-Hija,
¿tú eres virgen?
-Mamá,
qué preguntas…
-Pero
dime, hija, ¿lo eres? –Sus ojos estaban expectantes, esperando una respuesta.
Mientras, las cucharas impulsaban la sopa hasta la comisura de la boca de los
hambrientos gourmets.
-Claro…
-¿En
serio? La vez esa que te pillé dándote placer a ti misma no se cuenta.
-¿Cuándo?
-Sí,
cuando ibas al cole, esa vez a la noche que pensaba que estarías dormida pero
las sábanas se movían muy rápido; creo que ni te enteraste de que entré. Pero
no soy tonta.
-Ay,
mamá, pues no me acuerdo...
-Pero,
entonces, ¿lo eres? Es que he encontrado en uno de tus cajones una cosa muy rara, tenía forma de pene pero era
de plástico. ¿Para qué lo usas, mi vida?
-Ah...
eso... no es mío, se lo guardo a una amiga que está estudiando Anatomía.
-Que,
¿Laurita? qué chica más aplicada que es, ya va a terminar su segunda carrera.
Pero dime, ¿has perdido la virginidad?
-No
mamá, que soy virgen.
-¡Qué
alegría me das! Con el miedo que me daba…- la madre se abalanzó hacia la hija y
le dio un fuerte achuchón acompañado de un beso que, al empujar la mesa, hizo
que la sopa saliera despedida del plato-. Juan, cariño, ¿has oído? ¡Que nuestra
Natalita es virgen! Gracias a Dios. Pensaba que al terminar la universidad...
Bueno, perdona por no habértelo preguntado antes, hija, pero es que no encontré
el momento.
-Tranquila,
mamá, lo entiendo.
-
Abuela, ¿Qué es virgen? ¿Y pene?
-Nada,
hijo, come y calla -Natalia miraba hacia el plato.
-Mari,
no le preguntes eso a la niña, ¡que traumas a Joselito!
Olaia
Andueza Ruiz