Mi ex novia y yo hicimos
un pacto: dividiríamos el piso en dos para que ninguno tuviera que irse. La
casa era lo suficientemente grande y cada lado tenía un lavabo. Compartiríamos
la cocina.
Tanto ella como yo
empezamos una nueva relación, y no tuvimos inconveniente en aceptar que
nuestras nuevas parejas vinieran de visita a casa. Al cabo de un tiempo se
vinieron a vivir. Durante unos meses todo fue bien, pero tanto yo como mi ex
novia empezamos a tener conflictos con nuestras nuevas parejas que se complicaron
hasta hacerse insalvables. En el momento de la separación los cuatro lo tuvimos
claro: lo más justo era volver a dividir el piso.
Mi primera ex se quedó
con el lavabo, mientras que su novio se quedó la parte del ropero. Mi segunda
ex también se decantó por la mitad que incluía lavabo, así que me llevé una
cama individual al estudio, que era la parte que me correspondía.
La nueva situación tuvo
un efecto positivo. Cada vez que iba a buscar ropa tenía que entrar en la nueva
habitación del ex novio de mi primera novia, y esto nos obligaba a intercambiar
algunas palabras. Con el tiempo llegamos a intimar, y lo mismo les pasó a las
chicas. No tuvimos ningún problema en aceptar nuevas relaciones en el seno del
piso.
Así que con el tiempo
acabamos siendo cuatro parejas, ya que todos encontramos una nueva relación
estable que por fin, o al menos eso parecía, funcionaba. Pero no fue así. Llegó
el momento, ya habitual, de sentarnos alrededor de la mesa (una nueva que
habíamos comprado y en la que cabíamos todos) y decidir qué hacer, ya que los
cuatro nuevos habían dejado sus pisos de solteros y veían injusto tener que
irse. La solución más equitativa volvía a ser la división del piso, sin duda, y
que cada uno habitara en una octava parte de él.
Ha pasado el tiempo y
ya somos, como sospechaba, ocho parejas estables viviendo cada una en una
pequeña porción de metros cuadrados. Mi novia me abraza y me dice que está muy
bien conmigo así, sentados en el sofá cama que ocupa todo nuestro espacio. “Yo
también”, contesto, e intento imaginarme cómo se podría dividir ese sofá en
dos, si se diera el caso, aunque estoy seguro de que no tiene por qué llegar a
darse.
Álex José Recoder