No quería dejar
pasar el Mundial de fútbol sin escribir algo en este blog. Y se me viene a la
cabeza una idea que me ronda estos días cuando pienso en quién quiero que gane
el campeonato. Más allá de las “revelaciones”, como Costa Rica, o Colombia, o
las que hubiere en otros torneos, recuerdo que desde que tengo uso de razón, y
sobre todo, antes de que España osase incluirse entre las favoritas, siempre
quería que ganase Brasil. Por encima de las otras potencias de toda la vida,
Alemania, Italia, Argentina, o incluso Francia. Brasil.
Y aquí me
encuentro, con ganas de que cualquier equipo se cargue a Brasil, si es en la
final, mejor, con más dolor, pero si es antes, también me vale.
No me sirve el
argumento de que como España ha sido últimamente el mejor equipo, y la actual
campeona hasta dentro de unos días, los rivales tienden a caer mal; España está
eliminada, y no sabemos si alguna vez volverá a estar tan arriba.
La explicación
tiene dos partes: Brasil juega tan mal como cualquier otra selección, y además
es un equipo antipático. Esto, dicho hace 25 años sonaría a ciencia ficción.
El primer Mundial
en que recuerdo a Brasil con nitidez fue el de España 82; ahí jugaban nada
menos que Sócrates, Junior, Zico o Eder. Era un equipo maravilloso, verles
jugar era un disfrute, y además parecían majetes. Incluso, cuando fueron
eliminados, su caída fue normal, caballerosa, ante una gran Italia. Después
vinieron otras selecciones grandes de Brasil, con éxito, campeones del mundo. Y
eran buenísimos, los Ronaldo, Ronaldinho, Mauro Silva, Roberto Carlos, Romario,
Bebeto y tantos más. E independientemente de forofismos procedentes de sus
clubes, no eran jugadores antipáticos. Aún representaban ese Brasil festivo y
divertido, hasta juerguista. Y qué bien jugaban.
Me atrevería a
decir que la cosa se torció con Robinho, que iba para supercrack y se quedó en
el camino, tanto en juego como en personalidad. Y de ahí llegamos a lo que hay
ahora.
Brasil juega al
fútbol horrorosamente. Mucho peor que muchas de las selecciones que ya han sido
eliminadas. Como juegan en casa, parece que no puede haber otro resultado que
no sea que ellos ganen su mundial. Protestan por todo cargados de razón. Tienen
un entrenador que parece familia de Mourinho. Y encima los futbolistas no me
caen ni medio bien. Desde el insufrible Daniel Alves, pasando por el excesivo
David Luiz, el poco claro Marcelo, hasta llegar a su estrella, Neymar. Neymar
es buenísimo, sí, pero está por ver que llegue a ser un Ronaldinho o un
Romario. Y para mi gusto, sobrepasa la línea de la “simpatía”, y se hace
tremendamente cargante con tanta parafernalia y tanto padre avaricioso. Y qué mal juegan.
Brasil parece
haberse contagiado del fútbol actual (sobre todo de los clubes) con sus peores
defectos, la arrogancia, la prepotencia y la desconexión con la afición. Esa
afición que ha establecido una tregua en sus demandas sociales, con las que desde
aquí mucha gente simpatiza. Este no es el Brasil que yo admiraba desde pequeño,
y lo echo de menos.
Qué le vamos a
hacer, iré, como tantos, con Costa Rica.