Una
carcoma llamada María Luisa García de Lopeguía intentaba inútilmente
merendarse un tronco centenario en el
Monte de los Olivos de
Jerusalén. Un guapo carcomo nativo llamado Jaled se partía de la risa al verla,
desde la pata de la silla del guarda colocada bajo el árbol de María Luisa.
–Hola
guapa, ¿tú qué opinas del conflicto árabe-israelí? –le preguntó Jaled a
María Luisa para pegar la hebra.
– Yo
no tengo ni idea de esas cosas –le
contestó ella parpadeando coqueta–, yo
soy del barrio de Salamanca.
– ¿Y
cómo has llegado hasta aquí?
– Pues mira hijo, yo he vivido desde siempre
en Velázquez esquina Jorge Juan, en la cómoda del dormitorio de un chico muy
educado que es registrador de la
propiedad, y cuando el otro día hizo la maleta para venir a Tierra Santa me
quedé enganchada sin querer en un par de calcetines de cashmere y mira por
donde me fui a soltar cuando el chico se dedicó a dar pataditas a las piedras,
precisamente aquí, en este sitio polvoriento donde toda la madera es durisísima
y estoy muerta de hambre.
– Pues
deja el árbol y vente a la silla, guapa, aquí hay sitio de sobra y esta
madera está más buena que tú.
Mientras Jaled flirteaba con María Luisa
salieron de la silla las demás carcomas, que estaban todas locas por Jaled, a
cotillear un poco. Una de ellas empezó a hacerse la interesante y María Luisa,
que no tenía ganas de ligue, le recomendó a Jaled:
–
Anda, mejor persigue a esa por su bujero, que se ve que está coladita por ti.
– ¡Adiós Madrid que te vi! –dijeron todas las carcomas a coro–,
tan fina, del barrio de Salamanca, y diciendo bujero…
–
Pero no veis que lo he dicho de broma,
“menudas palurdas – pensó
María Luisa– que atrevida es la ignorancia”, hijas
tenéis que estar muy aburridas
para andar siempre cotilleando. Os voy a organizar unas actividades para
que os culturicéis, que de vivir en este sitio inhóspito y polvoriento estáis
embrutecidas. Vamos a formar un coro y yo seré la directora.
La carcoma María Luisa les enseñó las
canciones que había aprendido oyendo cantar al registrador de la propiedad
mientras se vestía por las mañanas para ir a su despacho y por las noches para
salir a cenar. Y así fue como, en el Monte de los Olivos de Jerusalén, las
carcomas de la silla del guarda empezaron a recibir a los turistas cantando el Cara al sol con la camisa nueva,
sin que nadie consiguiera nunca averiguar el motivo.
LadyE