viernes, 4 de abril de 2014

Anécdota

Con todo el empeño que alguien puede poner a una pequeña o gran obra, con todo el cariño, con ese saber que quiero decir pero no encontrar en ningún momento la palabra exacta, ni tan siquiera la idea precisa.
En estas me hayo, sin ideas, pero con unas ganas locas de escribir y como alguien dijo en alguna ocasión “escribe aunque no tengas ni ganas ni ideas, ya llegarán” pues confiando en esta máxima, continuaré por este camino y según tenga el día, llegaré a exprimir mi cerebro en un alarde de grandeza y demostración al vecino que una puede todavía ponerse frente a un papel y un lápiz y decir, aunque sean banalidades, pero sin duda decir, lo que sea. Y más sabiendo que al otro lado alguien espera, con mas impaciencia que la mía al escribir, leer algo que tenga algún sentido, algo que le mantenga vigilante y en tensión.
Pues ya puede ir llegando esa inspiración, estoy prácticamente al límite de la mitad de los treinta y tres renglones que se me permite escribir, y la muy estúpida ha decidido irse con otro que me hará sombra y ganará ese premio que sin duda, me merezco, aunque solo sea por el esfuerzo, por las ganas, por el tesón que pongo en todo lo que emprendo.
No podéis pensar que todos tenemos un mal día y que ese día me ha llegado a mí y que con ello y como he dicho y repito, estoy beneficiando al vecino de enfrente que me mira con cara de pocos amigos y que en algún momento me ha parecido que su sonrisa se tornaba socarrona y que sus ojos me retaban a escribir el mejor relato. Pues mira, te dejo paso, te doy la oportunidad de que seas tú el elegido, el que todo lo sabe, el que en cada momento, en cada instante, coge ese papel y ese lápiz y tiene la palabra perfecta, la frase oportuna y termina quitándome ese maravilloso primer puesto. Estoy dispuesta a ceder por esta vez, pero ten presente que en cuanto me recupere y recupere mi repertorio deberás haber saboreado con intensidad el gusto por el primer puesto y por ese estupendo premio que te aguarda.
Esto no se repetirá más y quedará como una simple anécdota.


Abiai

Transformaciones

Al principio empecé a ver pequeños insectos con cabezas y cuerpos humanos; una mosca con ojos de mujer y unas de sus patas con forma de brazo se paseó delante de mi pantalla de ordenador. Cuando estuvo frente al teclado se paró y se giró sobre sus desiguales patas, hasta que sus humanos ojos se clavaron en los míos. Aterrorizado y sin poder creer lo que estaba viendo, la aplasté con la palma de la mano. La mosca, aunque parezca una locura, soltó un grito tan humano que me heló la sangre. En la mesa solo quedó una pequeña mancha amarilla mezclada con algunas partes de su cuerpo.
El incidente lo achaqué al cuarto de pastilla de éxtasis que aquella tarde me tomé acompañada de dos copazos de whisky, así que me levanté, me lavé las manos y caí en la cama como un árbol cortado por leñadores. Cuando el sol entró en mi cuarto e incidió sobre mi cara llevaba más de doce horas durmiendo según el despertador que reposaba sobre mi mesilla. La cabeza parecía que me iba a reventar, así que me levanté cerré las cortinas y me desplomé de nuevo en la cama. Cuando volvía a quedarme dormido, noté que algo recorría mi pecho y subía hacia mi cara, incliné la cabeza y a unos pocos centímetros se encontraba una inmensa cucaracha. Media cabeza se asemejaba a media cabeza de hombre, totalmente deformada, el resto era del insecto que con sus enormes antenas escudriñaba mi pecho a la vez que con sus patas reptaba hacia mi cara. Seguía subiendo y subiendo, cuando sus  antenas rozaron mi boca, se paró y de la misma manera  que la tarde anterior la mosca me había mirado, esta me miró y volví a sentir el mismo escalofrío. 
Dejé caer mi puño con todas mis fuerzas contra aquel repugnante bicho e igual que la mosca soltó un terrible chillido entre humano y animal, que se unió al mio al notar el fuerte pinchazo en medio de mi esternón, algo me había clavado, el dolor era muy intenso. Aparté con las manos la gran cantidad de líquido negro que había quedado encima de mi pecho y que chorreaba sobre las sábanas de mi cama. Intenté incorporarme pero mi cuerpo parecía que pesaba demasiado para lograrlo. Me ayudé con ambas manos agarrándome a la mesilla y con gran esfuerzo lo logré. Me quedé sentado en la cama y entonces fue cuando lo vi, era un aguijón del tamaño de una pinza de tender y de un color negro metálico. Lo agarré con la mano derecha y tiré con fuerza, salió con facilidad y del agujero que quedó salió un líquido verdoso. Mareado y dando trompicones logré llegar hasta el cuarto de baño, me refresqué la cara y al mirar al espejo vi mi rostro demacrado y ennegrecido. Una costra negra cubría su parte derecha y un enorme y rojizo ojo giraba en todas las direcciones.


Javier Gómez Fernández

jueves, 3 de abril de 2014

Laberintos de Nerabel

Cómo podía intuir, que apenas unas horas después de llegar, yo misma pernoctaría tal cual indigente, sin dinero, sin un techo, sin nada como alimento.
Lo que más me impresionó en mi primer paseo por Madrid, fueron tantas calles como único cobijo de gentes durmiendo bajo las estrellas apagadas por el resplandor de las farolas, al desamparo de un viento frio y seco, ciertamente ingrato.
Siempre me intrigó cómo llega una persona a habitar en la calle, cobijado entre cartones y comiendo de lo que encuentra en las sobras de algún restaurante.
Ahora se, que la vida nos sorprende… Y no hay mejor ejemplo que la experiencia vivida por uno mismo, para conocer una realidad que otrora nos parecía ajena.
Y hoy entiendo que esa misma vida puede atraparte en una encrucijada de la que parezca imposible salir. Sin embargo siento que siempre hay una salida.
Llegué a la gran ciudad a las cinco de la mañana y de camino hacia el hotel que me acogería las siguientes veinticuatro horas, recorrí las calles de la capital cautivada por los grandes edificios, el movimiento del tráfico pese a las horas que corrían y la intensa iluminación que permitía admirar la belleza de los monumentos.
Serían dos días intensivos de visitas, nuevos conocimientos y gente fascinante. Aprendería a vencer mis miedos y a enfrentarme a mis secretos en dos jornadas de formación apasionantes. Momentos de transformación interior, que finalmente me sostuvieron en aquella segunda noche que nunca estuvo prevista.
Esa segunda noche, en la que cualquier indigente de los que anteayer me impresionaron, era más libre que yo, pues en ese momento presente, no tenían de qué preocuparse, solo cubrirse con su cartón. A las dos de la mañana, de una fría noche madrileña, él no tenía nada que perder, nada que vigilar, allí a mi lado, dormía más a gusto que yo, que ataviada con mi abrigo de ante y mis zapatos de tacón, velaba por un portátil y una cámara que colgados del hombro, alteraban mi sueño. Sin embargo, no tuve miedo.
Serena por dentro, rendida al momento y con la fe como único recurso, me preguntaba ¿cómo podía ser? El dinero en la maleta, la maleta en la consigna y la consigna ya cerrada hasta ocho horas después. Ocho largas horas sin cobijo, sin cartones y sin nada para comer. Un solo billete de metro. Si iba donde fuera, no podría volver.
Afortunada donde las haya y arropada por la buena suerte disfrazada de gente amable en época de carnaval, viví una noche como pocas, al cobijo de la sala de urgencias del hospital de “La Paz”, donde nadie me preguntó nunca por qué estaba allí. Solo yo hice esa reflexión… Mientras, él dormía, a mi lado, mucho más libre que yo.


Nerabel

El paraíso de los idiotas

El paraíso de los idiotas es un edificio gigantesco, feo y deprimente. Estamos hacinados aquí dentro. Demasiadas personas han muerto como idiotas: soldados, mártires, fanáticos religiosos, trabajadores, amantes locos, estrellas del rock. Un poco de todo.
No hay nada de lo que nos habían prometido. No hay coros de ángeles, ni jardines paradisiacos, ni felicidad infinita y eterna.
La única distracción, es mirar a través de las pequeñas ventanas que hay en las paredes. Por ellas, podemos ver la vida que perdimos. Es triste ver desde fuera todo aquello que pudiste haber tenido. Todo aquello que te robaron. Aun así, a pesar del dolor, no somos capaces de apartarnos de las ventanas.
Es curioso, en este lugar no podrás encontrar ni a una sola de las personas responsables de que estemos aquí.
No sé. Tal vez, en otro lugar, exista un paraíso para los listos.


laocasionperdida

El laberinto

Él sabía que ella lo quería, o por lo menos así lo sentía. A pesar y por debajo del dolor de cada despertar; el sabía.
Lo entendió cuando terminaron los gritos y los reproches, lo sintió la noche que ella le pidió que se fuera.
Le costo unos días acostumbrarse a la soledad desde adentro, probo con el alcohol pero ni en el fervor de la borrachera se sentía mejor.
Poco más de una semana había pasado cuando empezó a levantar el primer muro con una carga de piedras que yacía olvidada en el fondo de la quinta, no tenia idea para qué pero el peso de las piedras, la idea de construir y el dolor al final del día lo alejaban de su propia mente.
Con los escombros de la vieja carretera  se proveyó de las siguientes cargas de piedras, a los camioneros les agradaba la idea de tirar cerca casi tanto como las botellas de vino casero.
Cuando llego al fondo del campito doblo al sur y luego volvió hacia la casa, aún no sabía donde iba pero la idea de construir algo lo absorbía,  la sensación de bienestar le llegaba cuando sentía los músculos de los brazos inflamados, cuando encontraba la piedra perfecta para seguir la traba, en el dormir sin sueños que proporciona el cansancio físico.
Antes de cerrar un rectángulo con el muro dejo un metro de separación y volvió a construir hacia el fondo de nuevo, dejando un pasillo a ninguna parte.
Tiempo después, cuando ya había dado la vuelta tres veces tuvo la sensación de que construía un laberinto.
Inevitablemente ella llego un día, alertada por amigos y parientes de aquel fragor incomprensible para todos.
Callada recorrió la obra, al atardecer la brisa  paseaba entre los pasillos arremolinándose en los vértices tan confundida como ella.
Hasta donde, le pregunto, sin entender realmente qué preguntaba.
-Hasta que me perdones, contesto él, entendiendo por fin.


Mazarino

miércoles, 2 de abril de 2014

Como empiezan las grandes historias de amor

“La siguiente, la pago yo”, me dijiste aquella noche. Recuerdo con dolorosa claridad cómo centelleaban tus ojos grises, y todo era de plomo y luz en aquella despedida silenciosa. Y yo me quedé allí, mirando fijamente los restos de ensalada Niçoise. La copa de vino que habías abandonado, tan sola en medio del mantel, aún conservaba los restos de tus labios. Busqué la marca exacta de su contorno, y lo apuré; era fuerte y espeso, decía la etiqueta, pero yo sólo sentía el regusto amargo, ese calor húmedo que fingía conocer, pero sólo podía intuir. “Pronto, Dido, pronto sabrás todo sobre él”, pensé tratando de esquivar el abismo de tu nueva ausencia, pasando de puntillas cerca de todo ese frío. “Pronto te llamará, espérale”. Y pedí la cuenta.
Pero nunca volviste a llamar. Esperé y esperé; olvidaste muy rápido el momento en que se cruzaron nuestras existencias. Durante un tiempo, mi teléfono móvil se convirtió en una extensión de mí, siempre aguardando una voz tras los tonos de espera. Fue una etapa confusa, lo sé. Lloraba y bebía, y me corté a tijeretazos el pelo. Pero un día todo eso pasó; el sol salió de nuevo, y bajé a comprar el periódico. Invité a un chico muy alto a un cigarro  él me tendió un café justo en esa mesa de bar, al otro lado de la puerta. No debería contarte esto quizás, pero sé que me vas a perdonar; soy tuya, pero no puedo estarme quieta. Esa noche, mientras embestía entre mis muslos, me fijé en sus ojos. Eran claros y con forma de almendra, no grises como los tuyos, y me enfadé. Llegué a enfadarme mucho.
Desde aquella noche, me he enfadado a menudo. Cada vez que me acarician, cada vez que una lengua se enreda por error con la mía. Porque es un error, y ellos son desagradables, tratan de apartarme de ti, porque tú algún día me llamarán, y todo será perfecto. No saben lo que hacen, así que no les guardo rencor. Te lo digo muy en serio, esto no es una cuestión de placer; algunos de ellos me miran como cachorritos mientras les degüello con mi pequeño cuchillo japonés, pero la mayoría ni se dan cuenta. Pagan por apartarme de ti pero no comprenden el dolor, el dolor verdadero. Y luego viene el sueño.
Ya sé lo que vas a decirme. Perdiste mi teléfono, yo era demasiado para ti y te sentías inseguro. Tenías miedo porque enloqueciste de amor, porque me veías en todas partes. Puedo comprenderlo, así que espero, porque algún día volverás y no sabrás apartarte de mí, nunca más. Y entonces todo será perfecto.


Dido, reina de Nada

martes, 1 de abril de 2014

Robo

A Ramiro le pareció un sueño, o una pesadilla, cuando desde la puerta oyó decir a su padre a uno de sus amigos, con el maquillaje de valentía que da el alcohol, que irían a robar un banco. Sospechaba de hace tiempo que los negocios de su padre algo extraño debían tener, pero esta era una prueba contundente. La realidad se le presentó como un relámpago que le iluminó toda su vida.
Apesadumbrado, reflexionó en su habitación unas horas. Decidido, tras una batalla mortal entre sus principios y el amor a su padre, salió decidido a dar aviso a la policía. Al llegar a la plaza del pueblo, su dolor se le transformó en culpa y, quizá, decepción. Allí estaban su padre y su amigo robándole un banco a la plaza.


Es. Güije

lunes, 31 de marzo de 2014

Instrucciones para comer fresas

Si siente esta necesidad, dirigirse una zona de bosque bajo, tendiente al claro, en el que buscará un lugar cómodo. Elegir un lugar umbrío o soleado en función de la estación. Esperar pacientemente el momento adecuado (puede aprovechar la espera para encontrarse a sí mismo, para perderse, o absolutamente para nada).
Para reconocer el instante permanezca atento a las señales:
-          Las briznas de hierba, hará algunas lunas que presentarán una pátina dorada.
-          Los días durarán aproximadamente lo mismo que las noches.
-          Las mañanas aun serán calurosas, pero al mediodía empezará a percibir ligeras variaciones barométricas en algunas articulaciones, la mente se le irá cubriendo de un velo cada vez más pesado que formará en el cielo gruesos nubarrones que coronarán las tardes en aguacero.
-          En las noches que se abra el cielo podrá disfrutar de Libra en su protagónico punto vernal.
Una vez confirmadas al menos dos de estas señales, entre el pasto, o próximo a arbustos de mayor porte, localizará la planta, sin hojas en el tallo y coronada por un trilobulado conjunto de bordes dentados, verde brillante, más claro en el envés. Trazando las medianas desde los vértices de estos conjuntos, encontraremos su baricentro de donde habrán brotado sendos apéndices, en cuyos extremos unos sutiles decángulos estrellados, escombros de la flor que fue, engarzarán el eterio encarnado.
Tomar uno suavemente entre los dedos. Puede cortar el tallo, un centímetro por debajo del sépalo, le servirá de soporte para las próximas maniobras.
Si dispone de agua fresca, espolvorearla por la superficie del fruto. Una vez irrigada introducirla en la boca hasta tres cuartos de su longitud. Presionar cariñosamente los dientes hasta vencer la resistencia superficial. En este punto detenerse, saborear los aromas que estarán asaltando en este momento su espacio buconasal, le podrán recordar a algunos tipos de vino, según dicen. Recoger las primeras gotas que destile la prensión y permitir que éstas recorran los bordes de la lengua para apreciar su acidez. Seccionar y demoler la parte introducida regándola generosamente por toda la cavidad a fin de reconocer el resto de rango gustativo.
Repetir los pasos de los dos últimos párrafos hasta agotar existencias o quedar saciados, lo primero que suceda.


Miguel Jiménez Salvador
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