Soñar con tu exmujer, diez años después de
divorciarte, no parece que sea muy normal. Y no me refiero a ensoñaciones,
pensamientos más o menos conscientes, fruto de un oculto y remoto deseo de
volver a estar con ella. ¡Eso sí que sería realmente grave! Hablo, más bien, de
ese estado onírico en el que te sumerges mientras duermes y que te puede
conducir a situaciones verdaderamente inverosímiles, como volar sobre un gran
dragón rojo, ser adiestrador de elefantes en la India, o predicar una bella
homilía desde el púlpito de una oscura iglesia del siglo XVI. Pero soñar con tu
exmujer, cuando hace tanto que no sabes de ella… Vamos, hombre, ¡no me jodas!
El caso es, no obstante, que anoche,
durante mi última cabezada en prisión, soñé con ella. ¡Y encima soñé que le
tocaba el culo y los pechos! Ya me vale, lo sé, pero ¡qué coño! ¡Uno no elige
el contenido de sus sueños!
Y ahora estoy aquí, en la puerta de la
cárcel, preguntándome qué puede significar soñar algo así justo antes de que te
suelten. Cierro los ojos y levanto la cabeza, como si mirase hacia el cielo. Puedo
entonces olfatear el dulce perfume de la libertad, mientras que una sonrisa de
satisfacción se define en mi ancha boca. Alertado por una cálida y viscosa
sensación en la misma, abro a continuación los ojos, para ver alejarse al
pajarico que acaba de cagarse, con inaudita puntería, sobre mis otrora
sonrientes labios. ¡Ese que ahora llega a mi nariz debe de ser el verdadero
aroma de la libertad!
Tras limpiarme el morro como buenamente
puedo —con la manga de la camisa—, miro hacia atrás y contemplo, por unos
instantes, la silueta de la prisión en la que tantos años he pasado. Quizás
tendría que haber visto menos películas como Pulp fiction y, por el contrario, haber leído más novelas de
policías y ladrones, en las que siempre solían ganar los primeros. Puede que así
no hubiera acabado con mis huesos entre aquellas restrictivas rejas y paredes,
alejado de mi exmujer.
Tal vez, incluso, debí ver y leer más
comedias románticas —tanto en formato dvd
como en papel—, que me enseñasen a
apreciar y valorar positivamente la falta de libertad que una pareja y una vida
familiar te imponen. Supongo que así no habría tratado de escapar de ambas por
el peor camino posible. Sobre todo para ella.
Lo cosa es que sigo sin tener clara la
razón del sueño de anoche. Supongo que la vida es, a veces, un sinsentido, así
que, por eso mismo, lo primero que haré será acercarme a donde envié a mi
exmujer, hace tantos años. Pero como me da vergüenza acudir allí con las manos
vacías, le llevaré, si es que mi exfamilia política no me lo impide —me consta que aún me odian por lo que le hice—, un ramo de flores a su tumba…
Sergio Reyes Puerta