Aquel día volví del cementerio con algo de
hambre. No es que tuviese que visitar a ningún familiar difunto, pero es que mi
ordenador se había estropeado y echaba de menos Facebook. Pasear por un
cementerio mirando lápidas o navegar por Facebook no me parecían cosas tan diferentes. ¿Acaso
no se trataba de ver fotos y unos pocos datos de gente que no conoces? Claro
está que mi cerebro es como el Windows: una porquería sin el Service Pack. En
fin, era la hora de comer y tenía hambre.
Mamá apareció por la puerta del comedor.
Tenía esa sonrisa de satisfacción que sólo tienen las madres cuando hacen algo
bueno para su familia. Mi padre, al verla, le dijo:
-
¡Mírala, que
guapa está! ¡Si parece una escultura de Botero! -
Mi madre sonrió aún más por aquel piropo.
No conocía a Botero, claro. Mi padre se ahorró la primera bronca de mi madre.
También creo que mi madre hubiese sonreído si mi padre le hubiese dicho que era
igual que la molécula de Hidrógeno. No estoy seguro de esto.
Ese día mi madre había decidido prepararnos
por primera vez en su vida un auténtico “Pulpo a la Gallega”. Hasta ahí todo
estaba bien. El problema comenzó en el supermercado, pues mi madre no leyó la etiqueta del paquete de pulpo, y
en vez de comprarlo cocido y troceado, lo compró crudo. Eso sí, troceado. Pero
crudo. Insisto en ello.
En la mesa esperábamos mi padre, mi
hermano y yo. Mamá depositó el plato con el pulpo sobre la mesa, y aguardó de
pie, con su enorme sonrisa y los brazos apoyados en jarra sobre sus caderas,
para vernos disfrutar de tan novedoso plato. Tan solo añadió unas rodajas de
patata cocida en el fondo, roció con aceite y pimentón, y lo calentó un minuto
en el microondas. Total, ella consideró que ya estaba tierno el pulpo y con un
minuto de microondas sería suficiente.
Mi hermano, mi padre y yo – en ese orden-
nos lanzamos hambrientos con nuestros tenedores sobre aquellas rodajas de
cefalópodo, introduciéndonos unos enormes pedazos en la boca. Tras cuatro o
cinco masticaciones, mi padre y yo nos miramos a los ojos, con el pulpo crudo
en nuestra boca y sin atrevernos a decir ni una palabra por no ofender a
mamá. Mi hermano siguió masticando aquel
pulpo crudo con enorme placer, entonces se giró hacia mi madre,y con la boca
llena de pulpo crudo le dijo con satisfacción:
-
¡ Coño, mamá, qué
sorpresa! ¿Sabías hacer Sushi?
Eneko Borinoto