sábado, 11 de mayo de 2013

Mi bar de siempre


Estaba llegando a su bar de siempre y no sabía si entrar o no. Le apetecía, como todos los días, encontrarse con la gente de siempre, personas que se habían vuelto corteses a fuerza de verse las caras de cansancio un día tras otro. Pero sabía también que no sería solo una. Si entraba se quedaría. Y, lo que era peor, se gastaría el dinero que no tenía.
Del trabajo mejor ni hablar. Aún lo conservaba, pero se debía, sin duda, a un milagro diario que algún santo, desocupado por allí arriba, realizaba cada día por mera diversión. Su jefe no lo valoraba, le daba las tareas más ingratas y jamás tenía para él una palabra de ánimo. En casa las cosas no iban mejor. El desánimo cundía, ninguno de sus hijos tenía perspectivas de futuro prometedoras, su esposa tenía demasiada edad para dedicarse a algo que no fuera cuidar ancianos o limpiar casas de otros, el diálogo disminuía día a día, cuando el único tema de conversación posible era odiado por todos y nada nuevo se podía decir.
Hacía muchísimo tiempo que no se iban de vacaciones. Hubo una época en la que sus hijos ya no querían viajar con los padres. Pero ahora lo habrían hecho con gusto. Solo que no se podía. Tampoco salían a comer o cenar fuera. El domingo lo pasaba cada cual como podía. Tal vez daban un paseo por el centro. La tarde solía ser interminable.
Ahora se encontraba frente a la puerta. Dos o tres coches circulaban por la calzada en ese momento. El ruido de sus motores lo adormecía. Estaba a punto de entrar. Sabía que iba a entrar. La hostilidad de la ciudad lo sorprendió. En realidad, todo en su vida le era hostil, el ambiente laboral, el ambiente familiar, las meras calles… Solo se encontraba a gusto en su bar. Allí, rodeado de otros a los que el mundo ahuyentaba de todos los entornos habituales, allí, reunido con un residuo social fracturado en el alma y avejentado en el cuerpo, allí, se sentía, por fin, a gusto y en casa. Decidió entrar.
Una vez dentro las preocupaciones quedaron atrás. Aunque no ponían la música muy alta, era agradable escucharla a medias, entre el murmullo de las conversaciones del resto de clientes. Él raramente hablaba con nadie; como mucho leía un periódico. Aquel día no sería distinto. Esperó a que el Marca quedara libre y se abalanzó sobre él como si fuera un salvavidas. Ocupado en las páginas, no tendría que pensar a donde mirar ni tampoco reparar en quién lo mirara a él. No le gustaba mirar a las pocas mujeres que solía haber. ¿Para qué? No servía de nada.
Tres horas después, tirado, más que sentado, en su taburete habitual, alzó los ojos buscando con la mirada, ya algo extraviada, a la mujer que habitaba tras la barra.
—¡Juani! Ponme otra cerveza, haz el favor.
No quería volver a casa.

Francisco Pi Martínez

viernes, 10 de mayo de 2013

Buscando su destino



El hombre con el abrigo  gris estaba hablando solo. Me quedé mirándole con cara de asombro y, por qué no decirlo, también con cara de admiración.
En realidad no estaba solo. El tío ese le estaba contando algo a un truño disecado que reposaba en la acera. Le estaba dando al palique sin parar. Y la caquita, claro está, escuchaba  atentamente:
-No se te puede negar valentía-empezó a decir-, feo, oscuro, y no hablemos del olor. No causas ni escándalo: arrugado, seco… eres de lo peorcito de tu clase. A pesar de todo ello, luchas por huir de tu destino, luchas por no ser aplastado ni apartado, luchas por un futuro mejor.
>>Naciste en la oscuridad, rodeado de constancia, sosez, aburrimiento… y solo, muy solo, como los dictadores coreanos. Esperaste bajo el sol una oportunidad, al menos, servir de alimento a las plantas, a las hormigas, a cualquier ser vivo que se aprovechara de tu esencia vital.
>>Eres el único de tu especie que se movió por voluntad propia en contra de lo establecido. Único, de esta pasta – pienso - están hechos los héroes. Y tú lo has demostrado con creces.
>>No sé qué será de ti. No sé si llegarás mucho más lejos, pero cuando me alcance la duda, la desesperanza o la derrota, pensaré en ti y en cómo te enfrentaste a todo por sobrevivir y tener una vida mejor, no más feliz ni más larga, pero sí una vida de la que pudieras sentirte orgulloso.
>>Gracias por todo. Gracias truño, por buscar tu destino - acabó secándose las lágrimas -.
Me fijé en la mierda. De verdad, parecía que estuviera en movimiento. Con gracia, dejaba una especie de rastro negro como si estuviese luchando por moverse, casi como un caracol. No pude evitar sacar el móvil y hacerle una foto. Si todos fuéramos como ella, pensé, con ese afán de superación, este mundo no se iría, precisamente, a la mierda.
El tío vio como le hacía la foto y me miró. Asintió como orgulloso, como pensando: por fin, amiga mía, tu esfuerzo se ha visto reconocido.
El diálogo de despedida fue algo así:
-Adiós zurullín, adiós hijito.
Y el zurullín, claro, no respondía porque, de momento, aún no hablan.
Después dio la vuelta y se marchó. Adiós, pensé, adiós hombre que susurraba a las cagadas, que Dios te guarde allá a donde vayas.
Le eché un poco de cerveza al cagallón para refrescarlo en su recorrido y, dejándolo atrás, me dirigí hacia mi destino. Todos morimos solos.

Martín Zapata

jueves, 9 de mayo de 2013

La próxima parada


Había llegado con tiempo y eso la hacia estar aún mas  nerviosa, ese tren cambiaría su vida. ¿A mejor? ¿A peor? Sólo veía campo, grandes extensiones planas de diferentes tonalidades según la siembra, cielos limpios y un silencio atronador que la dejaba escuchar su conciencia. Todavía no había nadie esperando el tren, la estación seguía vacía, solo el revisor la miraba de soslayo.
Todo había empezado el día de navidad, con ese paquete envuelto en papel de colores:  era el regalo de su hermano, su único pariente y con el que vivía desde que podía recordar,  “ Los solterones “, los llamaban en el pueblo. La había regalado un portátil con conexión al resto del mundo y su vida pacifica, tranquila, monótona, se empezó a terminar aquel día.
No es que ella no hubiera tenido pretendientes, alguno tuvo en su juventud, pero al final nunca terminaba en una propuesta de futuro, de matrimonio, decían que era un poco seca, un poco sosa, que la faltaba algo.
Ahora había conocido a un hombre de la capital que la decía que la llevaría a hoteles, al teatro, a cenar, que cada fin de semana sería distinto, especial,….. y todo era nuevo, emocionante, ilusionante, gratificante, halagador, la escribía mensajes que la hacían sonrojar.
¿Sería un amor como el que ella había leído en sus novelas del kiosko ?
El era divorciado, pasando una mala racha, sin trabajo, con varios temas pendientes de custodia, malos tratos,  herencias, cierto que tenia algunos problemas, no había tenido mucha suerte, pero  ¿qué importaba todo eso?, ellos habían tenido un flechazo y contra eso… Además ella tenía unos ahorros, unas tierras que vender, todo se podría arreglar Ella se lo podía prestar, él era un caballero, al principio había rechazado su ayuda, pero ella le había convencido. En el amor se compartía todo.
Lo sentía por su hermano, estaban los dos solos viendo sus días pasar, tampoco había tenido suerte en el amor, su única novia se fue con otro mozo de un pueblo de al lado que era mas alto y la hacía reír.
El tren estaba cada vez mas cerca, se oían a lo lejos sus pitidos, su llamada, la empezaron a temblar las rodillas.
Una mano la tocó el hombro, era el cura del pueblo, ¿dónde vas Mencía ?,
Padre, he conocido a un hombre que me va a hacer feliz.

Masabakes

miércoles, 8 de mayo de 2013

El concierto


Esta es una historia basada en hechos reales, pero no necesariamente real, los nombres son completamente inventados, las situaciones no tanto…

- Tío, ¿has afinado?
- No, pero seguro que está bien, el bajo no se desafina casi nunca…
- ¿Casi?, Venga, no me jodas, afina, que vamos a empezar ya.
- Perfecto, pero verás cómo está bien.
El bajista estaba totalmente convencido de que su instrumento apenas se desafinaba, como mucho una pequeña fracción de tono, matiz que en un concierto nadie notaría, ni siquiera los miembros del grupo. No obstante se acercó al afinador y enchufó el jack a la clavija de entrada, encendió el aparato con forma de petaca y fue comprobando cuerda a cuerda… “joder, ¿qué habrá pasado?, en el ensayo estaba afinado…”. Todas las cuerdas estaban mal, como si una mano invisible hubiera aflojado las clavijas…
- Tíos, ¿me habéis tocado el bajo?
Sus compañeros se miraron con una socarrona sonrisa.
- Sois unos cabrones, os dije que no fumarais tanto, que los porros os sientan mal, jajaja. - Sonrió, conocía a sus amigos de toda la vida y sabía que era una broma para descargar la tensión anterior a cualquier concierto.
El día había sido largo. La tarde anterior ensayaron todo el repertorio, sobre todo esas canciones nuevas en las que siempre había alguna duda y esas versiones que nunca terminaban de cuadrar.
Cenaron lo primero que encontraron en el bar de la esquina y se fueron a acostar, ya de madrugada, agotados y con alguna cerveza de más.
Quedaron temprano para recoger todo el equipo y llevarlo a la discoteca donde iban a tocar. Por fortuna esta vez era en el pueblo de al lado, lo que facilitaba la logística y era un seguro para olvidos y despistes. Cables, amplis, la batería, las dos guitarras, el bajo…
Cuando llegaron, el técnico, otro amigo de siempre, que les facilitaba el equipo y sus servicios por la cara, les estaba esperando.
Le ayudaron a bajar todo el equipo y a colocarlo en su sitio.
- Oidme, os voy a dar un cable a cada uno, enchufarlo en la salida de vuestro ampli y lo extendéis hacia la mesa de mezclas, de lo demás me encargo yo.
Juan, el guitarra solista, se quedó mirando su ampli, ese gran desconocido, sujetando el cable con la mano y con cara de pasmado…
- ¡Oye, mi ampli no tiene line out!
- ¿No…? ¿Y dónde lo has comprado, en el Carrefour?… mmmm, bueno, le pondré un micro, espero que funcione.
Afortunadamente, el micro cumplió a la perfección su labor y recogió el sonido de manera brillante, como después comprobarían. El resto del grupo no tuvo problema para enchufar sus instrumentos a través de la mesa de mezclas.
Siempre algún alma caritativa se ofrecía a llevarles cervezas y algo para picar, gracias a eso el trabajo se hacía más llevadero.
Una vez montado todo llegó la hora de la prueba de sonido.
- Vale, primero los micros, Jose, ya que eres el cantante principal empiezas tú… Ya sabes, di lo primero que se te ocurra.
Golpecitos al micro:- ¡Toc, toc!
- Uno dos, probando, uno dos…, sí, sí, uno dos, probando, sí sí.
- Bueno, cada día eres más original, jajaja, ahora canta un poco.
- ¿Y que canto?
- Macho, ¡que pasa! ¿es que no tenéis repertorio?
- Sí, perdona, son los nervios… ¡¡Hace calor, hace calor, yo estaba esperando que cantes mi canción…!!
- Bien, le daremos un poco de reberb. Sigue un poco… ¡Ya está! ¡Genial!
Después de ajustar todos los micros le llegó el turno a los instrumentos. La batería siempre era lo más pesado de ajustar puesto que cada elemento de la misma necesitaba un micrófono:
- Venga, Pedro, dale al bombo…
- Pom, pom, pom, pom.
- Estupendo, hemos acertado a la primera. Ahora la caja…
- Vamos a probar todos juntos, a ver que tal sonáis.
Jamás se habían escuchado con tanta nitidez, en sus ensayos en el local se formaba un batiburrillo en el que no se entendía nada ni nadie. Se comenzaba a un volumen normal, pero siempre había alguien que no se oía y subía su ampli, eso hacía que otro no se oyera y subiera su ampli, el batería tocaba más fuerte y así sucesivamente…
Pero ahora había una nitidez que los dejó sorprendidos. Cada instrumento estaba en su sitio y cada voz también, eso les permitiría corregir fallos de última hora. Juan, como siempre, se aceleraba cuando le tocaba hacer un solo. "Tío, tienes que seguir al batería, no él a ti". Nacho, como siempre, se hacía un lío en los pasajes difíciles. Pedro no fallaba y Jose, su hermano, cantaba fenomenal.
Después de unas dos horas de ensayos, ajustes y desajustes, les llegó la hora de la comida. Un amigo se ofreció voluntario para llevarles unos sandwiches y unas cervezas. La comida duró apenas unos minutos, pero aprovecharon el parón para tirarse en el suelo a descansar…
Por la tarde llegaron las prisas, había que ensayar todo de nuevo para evitar cualquier posible fallo. Al ser un local que abría por las tardes, el ensayo se llenó de curiosos, la sensación de responsabilidad era casi como la de un concierto, no se podía fallar…
- Chicos, si me cuelo en el concierto no me miréis como hacéis siempre, que se nota más…
- Lo mismo digo.
- Igualmente.
- Lo mismo.
Fueron todos a ducharse y a cenar a casa, lo que no hubieran avanzado a lo largo del día ya no tenía remedio.
Por la noche fueron de los primeros en llegar a la disco, sólo estaba el borracho del pueblo, que no hacía más que decirles que quería cantar con ellos, algún despistado y el típico amigo con más voluntad que entendimiento, ese que está siempre en medio para ayudar y al que nunca sabes qué tarea asignarle.
- ¿Qué hacemos hasta la hora del concierto?
- Vamos a fumarnos un porrete, que eso siempre relaja.
- Yo paso, sabéis que no me gustan esas cosas - por algo Nacho se había ganado la fama de responsable…- pero otra cervecita sí me voy a tomar.
Y llegó la hora, los últimos minutos fueron de nervios apenas contenidos, con sensación de hormigueo, un nudo en el estómago, la garganta reseca, sudor y temblor de manos…
- Joder, no me acuerdo de nada, ¿era Sol, Re, La, o Re, La, Sol? – dijo Pedro con retintín.
- ¡Capullo, si eres el batera!
- Jajaja
- …
- Tío, ¿has afinado?
- No, pero seguro que está bien, el bajo no se desafina casi nunca…
- ¿Casi?, Venga, no me jodas, afina, que vamos a empezar ya.
- Perfecto, pero verás como está bien.
El bajista conectó el bajo al afinador convencido de que el bajo no podía estar desafinado después de haber tocado con él toda la tarde, pero algo no marchaba…
- Tíos, ¿me habéis tocado el bajo?
Sus compañeros se miraron con una socarrona sonrisa.
- Sois unos cabrones, os dije que no fumarais tanto, que los porros os sientan mal, jajaja. - Sonrió, conocía a sus amigos de toda la vida y sabía que era una broma para descargar la tensión anterior a cualquier concierto.
Cuando estaba terminando de afinar les anunciaron por la megafonía del local…
- Vamos, chicos, ¡a por ellos!
- No me acuerdo de nada…
- Tengo la garganta seca…
- …
- ¡BUENAS NOCHES!
- ¡¡BIEEEEEEEEEEEN!!
- Vamos a empezar con una instrumental para cargar motores… ¿ESTÁIS BIEN?
- Síííí ííí.
Les temblaban las manos, siempre tenían esa sensación durante las primeras canciones, pero poco a poco la tensión desaparecía y notaban que todo era más fluido, no importaba no recordar las canciones, las tenían tan metidas que salían solas, sólo había que disfrutar el momento.
En una canción el cantante se comió una estrofa, en otra el solista se volvió a acelerar, al bajista se le hicieron los dedos un nudo justo en el único solo que tenía, el batería improvisó un redoble del que no sabía cómo salir…, pero el público estaba entregado, eran fans incondicionales y perdonaban cualquier fallo; es más, ni siquiera lo notaban.
Una hora, dos, de concierto, una canción tras otra, los músicos cada vez más seguros y el público cada vez más entregado. Tocaron todas sus canciones, los bises que ya tenían planeados de antemano, improvisaron un rock & roll…, pero la gente quería más. Recurrieron a repetir varias canciones…
- ¡MUCHAS GRACIAS, SOIS GENIALES!
Se acabó el repertorio y cerraron la actuación, el público les felicitaba, les invitaba a copas… Pero había que recoger el chiringuito, los amigos se fueron y los miembros del grupo y el técnico se quedaron recogiendo y comentando las jugadas más interesantes.
No hubo tiempo para nada más, cuando terminaron de llevar todo al local de ensayo, subieron a tomar una copa, pero en la disco sólo permanecían los camareros y el borracho del pueblo.
Se tomaron la última copa agotados y embargados por una extraña sensación, mezcla de triunfo y soledad…

Eduardo Martínez Sotillos

Los presomnes


El hombre no lo podía creer. Por fin estaba a resguardo en la caverna de aquella tribu, arropado con pieles de animales y a punto de dormir.
Mientras, los anfitriones pasaban la noche al calor del fuego de la hoguera, cantando y riendo ante la lumbre.
El joven recordaba las jornadas anteriores, durante las que no pudo dormir. Como esa de luna llena, cuando tuvieron que escapar de las rocas en las que se habían refugiado los tres: el abuelo, su hermano y él mismo. Los dos jóvenes consiguieron escapar pero el anciano les salvó al rendirse y ser devorado por el puma hambriento que los estuvo acosando hasta la madrugada.
O la noche siguiente, más peligrosa todavía, tratando de dormir los dos en la arena fina y blanda de ribera, hasta que tuvieron que ascender a los árboles próximos para no morir ahogados por la crecida del río. Aunque desde entonces tampoco volvió a ver a su hermano, caído desde la rama del olmo sobre la que dormía, hasta sumergirse en el río desbocado.
Y ahí estaba el único superviviente de su estirpe, derrotado y melancólico pero dispuesto a soñar con todos sus avatares abrigado por los cueros y pellejos animales, bajo el techo de la cueva.
Tan feliz como los miembros del clan que esperaban fuera de la gruta la llegada del feroz Dios llamado Oso, aliviados y dispuestos a ofrecerle al recién llegado como sacrificio para calmar su ira.

Pablo Vázquez Pérez

martes, 7 de mayo de 2013

Soledad de escritor


 El tipo entra en el salón y se sienta en el escritorio preparado para él. No saluda ni se presenta. En rigor no necesita hacerlo. Abre el portafolio y saca varios libros –unos veinte libros escritos por él– que apila con riguroso cuidado. Enfrente tiene un público formado por unas treinta personas. Se supone que lo han leído, que lo conocen y de algún modo lo admiran por sus pergaminos. Sin embargo, el tipo abre fuego diciendo que no dirá lo que ellos pretenden oír, que para eso vayan y miren los noticieros o los programas de la tarde. Alguien carraspea. El tipo se acomoda los lentes y prende un cigarrillo. Esto para empezar, dice, y mira alrededor, desafiante. Y por si quedara alguna duda, saca un revólver plateado de caño corto. Hace girar varias veces el tambor y lo cierra de golpe. Lo apoya en el escritorio y arremete con todo: Escúchenme bien, si alguien me interrumpe y pronuncia la palabra “prolífico”, me pego un tiro. Y ahí nomás arranca con la conferencia. Cita sus libros y a sus personajes, una teoría estética en la que no cree y se tira contra sus detractores. Alguien osa cuestionarlo. Él, en respuesta, le revolea un libro que le da de lleno en la cara. Un par de oyentes se le van al humo. El tipo agarra el revólver y se lo pone en la cabeza. La gente abandona la sala a las puteadas mientras él se queda ahí, solo, con el caño apuntando a la sien derecha. Entonces aprieta el gatillo, una vez, dos veces –tal como acostumbra a hacer– y después, entre bostezo y bostezo, comienza a guardar sus cosas sin ningún apuro.

Loetmol

lunes, 6 de mayo de 2013

Joana


Sentado, observando la taza de café que tenía delante, el humo del cigarrillo se interponía entre él y su lectura, como cada mañana empezaba el día con su droga matutina y el periódico.
Aquel día no había nada interesante qué leer. La política le aburría, de economía no entendía mucho y los sucesos, si, era la parte que más le gustaba leer a la par que le entristecía todo lo ahí redactado.
Se fue al baño y empezó a llenar la bañera, como cada domingo le gustaba relajarse tomando un buen baño, y como cada domingo lo ambientaría con velas para sorprender a su mujer.
Se dirigió a su habitación, dio unos golpes suaves a la puerta y le dijo a su esposa que le esperaba una sorpresa. La sonrisa de felicidad demostraba cuánto la quería.
Se dirigió a la cocina, dejó más café preparado y unas tostadas. Le encantaba cuando ella siempre acababa con mantequilla y mermelada en la comisura de los labios y con la excusa él se acercaba y le propinaba un dulce beso.
Se metió en la bañera, oyó los pasos de su esposa, pero esta vez pasó de largo, no entró en el baño, ¿por qué? se quedó allí, inmóvil, asombrado, entristecido. A Joana le encantaban los domingos, sus domingos.
Salió de allí, empezó a seguir los pasos de ella, no conseguía alcanzarla, siempre se quedaba pisando su sombra.
No entendía, ¿por qué le rehuía?
Se cansó, se dirigió a la cocina, y allí seguía el café humeante, las tostadas en su plato y los cubiertos intactos.
Otra vez, había vuelto a hacer comida para dos, había vuelto a llamarla, había preparado de nuevo su momento especial de la semana. No, nunca se acostumbraría, la echaba mucho de menos.
Habían pasado toda una vida juntos, él contaba ya con 60 años y ella había muerto a sus 57. Toda una vida, vaya que sí, 33 años preparando esos baños, manteniendo el amor que sentía por ella.
Se puso en su sillón favorito, donde cada noche él le leía algún relato a Joana, se durmió y allí estaba ella, en sus sueños, regalándole un beso de despedida hasta el próximo domingo.

Carmen Aliaga Cerveró

domingo, 5 de mayo de 2013

Teruel existe 2/3

      Nos adentramos ahora en la Sierra de Albarracín. Si salimos desde Teruel, nos coge de paso visitar el Embalse del Arquillo de San Blas, con sus aguas color turquesa en un bello entorno rocoso, y lugar de asueto dominguero de los turolenses.

Pinares de Ródeno
     Camino de Albarracín nos adentramos en los Pinares de Ródeno. En su parte alta encontramos un área recreativa, con merenderos, parkin, restaurante, etc. Pero lo más destacable está en la gran cantidad de abrigos y pequeñas cuevas con pinturas rupestres que hay la zona. Unos carteles explicativos nos informan de las distintas rutas de senderismo que se pueden hacer, recorriendo estos abrigos y disfrutando de los pinares, rutas señalizadas y de distintas distancias para todos los públicos. Los abrigos están protegidos por verjas, y todos cuentan con carteles que explican el significado de cada pintura.

Albarracín
     Desde aquí, en unos 5 kmts. de bajada, nos presentamos en Albarracín, que da nombre a la sierra, ubicado en un meandro del río Guadalaviar, y famoso por ser uno de los pueblos más bonitos de España. Sus casas son de piedra rojiza o revestidas de material arcilloso, a lo que se añaden tejados con la tradicional "teja árabe", lo que le da un aspecto "colorado", muy en la línea del entorno. Bonita plaza con buenas balconadas y su ayuntamiento; infinidad de pasadizos bajo las casas para salvar el desnivel del terreno; la gran iglesia con categoría de catedral, y varios templos más muy interesantes; castillo en un espolón rocoso sobre el río; magnífico torreón junto al cementerio; y la gran muralla que sube por la montaña anexa al pueblo, flanqueada de buenos torreones defensivos, y que conserva algunas puertas de acceso en buen estado... Todo ello conforma un casco urbano en el que no se deja de descubrir encantos.

    
Vista desde la muralla
Y para ver buenas vistas panorámicas del mismo no debemos dejar de visitar dos lugares en alto: uno es la torre en que culmina la muralla en lo alto de la montaña, y el otro es la ermita de la Virgen del Carmen, a la que se sube por un camino que sale tras la iglesia de Santiago. En ambos lugares tenemos magníficas vistas del pueblo y del entorno, desde perspectivas distintas.

     Muy recomendable es realizar un paseo por el fondo del cañón, siguiendo el curso del río Guadalaviar, para recorrer el meandro en el que se encuentra el pueblo, empezando por un extremo y terminando por el otro. No son más de 3 ó 4 kmts. por buena senda junto al río y, en un estrechamiento del cañón, hay pasarelas de madera adosadas al paredón rocoso vertical que permiten seguir el camino.


Cascada del Molino Viejo
   Cuesta abandonar Albarracín, pero siguiendo por la sierra sentido Calomarde tenemos otra parada obligada. Unos dos kmts. antes de este pueblo, pegado a la carretera a la izquierda, veremos un parkin y un cartel de madera donde pone "Cascada y batida del Molino Viejo". Se trata de un bellísimo salto de agua, normalmente con buen caudal, junto a las ruinas de un antiguo molino, en un entorno de gran belleza.

     Pasamos Calomarde siguiendo hacia Frías de Albarracín, y unos kilómetros después de este pueblo, junto a la margen derecha de la carretera, veremos el monumento que indica el nacimiento del río Tajo, con representaciones de los escudos de las tres provincias que confluyen en esta zona: Teruel, Cuenca y Guadalajara. Junto a ellas veremos el manantial, señalizado con un piedra sobre la que está esculpida la leyenda: "Origen del río Tajo".


Monumento del nacimiento del Tajo
    Continuamos ahora en sentido Guadalaviar, en cuyas inmediaciones nace el río del mismo nombre, y Griegos, para llegar a Orihuela del Tremedal, bonito pueblo en los límites con la provincia de Guadalajara. Desde el casco urbano sale la carretera que sube hasta la ermita de Nuestra Señora del Tremedal. Durante la subida atravesamos un impresionante río de piedras, y una vez arriba encontramos la ermita, muy grande, de buena piedra, y la amplia área recreativa que la rodea, que hace las veces de espléndido mirador, con impresionantes vistas de la sierra y del pueblo en el fondo del valle. También es punto de partida de numerosas rutas de senderismo por esta bellísima zona de montaña y pinar.

     ¡Ah! Un aviso. Por los alrededores de la ermita es conveniente tener cuidado con las serpientes. Son abundantes por esta zona y yo estuve a punto de pisar una, llevándome un susto de muerte.

     Con esto finalizamos el recorrido por la Sierra de Albarracín.

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EL RURAL
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