Me gusta mucho ver a la gente contenta. Pero tengo que reconocer que tampoco me incomoda ver a mi gente sumida en la duda. La duda es la prueba más evidente de que no has dejado de crecer. La duda se empecina en dejar patente que quieres seguir avanzando. La duda es ese desierto que separa dos oasis, un valle entre dos cumbres.
Nos enseñan que todo hay que tenerlo claro siempre. Nos enseñan que hay blanco y negro, luz y oscuridad, suerte y desgracia, vida y muerte. Pero tenemos que descubrir nosotros solos que también hay grises y penumbras, que demasiada suerte es una desgracia y que la muerte, cuando has querido y te han querido, es una vida en los recuerdos.
La duda es un examen, una reválida, una oposición. Hay que superarla para volver a la certeza. Queremos aprobar a toda costa, sin darnos cuenta que, una vez reinstalados en nuestras cómodas ideas preconcebidas, nos quedamos estáticos en un mundo en constante movimiento. Y camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.
De la duda nace el progreso. No solo el material, también el personal. Junto con la curiosidad, son dos potencias que nos hacen asumir riesgos y reflexionar sobre el sentido de nuestra existencia. En ese proceso siempre hay sufrimiento, algo parecido al dolor que siente un adolescente mientras su cuerpo crece y cambia, mientras se transforma en adulto. Pero todos recordamos la adolescencia como un período mágico, el más apasionado de todos, unas etapas que se viven y se queman vertiginosamente. De aquellas dudas y de aquella curiosidad somos fruto.
Las dudas son peligrosas si se convierten en un modo de vida. Aquí si pueden llegar a inmovilizarte. Pero las dudas se atraviesan despacito y con buena letra o cayéndose de un caballo como San Pablo. Y al otro lado está una nueva verdad. Al menos, hasta la siguiente duda.
Hoy no ha sido un buen día. Solo en un autobús vacío, camino de casa, tenía la sensación de que mi vida se ha convertido en una moviola en la que se repiten ad nauseam las liturgias. Las risas de unos adolescentes que se han subido en Plaza de España me han dado aire. Luego mi hijo me ha dado un beso de buenas noches. Y aquí si que no cabe la duda: cada vez que tu hijo te de un beso de buenas noches, serán unas buenas, muy, muy buenas noches.
Eres una gran mujer. Sin duda. Hazme caso.