sábado, 16 de noviembre de 2013

María Antonieta


Esa mujer estaba borracha, allí. Al mirarla descubría sus ojos rojizos y trabados, como ya borrosos, invadidos por los efectos del alcohol. Juan no estaba seguro de tenerla a su lado.

Francisco Ángel Noreña

viernes, 15 de noviembre de 2013

Delirium tremens

Cuando sonó el despertador lo apagó de un manotazo y siguió en la cama durante unos minutos sopesando si debía o no levantarse tan temprano.
 Al fin, un tanto desganado, optó por lo primero y se dirigió pesadamente al cuarto de baño. Se duchó con agua fría para salir definitivamente del sopor en que lo había sumido la calurosa noche de verano, se afeitó y se observó detenidamente en el espejo como intentando reconocerse en aquella imagen que el azogue le devolvía. Cuando estuvo conforme con su aspecto se vistió con una camisa de mangas cortas de color azul y un pantalón gris de estilo deportivo y tuvo que meterse debajo de la cama para alcanzar sus zapatos.
Intentó preparase un café pero, después de buscar infructuosamente en la cocina, decidió desayunar en el bar de la esquina.
Las sorpresas desagradables continuaron cuando encontró el ascensor averiado y tuvo que bajar por la escalera desde el noveno piso donde vivía, pero como no hay dos sin tres, el bar de la esquina estaba cerrado a cal y canto y, por más que miró y remiró a través de las rendijas que dejaban las cortinas, no vio a nadie dentro que pudiera abrirle.
Quiso coger el coche para llegar a la oficina pero se había dejado las llaves en casa y prefirió ir a pie antes que volver a subir y bajar los nueve pisos.
Por el camino iba pensando en lo erróneo de su decisión de levantarse, debía haberse quedado en la cama durante toda la mañana y así reponer las fuerzas gastadas en la juerga de la noche anterior. Había sido formidable, no había parado de beber y de bailar en aquella discoteca, de cuyo nombre no se acordaba, con aquella preciosa chica que aparecía borrosa en sus recuerdos, sí, seguramente había sido la madre de todas las juergas.
Se sobresaltó cuando alguien le tocó en el hombro y le dijo:
- ¡Oiga!, ¿quiere hacer el favor de volver a la cama y no levantarse más? Ya van cuatro veces que le he tenido que conectar el gotero y, por si era poco, me ha roto el frasco de suero. ¡Hay que ver la guerra que dan los que llegan a urgencias con delirium tremens!


José Felipe Cardenete Romero

jueves, 14 de noviembre de 2013

La ilusión quedó en el recuerdo

Hace unos días pasó un circo por mi ciudad. A mis cincuenta y seis otoños comienzan a aparecer  los recuerdos y gustos por cosas de la infancia.  Cosas de la edad que no sé si le pasará a todo el mundo. Y el circo es uno de esos recuerdos que mantengo indeleble en la memoria.
El color, el olor, el sabor, el oído… ¡hasta el tacto! , para que no falte ninguno de los sentidos, se me desbordaban cuando, de tarde en tarde, y la economía nos lo permitía, iba a una función de circo.
Durante el tiempo que permanecía  levantada su imponente carpa en los alrededores de mi casa, la inquietud me embargaba.  Mil y una veces pasaba por delante de aquel lugar que cada tarde se llenaba de magia; aquel espacio donde habitaban millones de sueños.  Desde fuera oía los aplausos, las risas,! hasta los gritos de emoción!, y esperaba con impaciencia el día que a mí me tocaría poder disfrutar  de él, como lo hacían cada día, en función de tarde y noche, aquellas anónimas gentes.
Y como si hubiese dado un salto atrás en el tiempo, cargado con la misma ilusión de los diez u once años, saqué entradas para la primera función del circo recién instalado en las afueras de mi ciudad. La misma ilusión, lo aseguro, la misma inquietud y  los mismos sueños. Recordando alguno de los mágicos momentos que, desde la niñez, aún guardaba en mi memoria.
Fila tercera, asiento cuarenta y dos. Muy cerca de la pista. De la única pista que tenía el más que pobre circo. No sé si los de mi infancia eran como este. Creo que no, o tal vez aquellos eran  aún más pobres pero  la infinita imaginación de aquella edad  me lo hacía ver como lo más grandioso que jamás contemplase mis ojos.  El caso es que pasaron esforzados equilibristas; domadores de caballos salvajes del Cáucaso; malabaristas… y unos payasos muy graciosos que no paraban de darse mamporros mientras miraban de soslayo al público. Pero la gente no se reía, no disfrutaba. O al menos como yo lo tenía en mi memoria. Un grupo de mozalbetes se dedicaba a tirarle las palomitas de maíz a los simpáticos chimpancés que sentados en el borde de la pista, hacían cabriolas. Unos padres no paraban de molestar dando gritos llamando al chico que vendía refrescos y chucherías. Mientras, en la pista, dos equilibristas daban varios giros mortales en el aire para deleite de… ellos mismos. La gente apenas participaba de aquel espectáculo.
Camino de regreso a casa me quedé parado delante de un enorme y colorista cartel que anunciaba el circo. Me pareció descubrir una lágrima en el payaso que lo anunciaba. Lo mismo que la que caía de mis ojos.


Vigía

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Lugar prohibido

Rita atravesó la entrada y subió por las gradas hasta la cabina. Se abandonó en la primera silla, tratando de adivinar las voces y la lejana música; pero sólo unos minutos, y el malicioso rostro del remordimiento estremeció su estómago. Se incorporó en el acto y extravió sus pasos, hasta confundirse nuevamente con la mezcla de voces en la calle. Se entretuvo un rato contemplando a las personas y vehículos que pasaban. Y experimentó la absurda sensación de que el cielo estaba como a punto de romperse. Pensó que no valía la pena hacer lo que iba a hacer, pero volvió a subir, como una autómata y continuó de largo hasta la cabina, sintiéndose observada... Un escándalo de risas y bocinas resonó allá en la calle, mientras ella dibujaba su carita de niña inocente en el rompecabezas surcado de su mente: quería creer que dejaba tras de sí el miedo y la vergüenza. Dominada ya por esa contradictoria conciencia, giró en dirección a la voz susurrante que la llamaba desde el otro lado, con la puerta entornada. Y entró. El hombre de la voz susurrante se sorprendió al verla y, al cerrar la puerta, le regaló nervioso una estúpida mueca, la tomó de una mano y la invitó a sentarse, colocando el micrófono a la altura de ella. Recién entonces Rita se atrevió a recordar el rostro inverosímil, que la había perseguido esas últimas noches en sus sueños. Y aunque estaba temblando al levantar los ojos,  el hombre le sonrió con dulzura y le hizo una pregunta, una pregunta clara y sugerente, que ella esperaba ansiosa,  pero que no quiso llegar a comprender. Por toda respuesta, ella apretó los ojos, evitando llorar, procurando pensar sólo en la lluvia que por fin se había desatado.


César Augusto Álvarez Téllez

martes, 12 de noviembre de 2013

El escultor de sueños

El joven, un guiri de procedencia desconocida, no hablaba el idioma pero comprendía perfectamente las expresiones de condolencia que le dedicaban los viandantes.
Se palpó el bolsillo del pantalón buscando tabaco y se llevó a los labios un cigarro arrugado. Estaba calado hasta los huesos y el mechero no prendía; abstraído, se apoyó en la pared y se deslizó hasta quedar sentado en el suelo. Lo había perdido todo. En apenas diez minutos había pasado de héroe local a indigente.
Era un rubio que había llegado del norte con el pelo apelmazado y una mano adelante y la otra atrás pero había levantado un imperio de la nada. Planificó con esmero la planta de la que sería su ciudad sobre un trazado ortogonal; para el palacio eligió un diseño oriental, al estilo de las mil y una noches, con cúpulas esféricas y arcos puntiagudos. Pero su mayor orgullo lo constituía el zoológico en el que consiguió reunir las especies más codiciadas. Dentro del recinto, cohabitaban rinocerontes con osos polares; cocodrilos del Nilo con pingüinos de la Patagonia.
Tanto adoraba su urbe que pasaba las noches barriendo las calles y remozando los desconchones de las fachadas para que al amanecer estuviera intacta y arrancara de nuevo exclamaciones de admiración.
La tormenta había desvanecido sus sueños, los había deshecho como los azucarillos se disuelven en la leche caliente. Sobre el espacio que ocupaba su entelequia, sólo existía una masa amorfa de arena. 
Su mirada quedó atrapada en una llama que se interpuso entre sus ojos y el horizonte.  Un joven le prestaba su mechero para encender el cigarrillo que colgaba flácido de su boca. Sobre ellos, el mar de nubes se quebró dejando a la vista un tajo celeste. Asintió agradecido el gesto; también la moneda que el muchacho depositó en el bote de los donativos a modo de despedida. 
Era ruso o quizá sueco, decían de él, qué más daba.


Bhavnika

lunes, 11 de noviembre de 2013

La otra cara del génesis

Durante el interrogatorio divino, Eva, aseguró que jamás probó la fruta del árbol del conocimiento. Por el contrario, aseguró recibir una serie de visitas de la serpiente, a la que tildó de plasta y de gorrona, en las que trataba de convencerla para que la robase, al tiempo que bebía y comía a costillas de ella. Ante tanta insistencia, ella se negó rotundamente, haciendo un esfuerzo por contener el aire ante el mal aliento de la muy condenada. Eva confesó que a su alrededor había una infinidad de frutas más apetecibles que aquélla. Por lo tanto, mandó al cuerno a la bicha. En su lugar, un Adán algo pelele,  se encaramó en las ramas de aquél árbol prohibido, aún a riesgo de partirse la crisma,  que ella lo vio, y se comió todas las manzanas, dejando a Dios sin su postre diario bajo en calorías. Los problemas comenzaron con la indigestión del pecador. Las ventosidades de éste fueron tan sonoras que se escuchaban desde todos los ángulos del jardín del Edén, y le dio tal diarrea que casi se muere deshidratado. Por temor al enfado divino, tanto Adán como la serpiente la inculparon a ella de la desaparición de la fruta; La joven, hecha un basilisco, comenzó a blasfemar y Dios, en un arrebato de poca paciencia los castigó a los tres, pagando justa por pecadores. Eva, que se consideró la víctima peor parada del Pecado Original, relató muy compungida a las revistas del corazón que aquella estratagema tenía como fin expulsarla del paraíso, para que tanto Adán como la serpiente pudiesen vivir libremente un idilio amoroso que hacía tiempo conocía, porque las chismosas criaturas del paraíso se lo habían soplado en numerosas ocasiones.


Elimaida Vargas Paz

domingo, 10 de noviembre de 2013

Reflexiones sobre el Islam

 Es una constante en nuestra cotidianidad ver como a través de los medios, estamos siendo bombardeados con noticias que de una u otra forma, están relacionadas con el mundo islámico. Es cierto que en la última década, por no alejarnos demasiado de nuestros días, los peores acontecimientos armados ocurridos en el mundo tienen su origen en alguno de los países musulmanes. Afganistán, Irak, Irán, Somalia, Palestina, Líbia, Siria y alguno más. También los mayores y más crueles atentados terroristas llevan la firma de uno y otro grupo islamista, recordemos el de las torres gemelas de Nueva York, el tristemente famoso 11M de Madrid o los del metro de Londres. No pasa el día en que la televisión, la radio o cualquier medio de prensa informe de algún hecho sangriento o preocupante relacionado directamente con cualquier país árabe o con grupos radicales islamistas.

Para las gentes sencillas de los países occidentales, la machacona ristra de este tipo de noticias, día tras día, le crea la sensación de vivir en un mundo que ha perdido los papeles, donde la inseguridad, el miedo y la preocupación constante forman parte de lo cotidiano. Sucede entonces, que aparecen prejuicios hacia los practicantes de la religión musulmana y lo peor es que no se reflexiona sobre los orígenes de estos desencuentros de culturas.

No es que estemos obligados, pero si hacemos un pequeño esfuerzo y recordamos como a lo largo de la historia, aquellos conflictos que aparentemente se solucionaron por la vía de las armas, la opresión o el sometimiento, nunca se cerraron del todo. Territorios como los de Indochina, algunas excolonias africanas o como los de la antigua Yugoslavia y de la desaparecida Unión de Republicas Socialistas Soviéticas (URSS), por mencionar solo algunos. Han sufrido o sufren las consecuencias de las malas políticas reunificadotas de pueblos y culturas diferentes. Recordemos la guerra del Vietnam, las de independencia tutelada de colonias africanas como la de Argelia, o las más cercanas de los Balcanes o de Chechenia. Releer la historia y ver como se cerraron estos y otros conflictos, sin acuerdo de todas las partes, sin equidad, sin justicia y con una falta de respeto hacia sus creencias, es necesario para determinar porque años después siguen estando de peligrosa actualidad. Es el caso de casi todo el mundo árabe, por ello, creo que debemos reflexionar antes de opinar sobre esta cuestión.

Es común escuchar a personas decir que el Islam en una religión de fundamentalistas radicales, siempre dispuestos a matar. Es normal que el gran público en general opine así si tenemos en cuenta que los ciudadanos desconocen los principios básicos de esa religión, su doctrina y su filosofía, siendo participes de la distorsión existente en todo el mundo occidental en torno a la religión de Alá. El desconocimiento generalizado de esta religión marca el debate interno que cada cual puede ejercer sobre el Islam. Pero sucede, que ni siquiera hay debate interno, pocos, muy pocos son los que se han preguntado el como y el porque una cultura como la musulmana tiene tan mal prestigio en el mundo occidental. Por lo general, lo habitual es que si oímos a alguien hablar en árabe nos pongamos en guardia. Identificamos todo lo relacionado con ellos con el terrorismo internacional, sin pararnos a pensar que ya es hora de dialogar y debatir con el fin de buscar elementos comunes y de encuentro entre las dos culturas.

Soy consciente que el poco o mucho interés que despierta en los occidentales estará siempre ligado a los noticiarios. Resulta triste comprobar que no existe una percepción real de lo que significa su historia de casi mil quinientos años, ni su aportación vital al pensamiento filosófico occidental, o su influencia social en nuestra forma de vida. Comprender el Islam exige un considerable esfuerzo que pocos están dispuestos a realizar y más cuando algunos responsables públicos o religiosos, del tres al cuarto, con sus arengas y delirios de grandeza alentan con ideas salvadoras de patrias guerras e intervenciones armadas que salven de las ordas del mal a nuestra civilización.

¿Qué hacer entonces?. Seamos realistas, en Europa y América el ciudadano de a pié que se atreve a opinar sobre el problema musulmán, lo hace merced a lo visto en la televisión, leído en los periódicos e incluso por lo que a escuchado a un amigo. Supongo que ir a las fuentes sería lo más adecuado pero no todas ellas recomendables. Existen manuales, ensayos, biografías, artículos periodísticos, una extensa bibliografía a la que acudir, pero que en la mayoría de los caso es necesario depurar con la ayuda de alguien puesto en el tema. Alguien capaz de armonizar las distintas opiniones de los autores serios y que sepa desechar aquellos textos que por su superficialidad, por un lado, o por su compleja y académica exposición por otro, pudieran confundir al neófito. Hay que obviar la retórica actual de algunos grupos interesados en que la gran masa de gentes siga creyendo que todo musulmán es un yihadista.

La practica de esta religión por cerca de mil doscientos millones de personas, nos debe hacer pensar en la importancia de conocer su filosofía y su doctrina sustentadas en argumentaciones fiables. Siendo lo más adecuado tener una visión general, pero real, de lo cotidiano de sus gentes y de la actualidad de sus problemas. Hay que evitar caer en distorsiones u opiniones interesadas que nos puedan crear una visión segada o partidista de su mundo. Por ello, soy partidario de no implicarse demasiado con lo que se lee. Guardar cierta distancia emocional ayuda a conseguir una perspectiva de juicio más serena y equilibrada. Como decía Francis Bacón, “no leáis para creer o convenceros, sino para sopesar y reflexionar”. Sabido es, que algunos oportunistas poco escrupulosos, para suscitar reacciones de orden moral o social, utilizan recursos impactantes, agresivos y provocadores. Los hay también que despreciando las más elementales reglas éticas solo buscan el éxito comercial, descendiendo a los más bajos instintos del ser humano. Así pues, siguiendo a Bacón, hay que leer, leer y reflexionar sobre lo leído de forma activa, lo cual implica plantearse preguntas que hay que tratar de responder.

El Islam, nos guste o no, es una religión universalista, como el cristianismo, y como esta tiene su propia teología, su propia identidad que abarca la realización individual de cada persona en el seno de uno mismo. No podemos identificar a todos lo individuos de una comunidad por los actos de unos pocos. Sería descabellado pensar que todos los creyentes musulmanes son beligerantes con el resto de la humanidad. Nos dice Karen Armstrong que los occidentales nunca hemos sido capaces de comprender el Islam. Según ella, nuestras ideas acerca de esta religión han sido siempre burdas y desdeñosas, y hoy además renegamos de ellos despreciando nuestro propio compromiso con la tolerancia y la comprensión que exigimos a otros interlocutores.

EL ANDALUSÍ
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