma, hay que decir que el términos yihad en árabe, es masculino (el yihad). Aquí en occidente tenemos la costumbre de usarlo en femenino (la yihad), tal vez por la asociación que de él hacemos con el concepto de guerra, que para nosotros es femenino. Pero la traducción literal de guerra en árabe no es la yihad, sino harb.

Aclarado el género del término, conviene saber su raíz para entender el significado etimológico. Haciendo caso a Karen Armstrong, autora especialista en cultura islámica, la raíz es jhd, (en árabe la y es similar a nuestra j) y significa esfuerzo físico, moral e intelectual. Esta autora traduce literalmente el término el yihad como el esfuerzo que cada individuo tiene que realizar para entender un acto de entrega total a Dios. Otros autores occidentales, todos contemporáneos, definen el yihad a primera vista en la línea de anterior. Para Felipe Maillo es el esfuerzo moral en la vía de Dios, para Ignacio de la Torre la lucha interior para la salvación y para el estadounidense Bernal Lewis esforzarse en el camino de Dios. Ahora bien, en honor a la verdad, la mayoría de ellos confirma de manera clara la existencia de dos conceptos, dos significados cercanos pero contrapuestos según el contexto en el que se esté trabajando.

Para entender mejor los elementos doctrinales de el yihad, nos trasladaremos al siglo XIV, con el fin de aprender de las reflexiones del gran historiador Ibn Jaldún. A lo largo de su extensa obra, este tunecino, considerado el padre de la sociología, nos ilustra con sus postulados jurídicos recordando la tradición musulmana citada en el primer párrafo. En la comunidad musulmana (umma), el yihad es un deber religioso por la misión universal que tiene. Es una obligación que todo creyente debe realizar para convertir a todos al Islam, bien sea con la persuasión o con la fuerza. Continua diciendo más adelante que el yihad no es solo eso y pasa a exponer los dos aspectos que se reúnen en el; un aspecto interno y otro externo. El primero de ellos es un combate interior, una lucha dentro de cada musulmán (muslim) para aceptar y cumplir las normas del Islam. El segundo es la lucha o batalla externa que los musulmanes deben emprender si fuera necesario con las armas, para la defensa de su religión y con ello expandirla como credo universal.

Queda reflejado pues, que la doctrina que la ley islámica (sharía) enseña a sus acólitos practicantes es dual. Para un buen musulmán someterse al adoctrinamiento individual de la fe en un único dios, Alá (Allah) y su profeta Mahoma, es aceptar el primer aspecto doctrinal, el gran yihad. Pero al mismo tiempo debe ser consciente de que si esa fe es atacada por agentes externos tiene la obligación de defenderla, aún con las armas si fuese necesario. Defenderla, y justificado por ese ataque tratar de expandirla hacia los agresores atacándoles en sus propios territorios de manera que al someterlos se asegure la defensa del Islam. Es el segundo aspecto doctrinal que denominamos la pequeña yihad. Esto no quiere decir que la pequeña yihad sea la justificación para invadir, ocupar o atacar territorios en nombre de Alá. En la Sura II, 186 Mahoma desvela que la defensa o el ataque armados deben ser lo más justo posible, evitando en todo momento su prolongación innecesaria. El Islam es generoso y no se debe prolongar el sufrimiento de las gentes. Combatir en la senda de Dios contra los que os hagan la guerra. Pero no cometáis injusticia atacándolos primero, pues Dios no ama a los injustos.

 (El Andalusí)
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