Temía a la noche porque en la noche, entre las
sombras, era cuando acechaban los fantasmas. ¡Ojalá aquello fuera una película
de terror!, pero la quimera de la ficción no era sino una realidad. Monstruosa
y cierta. Las vio. Con sus andares felinos. Caminando, deliberadamente, como si
se deslizaran. Con sus bocas sanguinolentas y los ojos enrojecidos, inyectados. Ruido
estruendoso. Sentía una sed implacable. Salivar no tenía más efecto que
recrudecerla. Necesitaba imperiosamente beber algo, pero estaba muy asustado.
¿Y si lo descubrían cuando intentase satisfacer su natural necesidad? Era preferible
quedarse agazapado, oculto en la penumbra, confiando en que no le traicionase
el castañeteo de sus dientes, aunque tal vez aquellos pavorosos ojos ribeteados
por la más espantosa de las tinieblas fuesen capaces de ver en la oscuridad y
lograsen encontrarlo, por más que él tratase de esconderse, procurando pasar
inadvertido tras la columna. A fin de cuentas, no eran más que unas horas.
Angustiosas y eternas, pero unas horas. Estaba absolutamente paralizado,
incapacitado para efectuar el más mínimo movimiento. Y aquel horrible ruido
taladrándole la cabeza. Amenazando con quebrarle desde el interior todos los
huesos. ¿Por qué no había hecho caso de su instinto y se había quedado en la
confortable y cálida protección de su cama? Maldijo a aquel que tanto le
insistiera en que el mejor modo de vencer a los miedos era enfrentarse a ellos. A ser posible, de un modo
drástico.
De pronto, una de aquellas horribles criaturas
pareció descubrirlo. Sus pasos de muerto viviente tomaron una dirección
inequívoca. No había escapatoria posible. Estaba perdido. Irremediablemente
condenado. Aquel ser de la oscuridad se le acercó a una distancia muy lejana de
lo que hubiera sido prudencial. Aquel horripilante ser de la oscuridad apoyó su
mano mortecina de dedos largos acabados en unas aún más largas uñas sobre su
brazo de piel erizada. Aquel ser abrió la boca mostrando unos dientes que a él
le parecieron capaces y dispuestos a despedazar a cualquier ser vivo. Aquello,
con voz enronquecida habló: “Hola, soy Raquel, jamás te había visto por aquí”.
Diagnóstico certero: Ginefobia.
Mónica
Rodríguez