No te estoy diciendo que te hagas
muchas ilusiones. No te digo que transites por la vida como un
ingenuo, ni que lo apuestes todo al rojo en vez de a ese negro que
tanto te atrae. No sugiero que las cosas tengan porque pasar de una u
otra forma, ni tampoco lo contrario. No soy tan pretencioso, a estas
alturas, como para dar consejos, a menos que esté tan borracho que
ya no recuerde quien soy ni mi propia historia.
Pero yo dejaría un resquicio a la
esperanza. Sin alharacas, sin pirotecnias, sin elaborados protocolos
de proyección dichosa al futuro, sin demasiada fé ni demasiada
desesperación. Sin dar el tostón, sin recibir el toisón, que la
vida se apellida “sigue” y puede apellidarse “sorprende” por
parte de madre, que dirían en Baltanás, Palencia.
Porque la lucecita se enciende donde
menos te lo esperas, y hay quien marca un gol sin dar pie con bola,
porque decía Einstein, Don Albert, el de los pelos de loco y la
lengua fuera, dos rasgos inequívocos de sentido común, el menos
común de los sentidos, que la realidad es el mayor sueño hecho
realidad, porque si dejas paso al loco de la calle, a lo mejor te
alcanza el ansia de vivir, que ya lo dicen Don Manolo y Don Quimi,
desde el fondo de la hilera.
Ojos abiertos, por si se intuye a lo
lejos un remoto destello que anuncie la salida del túnel, ojos
abiertos para percatarse de que el cariño mira a los ojos, ojos
abiertos para poder cerrar los ojos y dejarse llevar por la piel,
ojos abiertos que abran los poros, y rejuvenezcan el cutis del
corazón, ojos abiertos, muy abiertos.
No te estoy diciendo que te hagas
muchas ilusiones. Pero abre los ojos y déjate llevar por la
curiosidad. Eso que nos rodea son seres humanos, y puede que lleven
nuestra esperanza en el bolsillo, entre los pañuelos de papel y la
calderilla.