Viajamos bajo tierra, como lombrices, apelmazados como un rebaño asustado. O en cubículos de acero y plástico que contaminan el aire, conectados por el teléfono a un mundo las más de las veces virtual y aislados del mundo real por ventanillas cerradas. Nos despertamos y nos acostamos en horarios que nuestros propios cuerpos se niegan a aceptar, despreciando la luz y la oscuridad. Comemos productos plastificados que han crecido debajo de plásticos. Nuestros conocimientos ya casi nunca provienen de la experiencia, sino que nos llegan por pantallas, y hemos perdido cualquier espíritu crítico, y se hace dogma un post fraudulento que corre por redes sin control.
Pero somos tan civilizados que para compensar todo ese desequilibrio hemos inventado el mindfulness y los terapeutas.
¡Bendita cerveza!