sábado, 28 de diciembre de 2019


Navidad en Madrid.

La gente camina igual que conduce. Con impaciencia y sin respeto. Entorpecen a media humanidad para hacerse un selfie. Gritan como piratas abordando un galeón. Utilizan como arietes los carros de los niños, con niño dentro en muchas ocasiones, y con gran pericia las bolsas de El Corte Inglés, a manera de mazas de guerra, castigando las piernas de los otros transeutes sin piedad.

Se esmeran por colarse en la primera fila que ven, hasta sin saber que hay al final de la cola. Si el tramo de acera en que se encuentran está atestado, con sutil perfidia se marcan un don Tancredo, convirtiéndose en un obstáculo insalvable, mientras disimulan escribiendo un mensaje en el móvil.

Te atropellan para llamar a un taxi y, en los lugares más visitados, metamorfosean en un híbrido de rebaño de ovejas modorras, una estampida de búfalos o una manifestación de estibadores portuarios, con sentada reivindicativa incluida.

Si utilizan un transporte colectivo, decapitan a cualquiera que les dispute el sitio y se colocan estratégicamente de forma que impidan a otros usuarios subir o bajar.

No me extiendo más, que soy un plomo. Un par de cositas más, por rematar: esta especie se dirige necesariamente a la extinción y me cago en el espíritu navideño.

Feliz Navidad...mis cojones treinta y tres!!!

viernes, 27 de diciembre de 2019

Lo que queda

Siempre que recorro el viaducto me viene a la memoria la historia que cuenta mi madre del panadero al que un suicida dio matarile al arrojarse al vacío, con la buena suerte para el insensato de caer sobre la cesta de la hogazas y la mala suerte para el tahonero de ser el soporte de la banasta. La vida es tener suerte, unas veces buena y otras mala, me parece.

Vengo de cenar con mis amigos. Mis amigos de siempre, los que llevan siendo mis amigos casi desde que tengo memoria. Gente de bien, con la excepción del que suscribe. Amigos de tasca, amigos de fútbol, amigos de novias, amigos de hospital y cruzando las líneas del tiempo, hasta de tanatorio. Que uno sabe como empiezan las amistades, pero las amistades se emperejilan en sobrevivir a la risa y en hacer madre con el dolor.

Cruzo la Plaza de Oriente. Territorio conocido. Muchas tardes de plantón y un buen puñado de atardeceres con la mirada perdida en la Casa de Campo. Una pareja de novios se besa frente al Palacio, que custodia una pareja de Guardias Civiles con cara de sueño y pocas ganas de beso. El Teatro Real en silencio, con el fantasma de Rossini encaramado a la cubierta del Teatro. La estatua de Fruela, rey, y estirpe de mi padre, mira con desdén el ridículo árbol anglosajón de alambres y borra que hace de la Navidad otro esperpento. La campana de la Almudena me da la una, y me recuerda que el tiempo pasa, tempus fugit, y es prudencia recogerse.

Y me bailan en la cabeza unas palabras sobre como ni la vejez ni el deterioro te pueden arrancar los momentos vividos con tus compañeros, los hetairoi de Alejandro, aquellos con los que has conquistado los instantes hasta que no quedan minutos que conquistar. Y no lloro por ello como el macedonio
. Me sonrío. Sé que la única manera de vencer al tiempo es vivir. Y vivo con ellos.
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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.