la
caza deja de serlo. Todos en tropel, escopeta y pañuelo en mano. La sangre
escasa, el contacto desorientado por mentes estratégicas. Un lujo.
¿Te
pones el pañuelo mientras devoras a tu presa? Una servilleta, una toallita en
el bolso, alcohol para desinfectar. Así vas. Por la vida, en tu vida. A cada
paso eres una criminal en potencia y su detective que analiza y lleva a un
lugar aséptico las pruebas. Lo analizas todo, hasta el placer. Hasta
donde mancha y escupe el ansia de perturbar. Eso también lo sabes. Serías una
leona agazapada y con rímel. Con los colmillos afilados y el pelo sedoso, sin
parásitos ni mechones enredados. Los nudos son cosa atávica. Llevas horas ante
el espejo calculando cada centímetro de tu piel, cada poro, cada gota que no
sudarás. Así eres. Una cazadora moderna, orgullosa y sincera a principios que
son final. Eres la consecuencia anticipada. Sin rencor ni remordimiento. Un as
en la manga que se adhiere a cualquier camisa bien planchada. Una superviviente
que tuvo que comer con sus propias manos y enderezar banderas, astas y moldear
remos para la marea intempestiva.
Al
salir de casa, se aprieta los muslos, de forma obscena e íntima. En cualquier
portal lo hace, para sentir que sale, que cruza un allí que es de aquí. Que
rechaza y asquea. A ustedes ya les
conozco, a cada paso que doy, he sabido ver las huellas de lo reconocible. He
hecho mías baldosas de cemento grueso y maloliente. Huele a polvo
concentrado, que es peor que un polvo estornudable. Y camina hasta
la gloria bendita de saber a dónde va. Que no es poca cosa. Es usted maravillosa. Ha conseguido lo
sencillo en lo complejo. Lidera tropas de orcos ensimismados en ella misma.
No hay parangón. No. Ella lo sabe. Manipula cortando trozos generosos de carne
que bien se podrían comer crudos y todos se empeñan en cocinar o peor, a
postergar en una congelación lasciva. Es tu carnicera de barrio, que
altivamente te ofrece lo más fresco del mercado.
Sale
a cazar, con su piel recién estrenada. Está sola, soltera, con hambre y afilada.
Es una más pero con ese tinte de acecho y a escondidas. Opta por la gracia de
estar desinhibida embutida en un traje que no es suyo, pero de todos. Camuflaje.
La
caza deja de serlo. Imagínense un tropel de hombres fofos y enfundados en
uniforme ocre y botones envejecidos con tinte de embellecer glorias salvajes.
Imaginen el final del tramo y gotas de sangre de un bicho que tuvo la mala
suerte de ser emboscado. Imagínense que todo es cuestión de estrategia y que la
escopeta, hoy, les apunta a su sien derecha. Allí está, ella, magnífica,
afilando lo que corta pieles finas como las n(v)uestras. Un lujo.
Maude