En realidad su conducta no
tenía nada de espontánea. Él era un producto predecible del mercado, amaba la
trinidad del consumo: fútbol, sexo y violencia.
La noche antes del partido se
presentó en un burdel con el total de sus bienes en efectivo. El local colgó el
cartel de completo y él se entregó a una orgía sin miramientos. La cocaína y
una buena dosis de viagra comprada por internet le permitieron realizar todas
las fantasías de sus héroes de cine pornográfico.
Cuando a la mañana siguiente
llegó al estadio el partido ya había comenzado. Eran dos equipos mediocres de
una liga regional, no había controles de seguridad pese a que más de una vez
los encuentros habían acabado a tortazos. Tampoco había cámaras. Eso era lo que
evitaba que las ligas menores llamaran la atención a los espontáneos, pensó
mientras ocupaba su asiento en la grada y marcaba el teléfono de una televisión
local.
Después de colgar el teléfono
abrió su mochila, sacó un paquete de tabaco y fumó un cigarro mientras veía la
evolución del balón. La grada animaba por costumbrismo, pero su descontento por
el espectáculo era evidente.
A la salida de un córner bajó
los escalones lenta, pausadamente, como un actor sabedor de representar un
papel importante. Llegó a la altura del césped y sin dificultad salvó la altura
de la pequeña valla. Desde el banquillo alguien alzó la voz. Loco, oyó decir.
Él se internó igual de sereno hasta el centro del campo. Los jugadores fueron
deteniéndose a medida que repararon en su presencia y el árbitro fue hacia él
con el gesto que precede a la expulsión de un defensa violento. Algunos
jugadores se arremolinaron en torno suyo increpándole con insultos. De la banda
había salido el delegado de campo y el presidente de la peña. Él no les
escuchaba, sólo veía mover sus labios. Abrió la mochila, sacó un arma y apuntó
hacia los jugadores.
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Parece mentira lo que uno puede comprar por internet
–dicen que dijo.
Kubala