sábado, 3 de agosto de 2013

El último texto del escritor

Fue hallado muerto. La cabeza sobre el teclado; como si hubiera quedado dormido frente a la pantalla, donde el cursor concluye parpadeante una oración.
“Vaya cuento el que me acaba”; fueron las últimas palabras tecleadas por el narrador, poeta y ensayista. Como suele suceder en estos casos, su obra no solo perduró, sino que alcanzó notoriedad, dado el interés del público lector por las ideas vivas de un muerto.
El postrer texto, a pesar de la sobriedad, fue elevado a la categoría de obra maestra por quién sabe qué crítico contemporáneo. Las seis palabras se pusieron de moda, gracias a una extraordinaria campaña de su Casa Editorial. Así, mientras la investigación sobre la muerte del novelista permanecía estancada, por falta del arma homicida; la ciudad gritaba en variedad de diseños, el nombre del cuento asesino.


Noel Pérez García

viernes, 2 de agosto de 2013

Confundiendo a las ovejas

Después de escrutarme, la montañesa aseguró que los de la ciudad no sabíamos diferenciarlas.
“Ustedes no tienen juicio”, me espetó, mientras yo miraba las extremidades traseras en busca de algún detalle, por pequeño que fuera, que me permitiera salir victorioso. Creo que, para entonces, había contado dos veces mil y había llegado de nuevo a doscientas cincuenta y nueve. Estaba en la tarea cuando apareció la anciana para, según sus palabras, ayudarme con el ganado. Pero no tardó en desesperarse ante mi falta de pericia y pronto empezó a lamentarse de mis métodos.
“Es como si todo en usted fuese pequeño, como si nunca hubiera hecho algo verdaderamente importante”. La ignoré y seguí contando. La número dos mil doscientas sesenta fue la Infanta Margarita y la siguiente, Maribárbola. Le di la razón y, sin disimular más mis orígenes, me di por vencido, decidido a la vigilia más absoluta hasta aprender a diferenciar como cualquier montañés de a pie las churras de las meninas.


Antero

jueves, 1 de agosto de 2013

Hambre de delito

“Cuando la tentación te asalta y te expone a sus hedónicas virtudes, el camino de la huida es imposible”, debieron ser estas tesituras las que rondaban la cabeza de Camila cuando urdía su malévolo plan de ataque. En su punto de mira, la enorme espalda de su víctima, inocente y ajena al golpe que habría de sufrir en un instante. No podía esperar más tiempo o debería abortar la misión. Abrió la bolsa de plástico y comenzó mentalmente la cuenta atrás.
- “Uno…” - y se dijo que el fin justifica los medios.
- “Dos…” – convencida de que apenas conocía a ese hombre.
-“Tres…” - aguantó la respiración y se abalanzó sobre su objetivo con un gesto rápido y preciso, dejando tras de sí sólo los restos de un sucio mostrador tras su delito.
Y huyó la pequeña Camila a su escondite en el parque chico, y acabó con un empacho de pastel de fresas y de arándanos.


Noemí Jiménez

miércoles, 31 de julio de 2013

Colecciones

Hay gente muy rara –o al menos a mí me lo parece– que se dedica a coleccionar objetos dispares, creyendo que en esos pequeños elementos cotidianos se encuentra la felicidad.   
Mi tío Federico, – a quien ya barrió la parca–  hubiera dado su existencia, cuando aún podía darla, por un sello de correos de tirada limitada.
Su mujer, Filomena –cocinera memorable y sensata ama de casa– se había aficionado a los dedales de plata. Por uno que descubrió un día, con el borde nacarado e incrustado en perlas blancas,  no dudó en perder la poca honra que por entonces le quedaba.
Ante semejantes ejemplos, y para conjurar desgracias, yo tomé una decisión: solo coleccionaría besos… pero siempre engarzados en collares de esmeraldas.


Irene Regidor (Doñoro)

martes, 30 de julio de 2013

Relaciones

Mi ex novia y yo hicimos un pacto: dividiríamos el piso en dos para que ninguno tuviera que irse. La casa era lo suficientemente grande y cada lado tenía un lavabo. Compartiríamos la cocina.
Tanto ella como yo empezamos una nueva relación, y no tuvimos inconveniente en aceptar que nuestras nuevas parejas vinieran de visita a casa. Al cabo de un tiempo se vinieron a vivir. Durante unos meses todo fue bien, pero tanto yo como mi ex novia empezamos a tener conflictos con nuestras nuevas parejas que se complicaron hasta hacerse insalvables. En el momento de la separación los cuatro lo tuvimos claro: lo más justo era volver a dividir el piso.
Mi primera ex se quedó con el lavabo, mientras que su novio se quedó la parte del ropero. Mi segunda ex también se decantó por la mitad que incluía lavabo, así que me llevé una cama individual al estudio, que era la parte que me correspondía.
La nueva situación tuvo un efecto positivo. Cada vez que iba a buscar ropa tenía que entrar en la nueva habitación del ex novio de mi primera novia, y esto nos obligaba a intercambiar algunas palabras. Con el tiempo llegamos a intimar, y lo mismo les pasó a las chicas. No tuvimos ningún problema en aceptar nuevas relaciones en el seno del piso.
Así que con el tiempo acabamos siendo cuatro parejas, ya que todos encontramos una nueva relación estable que por fin, o al menos eso parecía, funcionaba. Pero no fue así. Llegó el momento, ya habitual, de sentarnos alrededor de la mesa (una nueva que habíamos comprado y en la que cabíamos todos) y decidir qué hacer, ya que los cuatro nuevos habían dejado sus pisos de solteros y veían injusto tener que irse. La solución más equitativa volvía a ser la división del piso, sin duda, y que cada uno habitara en una octava parte de él.
Ha pasado el tiempo y ya somos, como sospechaba, ocho parejas estables viviendo cada una en una pequeña porción de metros cuadrados. Mi novia me abraza y me dice que está muy bien conmigo así, sentados en el sofá cama que ocupa todo nuestro espacio. “Yo también”, contesto, e intento imaginarme cómo se podría dividir ese sofá en dos, si se diera el caso, aunque estoy seguro de que no tiene por qué llegar a darse.


Álex José Recoder

lunes, 29 de julio de 2013

Entrenamiento del suicida

Cuando Dios decidió suicidarse demasiados cadáveres poblaban ya la tierra. Así que le apartaron nomás  en un rincón del cementerio, junto al cadáver de un anciano empeñado en mostrar su dentadura. Como Dios es omnipresente y lo puede todo y es eterno, abrió los ojos y se llevó un disgusto:
Si soy omnipotente, por qué no puedo morir. ¿Necesito acaso autorizarme a mí mismo?
Así que volvió a intentarlo. Se metió en el cuerpo de un hombre abrasado por las deudas y la sed de justicia, sin horizonte alguno en la vida. Pero Dios, a pesar de ser Dios, no tenía una idea muy lúcida de la humanidad y, por lo que se ha podido comprobar, escasísima psicología del ser humano.
El hombre que habitaba, comenzó a desazonarse y hacía cosas incomprensibles para sí y para los otros. Salía al balcón y hacía amagos de tirarse en el vacío, pero luego veía que sólo estaba a unos cuantos palmos del suelo, ya que el balcón daba al tejado de un taller, a escasos metros de la barandilla donde se había aupado.
Al día siguiente, tras una noche desasosegante de calor, decidió meterse en la bañera y ahogarse, pero Dios no necesita respirar y lo único que logró fue agarrar una fuerte congestión pulmonar, de la que fue curado pese a todo un mes más tarde.
Por último, se dijo que la idea infalible sería encaramarse a una torre de alta tensión y agarrarse de los cables, sin soltar la torre. Esta vez fue la bomba. El petardo que estalló fue tal que una ancianita que vivía en una casita baja, en pleno descampado, exclamó al ver el relámpago de luz brotado en pleno cielo:
¡Gracias Dios mío  por demostrarme tu existencia!


Edulis
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