Para
mí, el domingo de Resurrección no es domingo. O sí, pero no tiene por qué. Es
en lo que coincida el 12 de marzo, que es cuando hace unos cuantos años
resucitó Luismi, de una forma inopinada y elegante, como es él. Ya se había
anticipado a la moda de los virus, pero decidió que ese virus de pacotilla no
se lo iba a llevar tan pronto, aunque podía haberlo decidido unos días antes,
qué menudo susto nos dio, el muy tunante.
La
historia ya la he contado muchas veces y no la voy a repetir, pero sí que a mí
me dio una lección de vida que intento no olvidar, y hoy más que nunca sigue
vigente: hay que aprovechar cada momento, porque mañana no está garantizado.
Ahora
que debemos mantener un perfil bajo por obligación y no podemos tomarnos las
cervezas que nos gustaría, es cuando más recuerdo los grandes momentos que
hemos pasado, y cuando creo que volverán más pronto que tarde.
En
esta época donde lo políticamente correcto es la tendencia dominante, donde se
silencia el pensamiento crítico, y el pensamiento único se propaga como una
mancha de aceite en el mar, donde la estulticia se recompensa y el criterio se
entierra, donde el buenismo se ensalza y el ingenio se penaliza, tipos como él
son más necesarios que nunca. Al menos para mí. Tuvo una buena escuela con su
padre, que le dejó seguramente muchas cosas, y entre otras, la integridad. En
la antigüedad se valoraban mucho las esculturas de una pieza, como él.
Nos
quedan muchos toros por lidiar, muchos combates que dar, muchos tiros que
disparar y muchas cervezas que trasegar, compañero.
Felicidades.