Juana tiene cada vez más cara de pez, no
se explica por qué ni desde cuando, su piel ha comenzado a cubrirse de unos
pequeños, casi imperceptibles relieves con reflejos plateados, son los reflejos
de la realidad.
Lo mismo ocurre con su andar cada vez más…marino. Le cuesta
calzarse, atravesar la acera, subir a un autobús, ni que hablar a la hora de
vestirse, la ropa le queda rara, no es que le sea grande ni pequeña, es como si
no encajara en ella, por eso solo le apetece sumergirse desnuda, en la bañera
de su casa. Al principio frecuentaba la piscina, pero luego empezó a notar esos
bordes relevantes, ese aullido sordo deteniéndose en mueca en su boca al
zambullirse y un extraño y dislocado movimiento de su espina y dejó de acudir, por no llamar la atención.
Así las cosas, cada vez sale menos, sólo
lo imprescindible para aprovisionarse o comprar el periódico los viernes y domingos, más que nada por las películas que traen en promoción.
Por otro lado está ese despertar húmedo,
inundado, como recién desembarcado de
una chalupa vulnerada y frágil. Al principio creyó que era el sudor de los eternos sofocos que la mojaban de pies
a cabeza por las noches desde que la naturaleza y el amor le indicaron que
podía jubilar parte de sus encantos. Es lo que tiene la edad, de pronto irrumpe
ese ardor por cada poro, sin aviso ni permiso, pero no parece que sea eso.
Otra cosa es la sed, un ansia de beber y
beber, sobre todo por los ojos, eso también es curioso: Juana tiene sed por los
ojos, y es en ellos, alrededor de cada uno de ellos que esta mañana descubrió
las primeras y plateadas escamillas, nueve en total contando la más incipiente,
rodeando cada uno de sus desecados y entristecidos ojos. Juana no sabe que le
pasa, se duerme sola y sola se despierta, empapada, flotando y cada vez más
plateada.
Alguna noche sin embargo, de ningún modo
todas, el enigma se descubre por un pálido y soñado momento: Juana llora y
llora, copiosa, abundante, caudalosamente mientras duerme y nada sin cesar en sus
lágrimas saladas.
Por suerte vive cerca del mar, aunque
prefiere los ríos plateados de lágrimas dulces.
Ana María Vittone Chala