Es una constante en nuestra cotidianidad ver como a través de los medios, estamos siendo bombardeados con noticias que de una u otra forma, están relacionadas con el mundo islámico. Es cierto que en la última década, por no alejarnos demasiado de nuestros días, los peores acontecimientos armados ocurridos en el mundo tienen su origen en alguno de los países musulmanes. Afganistán, Irak, Irán, Somalia, Palestina, Líbia, Siria y alguno más. También los mayores y más crueles atentados terroristas llevan la firma de uno y otro grupo islamista, recordemos el de las torres gemelas de Nueva York, el tristemente famoso 11M de Madrid o los del metro de Londres. No pasa el día en que la televisión, la radio o cualquier medio de prensa informe de algún hecho sangriento o preocupante relacionado directamente con cualquier país árabe o con grupos radicales islamistas.
Para las gentes sencillas de los países occidentales, la machacona ristra de este tipo de noticias, día tras día, le crea la sensación de vivir en un mundo que ha perdido los papeles, donde la inseguridad, el miedo y la preocupación constante forman parte de lo cotidiano. Sucede entonces, que aparecen prejuicios hacia los practicantes de la religión musulmana y lo peor es que no se reflexiona sobre los orígenes de estos desencuentros de culturas.
No es que estemos obligados, pero si hacemos un pequeño esfuerzo y recordamos como a lo largo de la historia, aquellos conflictos que aparentemente se solucionaron por la vía de las armas, la opresión o el sometimiento, nunca se cerraron del todo. Territorios como los de Indochina, algunas excolonias africanas o como los de la antigua Yugoslavia y de la desaparecida Unión de Republicas Socialistas Soviéticas (URSS), por mencionar solo algunos. Han sufrido o sufren las consecuencias de las malas políticas reunificadotas de pueblos y culturas diferentes. Recordemos la guerra del Vietnam, las de independencia tutelada de colonias africanas como la de Argelia, o las más cercanas de los Balcanes o de Chechenia. Releer la historia y ver como se cerraron estos y otros conflictos, sin acuerdo de todas las partes, sin equidad, sin justicia y con una falta de respeto hacia sus creencias, es necesario para determinar porque años después siguen estando de peligrosa actualidad. Es el caso de casi todo el mundo árabe, por ello, creo que debemos reflexionar antes de opinar sobre esta cuestión.
Es común escuchar a personas decir que el Islam en una religión de fundamentalistas radicales, siempre dispuestos a matar. Es normal que el gran público en general opine así si tenemos en cuenta que los ciudadanos desconocen los principios básicos de esa religión, su doctrina y su filosofía, siendo participes de la distorsión existente en todo el mundo occidental en torno a la religión de Alá. El desconocimiento generalizado de esta religión marca el debate interno que cada cual puede ejercer sobre el Islam. Pero sucede, que ni siquiera hay debate interno, pocos, muy pocos son los que se han preguntado el como y el porque una cultura como la musulmana tiene tan mal prestigio en el mundo occidental. Por lo general, lo habitual es que si oímos a alguien hablar en árabe nos pongamos en guardia. Identificamos todo lo relacionado con ellos con el terrorismo internacional, sin pararnos a pensar que ya es hora de dialogar y debatir con el fin de buscar elementos comunes y de encuentro entre las dos culturas.
Soy consciente que el poco o mucho interés que despierta en los occidentales estará siempre ligado a los noticiarios. Resulta triste comprobar que no existe una percepción real de lo que significa su historia de casi mil quinientos años, ni su aportación vital al pensamiento filosófico occidental, o su influencia social en nuestra forma de vida. Comprender el Islam exige un considerable esfuerzo que pocos están dispuestos a realizar y más cuando algunos responsables públicos o religiosos, del tres al cuarto, con sus arengas y delirios de grandeza alentan con ideas salvadoras de patrias guerras e intervenciones armadas que salven de las ordas del mal a nuestra civilización.
¿Qué hacer entonces?. Seamos realistas, en Europa y América el ciudadano de a pié que se atreve a opinar sobre el problema musulmán, lo hace merced a lo visto en la televisión, leído en los periódicos e incluso por lo que a escuchado a un amigo. Supongo que ir a las fuentes sería lo más adecuado pero no todas ellas recomendables. Existen manuales, ensayos, biografías, artículos periodísticos, una extensa bibliografía a la que acudir, pero que en la mayoría de los caso es necesario depurar con la ayuda de alguien puesto en el tema. Alguien capaz de armonizar las distintas opiniones de los autores serios y que sepa desechar aquellos textos que por su superficialidad, por un lado, o por su compleja y académica exposición por otro, pudieran confundir al neófito. Hay que obviar la retórica actual de algunos grupos interesados en que la gran masa de gentes siga creyendo que todo musulmán es un yihadista.
La practica de esta religión por cerca de mil doscientos millones de personas, nos debe hacer pensar en la importancia de conocer su filosofía y su doctrina sustentadas en argumentaciones fiables. Siendo lo más adecuado tener una visión general, pero real, de lo cotidiano de sus gentes y de la actualidad de sus problemas. Hay que evitar caer en distorsiones u opiniones interesadas que nos puedan crear una visión segada o partidista de su mundo. Por ello, soy partidario de no implicarse demasiado con lo que se lee. Guardar cierta distancia emocional ayuda a conseguir una perspectiva de juicio más serena y equilibrada. Como decía Francis Bacón, “no leáis para creer o convenceros, sino para sopesar y reflexionar”. Sabido es, que algunos oportunistas poco escrupulosos, para suscitar reacciones de orden moral o social, utilizan recursos impactantes, agresivos y provocadores. Los hay también que despreciando las más elementales reglas éticas solo buscan el éxito comercial, descendiendo a los más bajos instintos del ser humano. Así pues, siguiendo a Bacón, hay que leer, leer y reflexionar sobre lo leído de forma activa, lo cual implica plantearse preguntas que hay que tratar de responder.
El Islam, nos guste o no, es una religión universalista, como el cristianismo, y como esta tiene su propia teología, su propia identidad que abarca la realización individual de cada persona en el seno de uno mismo. No podemos identificar a todos lo individuos de una comunidad por los actos de unos pocos. Sería descabellado pensar que todos los creyentes musulmanes son beligerantes con el resto de la humanidad. Nos dice Karen Armstrong que los occidentales nunca hemos sido capaces de comprender el Islam. Según ella, nuestras ideas acerca de esta religión han sido siempre burdas y desdeñosas, y hoy además renegamos de ellos despreciando nuestro propio compromiso con la tolerancia y la comprensión que exigimos a otros interlocutores.
EL ANDALUSÍ